entendido hasta entonces habia sido borrada de un solo golpe. Por suerte no pude abandonarme a ese estado depresivo, la vida proseguia con sus exigencias.

La vida eras tu: llegaste, pequena, indefensa, sin tener a nadie mas en el mundo, invadiste esta casa silenciosa y triste con tus risas repentinas, con tus llantos. Mirando tu cabezota de nina oscilar entre la mesa y el sofa, recuerdo haber pensado que no estaba todo perdido. El azar, con su imprevisible generosidad, me habia ofrecido una ocasion mas.

El Azar. En cierta ocasion, el marido de la senora Morpurgo me dijo que en la lengua hebraica esa palabra no existe: para indicar algo que se refiere a la casualidad se ven obligados a utilizar la palabra «azar», que es de origen arabe. Es comico, ?no crees? Comico, pero tambien tranquilizador: donde hay Dios, no hay sitio para el azar, ni siquiera para el humilde vocablo que lo representa. Todo esta ordenado y regulado desde las alturas, cada cosa que te ocurre, te ocurre porque tiene un sentido. He experimentado siempre una gran envidia por quienes abrazan esa vision del mundo sin vacilaciones, por su eleccion de la levedad. Por lo que a mi respecta, con toda mi buena voluntad no he logrado hacerla mia mas de un par de dias seguidos; delante del horror, delante de la injusticia, siempre he retrocedido: en vez de justificarlos con gratitud, siempre nacio en mi interior un sentimiento muy grande de rebeldia.

Ahora, de todas maneras, me preparo para realizar una accion realmente azarosa, enviarte un beso. Cuanto los detestas, ?eh? Rebotan en tu coraza como pelotas de tenis. Pero no tiene la menor importancia, te guste o no te guste igualmente te envio un beso. No puedes hacer nada porque en este momento, transparente y ligero, ya esta volando sobre el oceano.

Estoy fatigada. He releido lo que he escrito hasta ahora con cierta ansiedad. ?Comprenderas algo? Muchas cosas se agolpan en mi cabeza, para salir se dan empellones entre si, como las senoras frente a los saldos de temporada. Cuando razono nunca consigo mantener un metodo, un hilo conductor que con sentido logico lleve desde el principio hasta el final. Quien sabe, a veces pienso que se debe al hecho de que nunca fui a la universidad. He leido muchos libros, he sentido curiosidad por muchas cosas, pero siempre con un pensamiento puesto en los panales, otro en los hornillos, otro en los sentimientos. Un botanico, si pasea por una pradera escoge las flores con un orden preciso, sabe que es lo que le interesa y que es lo que no le interesa en lo mas minimo; decide, descarta, establece relaciones. Pero si el que pasea por la pradera es un excursionista, escoge las flores de manera muy distinta: una porque es amarilla, otra porque es azul, una tercera porque es perfumada, la cuarta porque esta al borde del sendero. Creo que mi relacion con el saber ha sido justamente asi. Tu madre siempre me lo echaba en cara. Cuando discutiamos yo siempre sucumbia en seguida. «Careces de dialectica -me decia-. Como todos los burgueses, no sabes defender lo que piensas.»

Del mismo modo que tu estas empapada de una inquietud salvaje y desprovista de nombre, asi tu madre estaba empapada de ideologia. Para ella era una fuente de reprobacion el hecho de que yo hablase de cosas pequenas y no de las grandes. Me tildaba de reaccionaria y enferma de fantasias burguesas. Segun su punto de vista yo era rica y, en tanto que rica, entregada a lo superfluo, al lujo, naturalmente proclive al mal.

Por como me miraba a veces, yo estaba segura de que, en caso de haber un tribunal del pueblo presidido por ella, me habria condenado a muerte. Yo tenia la culpa de vivir en una torre con jardin en vez de en una barraca o en un piso del extrarradio. A dicha culpa se anadia el hecho de haber heredado una pequena renta que nos permitia a ambas vivir. A fin de no cometer los errores que habian cometido mis padres, me interesaba por lo que decia o, por lo menos, me esforzaba por llevarlo a la practica. Nunca me burle de ella ni jamas le di a entender hasta que punto era extrana a cualquier idea totalizadora, pero de todas formas ella debia percibir mi desconfianza ante sus frases hechas.

Ilaria fue a la Universidad de Padua. Hubiera podido muy bien ir a Trieste, pero era demasiado intolerante como para seguir viviendo a mi lado. Cada vez que le proponia ir a visitarla me contestaba con un silencio cargado de hostilidad. Sus estudios avanzaban muy lentamente, yo no sabia con quien compartia la casa, nunca habia querido decirmelo. Como conocia su fragilidad, estaba preocupada. Habia ocurrido lo del mayo frances: universidades ocupadas, movimiento estudiantil. Oyendo las pocas cosas que me contaba por telefono, me daba cuenta de que ya no lograba seguirle el paso, estaba siempre muy enardecida por algo y ese algo cambiaba constantemente. Obedeciendo a mi papel de madre, intentaba comprenderla, pero era muy dificil: todo estaba agitado, todo era escurridizo, habia demasiadas ideas nuevas y demasiados conceptos absolutos. Ilaria, en vez de expresarse con palabras suyas, enhebraba un eslogan tras otro. Yo temia por su equilibrio psiquico: el hecho de sentirse miembro de un grupo con el que compartia las mismas certezas, los mismos dogmas absolutos, reforzaba de una manera preocupante su natural tendencia a la arrogancia.

Cuando llevaba seis anos en la universidad me preocupo un silencio mas prolongado que los anteriores, y cogi el tren para ir a verla. Nunca lo habia hecho desde que estaba en Padua. Cuando abrio la puerta se quedo aterrorizada. En vez de saludarme, me agredio: «?Quien te ha invitado? -y sin darme siquiera el tiempo de contestarle, anadio-: Deberias haberme avisado, justamente estaba a punto de salir. Esta manana tengo un examen importante.» Todavia llevaba el camison puesto, era evidente que se trataba de una mentira. Simule no darme cuenta y le dije: «Paciencia, quiere decir que te esperare, y despues festejaremos juntos el resultado.» Poco despues se marcho de verdad con tanta prisa que se dejo sobre la mesa los libros.

Una vez sola en la casa, hice lo que cualquier otra madre habria hecho: me di a curiosear por los cajones, buscaba una senal, algo que me ayudase a comprender que direccion habia tomado su vida. No tenia la intencion de espiar, de ponerme en plan de censura o inquisicion, estas cosas nunca han formado parte de mi caracter. Solo habia en mi una gran ansiedad y para aplacarla necesitaba algun punto de contacto. Salvo octavillas y opusculos de propaganda revolucionaria, no encontre nada, ni un diario personal o una carta. En una de las paredes de su dormitorio habia un cartel con la siguiente inscripcion: «La familia es tan estimulante y ventilada como una camara de gas.» A su manera, aquello era un indicio.

Ilaria regreso a primera hora de la tarde. Tenia el mismo aspecto de ir sin aliento que cuando salio. «?Como te fue el examen?», pregunte con el tono mas carinoso posible. «Como siempre -y, tras una pausa, agrego-: ?Para esto has venido, para controlarme?» Yo queria evitar un choque, de manera que con tono tranquilo y accesible le conteste que solo tenia un deseo: que hablasemos un rato las dos.

«?Hablar? -repitio incredula-. Y, ?de que? ?De tus pasiones misticas?»

«De ti, Ilaria», dije entonces en voz baja, tratando de encontrar su mirada. Se acerco a la ventana, mantenia la mirada fija en un sauce algo apagado. «No tengo nada que contar; por lo menos, no a ti. No quiero perder el tiempo con charlas intimistas y pequenoburguesas.» Despues desplazo la mirada del sauce a su reloj de pulsera y dijo: «Es tarde, tengo una reunion importante. Tienes que marcharte.» No obedeci: me puse de pie, pero en vez de salir me acerque a ella y cogi sus manos entre las mias. «?Que ocurre? -le pregunte-. ?Que es lo que te hace sufrir?» Percibia que su aliento se aceleraba. «Verte en este estado me hace doler el corazon -anadi-. Aunque tu me rechaces como madre, yo no te rechazo como hija. Querria ayudarte, pero si tu no vienes a mi encuentro no puedo hacerlo.» Entonces la barbilla le empezo a temblar como cuando era nina, y estaba a punto de llorar, aparto sus manos de las mias y se volvio de golpe. Su cuerpo delgado y contraido se sacudia por los sollozos profundos. Le acaricie el pelo; su cabeza estaba tan caliente como heladas sus manos. Se dio la vuelta de golpe y me abrazo escondiendo el rostro en mi hombro. «Mama -dijo-, yo… yo…»

En ese preciso instante se oyo el telefono.

– Deja que siga llamando -le susurre al oido.

– No puedo -contesto enjugandose las lagrimas.

Cuando levanto el auricular su voz volvia a ser metalica, ajena. Por el breve dialogo comprendi algo grave

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