El: ?Que importa que se pierdan los rumbos, si no existen las causas superiores? Tu eres muy joven… pero a mi edad ya se sabe que lo unico que existe es la demencia de los fanaticos o el vacio interior que los transforma en tales.
Ay, si se va de tesis no lo soportaria, pense. Por lo tanto, no le respondi. No era el momento de explicarle a un desconocido algo tan confuso para mi misma. Nos quedamos callados y automaticamente nos pusimos a mirar libros que en realidad no veiamos.
Eduardo: ?Eres una buena lectora?
Yo: Si, bastante. ?Tiene alguna sugerencia?
Eduardo: ?Por que me tratas de usted?
Yo: Por puro respeto, supongo.
Eduardo: O la otra es que sea por viejo… Si me tuteas, te voy a recomendar un libro magnifico.
Yo: De acuerdo. ? Cual seria?
Eduardo: ? Conoces a Agota Kristoff?
Yo: No, ni de nombre.
Eduardo: Mira, tu padre tiene aqui su novela El gran cuaderno. Es una escritora hungara, aunque escribe directamente en frances. No es muy conocida. Llevatelo, no lo vas a encontrar facilmente en otra parte. Claro que, una vez leido, exijo un comentario.
No vacile: nada me causa tanto placer como saber que tengo entre mis manos un buen libro. Y mas aun si me lo recomienda el, que no es un escritor de moda: el es serio.
– Ven -le dije-, te invito a un cafe en senal de agradecimiento.
Caminamos por Providencia -ya no el centro, como en mi infancia- y no tuvimos que avanzar mucho para instalarnos apropiadamente.
Insisto en que lo de Berlin me tenia confusa, no era un dia normal. Mi intencion era conversar y, ojala, hacerme un poco amiga de este hombre a quien sentia conocer por sus libros. Quizas hasta podriamos haber conversado del maremoto de Corral, de su viudez y su inusitada historia. De hecho, durante un magico momento, lo hicimos. Le hable de mis autores favoritos y escuche sus comentarios casi con devocion. Un punto a su favor: reparo inmediatamente en mi anillo.
– Esa es la piedra cruz -dijo.
– Lo se.
– Es del sur, del rio Laraquete, cerca de mi tierra.
– Tambien lo se.
– Me sorprende que lo uses. No se lo he visto nunca a otra persona.
Pero prefirio irse por lo facil: me convido a un hotel, a la media hora de haberlo conocido. ?Que poco sutil!
Por si acaso, le dije que no.
Noviembre, no se que dia
Estoy molesta con Susana. Ella me da lo mismo, no es mas que una aspirante a escritora que da vueltas alrededor de la libreria. Pero igual tengo rabia, como si me hubiera ganado.
Principios de diciembre
Es que me conmovio su historia. Toda geografia arrebatada me conmueve. ?Como no? Josefa dice que la desproteccion en los hombres actua sobre mi como anzuelo sexual, que soy el refugio perfecto para narcisos desvalidos. Esa es su ponderacion. Es cierto que fue asi con el padre de Jacinta, pero han pasado los anos y supongo que no ha sido en vano.
Bien estuvo mi super?yo al no admitir la separacion externa entre una mujer -otra-
Nos volvimos a encontrar en la libreria. Segun el, me buscaba. Dijo que yo le debia las impresiones de El gran cuaderno. Eran tantas, y tan apasionadas, que del cafe pasamos al trago (que el no tomo) y terminamos en la comida. Entre el congrio frito del Venezia y las papayas al jugo me fui enterando de su historia. Supe, desde los titulares, que el hotel estaba muy cerca, que casi tenia un pie adentro.
A los veinte anos, a raiz del maremoto, Eduardo quedo absolutamente solo. Enfilo hacia el norte. Se detuvo en Chillan. Ni el sabe como paso los dos meses siguientes, metido dia y noche en una cantina. Los vecinos, de puro buenos, emborrachaban a este damnificado y asi le inventaron esa sed de la cual es victima hasta hoy.
Despues, lo de siempre: empezo trabajando en un camion, salio a buscar ripio a los rios cercanos. Una mujer lo invito a vivir con ella -alimento para el cuerpo y para el alma-, y luego llego el clasico momento del vacio intelectual: decidio entrar a la universidad. Leyes fue su eleccion. No duro mucho. Empleado en una notaria gano el dinero suficiente, hasta que pudo volcarse al centro de Santiago, incorporarse a la bohemia que florecia en esos anos y escribir un libro.
Su primera novela, Al fondo del mar, ambientada en el sur y con el maremoto como elemento central, fue todo un suceso. Se leyo, se vendio, se critico, se reimprimio, llegaron los derechos de autor, la inclusion en la lectura escolar obligatoria, las reediciones, una tras otra. Comenzo muchas segundas novelas que no termino -el drama de todo escritor, me dijo-, hasta que a principios de los setenta publico Terra Australis, este nuevo mundo. Ahora el tema era contingente, nada que ver con el costumbrismo sureno. Pero no paso casi nada. Por fin, Eduardo abandono el pais, imaginando que en otras tierras respiraria vivencias, imaginacion y fuerza. Se instalo en Canada, donde publico, en los anos ochenta, su tercera novela. Recuerdo muy bien cuando llego a Chile, era una buena edicion y se veia bonita en los estantes de la libreria de papa. La lei y me gusto, me gusto mucho. Era pura nostalgia de su tierra, y en aquella epoca la nostalgia nos envolvia a todos; tanto los de afuera como los de adentro se identificaron. Pero la critica no valoro esta identificacion, que atribuyo a razones «extraliterarias» (por tanto, no valederas). De esto hace siete anos. No se ha repetido el exito del primer libro. La proxima novela -dice el- se esta escribiendo.
– Todavia esta por verse si soy realmente un buen escritor, o si fue nada mas la fuerza del maremoto -me dijo mientras saboreaba el postre.
Y yo parti con el.
Nota: entrando al hotel, le lance la pregunta: «?Y Susana?» No fue pose su desconcierto, y tampoco su inmediata contestacion: «?Susana? ?Quien es?»