blanco, es siempre mas respetable. Y si no, tienes varias alternativas: una bonita fotografia, un genero entretenido o un dibujo de los ninos. No hay trazo infantil que no sea bello.»)

Envidiaba su falta de interes en la ropa -claro, si con cualquier cosa se veia bien-, sus eternas faldas largas y sus botas: nunca un traje a medida, nunca un dos piezas, nunca un taco alto, nunca una mini en invierno. Violeta y yo habiamos sido siempre modestas para vestirnos. Nuestras familias no tuvieron dinero para lujos y asi nos educaron. En ese estilo continuamos de grandes. Hasta que mi trabajo me obligo. El dia en que compre mi primera prenda de quinientos dolares, se lo conte a Violeta. Era una chaqueta blanca, acolchada, hecha de muchas telas diversas: blancas, cremas, perlas, marfiles, un patchwork en rasos, brocados y satines. Ella tocaba la chaqueta, sorprendida, mientras se la probaba frente al espejo: ?tanto dinero para algo que solo se pone sobre el cuerpo! Cuando tuve el primer vestido de mil dolares, tambien se lo conte. Pero el dia en que vio las lentejuelas para mi recital en San Francisco, no me pregunto el precio. Nuestra lenta diferenciacion ya se habia marcado.

Las preocupaciones de Violeta al volver fueron perfectamente definidas: el Chile de esos anos, que le desgarraba el corazon, y el arte como cotidianidad. Su sensacion de protagonismo era intensa, algo que nunca sintio en Europa. Para defenderse de las calles peligrosas, adorno el interior. No encontro una forma mas eficaz que el afecto, apostando a el como la unica manifestacion de arte posible.

– ?Por que el afecto como forma de arte? -pregunte yo, la pragmatica.

– ?Por que el sicoanalisis como manifestacion de amor? Por ahi va la idea -me respondio.

Pense que leia en exceso a Julia Kristeva y no le discuti.

Todo lo de Violeta parecia ser romantico o patriotico.

Yo la miraba inquieta: el arte, los guetos, los amigos, el delirio, las energias divididas y despilfarradas en una especie de diletantismo. «Al fin, no hay arte sino en lo cotidiano», dijo, y puso toda su pasion al servicio del dia a dia. La casa de la calle Gerona florecio, las veladas alli eran un refugio para los suyos. Violeta como una reina, compartiendolo todo, escuchando, concentrandose en cada otro como si fuese ella misma. Atiende a cada llamado. Sus oidos para todas las voces, desangrando su atencion para responder a las diversas expectativas. Nadie le pregunta por ella misma. Violeta sin tiempo propio, dadivosa, regalandolo. ?Hasta el momento en que quede vacia?, me pregunte un dia en silencio. La mejor musica uno la encontraba alli, escuchando a los new-age cuando aun nadie lo hacia, hablando de libros que todavia no llegaban al pais, asistiendo a las funciones de cine- arte, tomando el cafe en cafetera de verdad. («Tres cosas me han impresionado muy negativamente de este pais al volver», dijo, «el Nescafe, la ausencia de calefaccion central y el machismo, y en ese orden.»)

Tanta vida dentro de ella. ?Para que la andaba prestando?

Ir al cine con Violeta era la mejor forma de conocerla. Daba casi bochorno su vitalidad frente a la pantalla, como un nino creyendolo todo, asustandose, sufriendo, como si fuera real de principio a fin. Le dolia fisicamente el cuerpo despues de una pelicula dificil o angustiante. Pues bien, asi era Violeta en todo.

Fue su tiempo de maxima belleza exterior: su cuerpo y su casa como soportes. El disfraz, los colores de su ropa, la sensualidad, la vivificaban a ella y a su entorno.

(Ese domingo en la manana la pase a buscar, esperando verla en sus eternos bluyines dominicales. No, me explica. Debe aprovechar todo gesto para usurparle a la rutina el diario vivir. Ese domingo de manana soleada deja de lado sus bluyines y abre su closet, extrayendo y combinando ropas, negros con azul petroleo, se amarra un hermoso panuelo entre rizo y rizo, rodea su cuello con un collar africano que guarda para las grandes ocasiones. «?Y cuales son estas ocasiones?», se pregunta de subito, sorprendida por sus propias reglas. «Ninguna», se responde, «un domingo cualquiera de sol invernal que puede irse de las manos, y habra menos tiempo cuando el domingo termine.» Adornar el tiempo para que no se vaya tan rapido, se dice Violeta probando nuevos olores entre sus aceites orientales. Se mira en el espejo acariciando la plata y el cuero africano y vuelve a pensar en las grandes ocasiones. «Si no es ahora», me dice, «?cuando?»)

Ser amiga de Violeta entonces era un don. Sus carinos parecian amplificados, honrados, bendecidos, poeticos. Yo misma me sentia una privilegiada, siempre importante ante sus ojos. Si uno le traspasaba una simple historia personal, de esas tontas historias importantes, en sus manos esta quedaba libre de la trivialidad.

Pero Violeta se dispersaba y la energia se le iba en esos gestos. Nada que amalgamar. Era una vida bella pero desquiciada. Violeta, la seduccion y su particular estilo: no, no era una coqueta. Sin embargo, resultaba terriblemente seductora. Los amantes la rodeaban y ella parecia quererlos a todos, todos le cabian, y al cansarse de ellos los despachaba con la ligereza de una pluma. Vivia al filo, con el riesgo como permanente opcion.

Aquella escena en la hamaca: fue un verano en la casa del molino. Violeta jugaba con palitos de fosforos, tendida entre los dos castanos. Los alineaba sobre la cubierta de un block de dibujo que sujetaba en su falda, formando una larga hilera.

– ?Que haces?

– Estoy en medio de una sesion de contabilidad -me contesto risuena.

– ?Cuentas palitos de fosforos?

– No. Hombres. Cada fosforo es un hombre con el que he hecho el amor. Estoy concentrada haciendo la lista, no quiero dejar a ninguno fuera.

– ?No te parece que ya son muchos?

Me miro:

– No, ?por que? Mas bien me enorgullece.

Por pudor no quise contar y desvie la mirada. Pero serian, hasta ese momento, al menos veinticinco.

Mas tarde, durante mi caminata diaria hacia los cerros, aparte de constatar que su vision de pecado y la mia eran muy distintas, pense en los amores de Violeta: por muchos que fueran, nunca parecieron accidentales sino plenos, tiernos, comprometidos y deseados. Violeta y la vulnerabilidad. A los ojos de ella, probablemente, yo vivia una mesura vulgar. Y a los mios, ella ha vivido en la sistematica falta de calculo. Bueno, no es raro, me dije, Violeta no conoce la palabra calculo.

– Estoy llenandome de lugares comunes en este pais: tragandolos, aspirandolos. ?Que podemos hacer, Josefa?

– Elige. Heroica o prudente, querida. Ambas cosas no pueden ir juntas.

– La cuestion es no perder la confianza en el mundo que nos rodea. No debemos perderla, por nada.

– Yo ya la perdi -le respondo.

– Tu no eres un ejemplo, Jose, tu ya claudicaste.

– No he claudicado, Viola. Solo he olvidado.

Violeta se niega a conocer la opacidad del olvido.

Estacionamos el auto en Providencia, vamos a la libreria con la lista que ella ha confeccionado sobre lo que no puedo dejar de leer. Figuran autores tan disimiles como Mishima, Carlos Fuentes y Christa Wolf. Se que los encontrare, si algo le admiro al tio Tadeo es su capacidad de mantenerse al dia.

Antes de cruzar la ancha avenida vemos un grupo de gente que se ha aglomerado, formando una pequena multitud.

– ?Que pasa? -le pregunto.

– No se, veamos.

Nos acercamos. Al centro del tumulto se encuentra una muchacha, bonita y bien vestida, protegida por varias senoras -las que tienen tiempo para pasear por Providencia un dia cualquiera en la manana- bien arregladas y buenas mozas. Un hombre, probablemente el marido de una de ellas, sujeta a un chiquillo con franca violencia, casi desgarrando esos escualidos brazos morenos. No tiene mas de catorce anos y esta apenas vestido, si ropa pudiera llamarse a esos jirones que lo cubren. Nos explican que ha tratado de robarle la cartera a la muchacha, la bonita, y que han llamado a los carabineros para entregarlo. Pero el chiquillo grita que el no ha hecho nada, que no pretendia hacer nada, que no es un ladron. Violeta le mira bien los ojos y no se que ve, pero la colera la acomete y enfrenta al senor que lo apresa.

– ?A usted le consta que el iba a robar?

El senor se desconcierta. ?Era posible que alguien con el aspecto de Violeta pudiese abogar por esta especie indefendible?

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