hecho una cosa tan horrible, doctor Faraday? ?Por que lo habra hecho?

Me dijo todo esto una hora larga despues de llegar yo a la casa, y entonces yo ya habia estado en la habitacion de la senora Ayres. Tuve que armarme de valor para entrar, parado ante la puerta con la llave en la mano. Yo tambien pensaba en que Caroline habia estado alli antes que yo y que habia empujado la puerta y la habia encontrado cerrada… Me estremecio la primera vision de la cara hinchada y oscurecida de la senora Ayres; faltaba lo peor, no obstante, porque cuando le abri el camison para examinar su cuerpo descubri una veintena de pequenos cortes y magulladuras, al parecer por todo el torso y los miembros. Algunos eran nuevos, otros casi sin color. La mayoria eran simples rasgunos y pellizcos. Pero vi con horror que un par de ellos casi parecian marcas de mordiscos. Los mas recientes, todavia manchados de sangre, a todas luces habian sido hechos muy poco antes de la muerte: en otras palabras, en aquel lapso relativamente breve transcurrido entre que Caroline hubo dejado a su madre, a las cinco de la manana, y la aparicion de Betty con la bandeja del desayuno, a las ocho. Era inimaginable el terror y la desesperacion que debieron de apoderarse de la senora Ayres en aquellas tres horas aciagas. El Veronal deberia haberla mantenido dormida mucho mas alla de la hora en que Caroline se habia marchado; de algun modo, sin embargo, se habia despertado, se habia levantado y, de forma calculada, cerrado con llave la puerta de su dormitorio, y despues se habia desembarazado de la llave e iniciado la actividad sistematica de torturarse hasta la muerte.

Luego empece a recordar nuestra conversacion en el jardin tapiado. Recorde el brote de las tres gotas de sangre. «Mi hijita no siempre es buena…» ?Era posible? ?Lo era? ?O era incluso algo peor? ?Y si, al desear que viniera su hija, solo habia conseguido infundir fuerza y determinacion a alguna otra cosa, a algo mas sombrio?

Esta idea se me hizo insoportable. Cubri a la senora Ayres con la manta para apartarla de mi vista. Lo mismo que Betty, me vencio un deseo intenso, casi culpable, de huir de la habitacion y de los horrores que inspiraba.

Cerre con llave y volvi a la salita. Encontre a Caroline todavia sentada sin expresion en el sofa; Betty habia traido el te, pero se habia quedado frio en las tazas y la chica iba y venia de la habitacion a la cocina como si realizara sonambula los movimientos de sus quehaceres cotidianos. Le pedi que preparase cafe, y cuando hube bebido una taza fuerte fui lentamente al vestibulo para llamar por telefono.

Fue como un eco pesadillesco de la noche anterior. Primero llame al hospital del distrito para pedir que enviaran una furgoneta del deposito para trasladar el cadaver de la senora Ayres. Despues, algo mas reacio, telefonee al sargento de la policia local para informar de la muerte. Le di los detalles basicos y convinimos en que pasaria a tomar declaraciones. Y luego hice mi tercera y ultima llamada.

Llame a Seeley. Le pille justo al final de su sesion de cirugia matutina. La comunicacion era mala, pero agradeci los chisporroteos. Al oir su voz la mia desfallecio por un momento.

– Soy Faraday -dije-. Estoy en la casa. Nuestra paciente, Seeley. Me temo que nos ha ganado la partida.

– ?Ganado la partida? -No me oyo bien, o no comprendio. Despues recupero la respiracion-. ?Diablos! No puedo creerlo. ?Como ha sido?

– De mala manera. No puedo decirselo.

– Claro que no puede… Dios, es terrible. ?Lo que nos faltaba!

– Si, ya lo se. Pero escuche, el motivo de mi llamada es el siguiente: la mujer de Rugby de la que le hable, la enfermera. Hagame un favor, ?quiere? Llamele de mi parte y expliquele lo que ha sucedido. Yo no puedo.

– Si, por supuesto.

Le di el numero; hablamos un par de minutos mas. El repitio:

– Un asunto muy feo para la familia…, para lo que queda de ella. ?Y para usted, Faraday! Lo lamento muchisimo.

– Es culpa mia -dije. La linea seguia chisporroteando y el creyo que me habia oido mal. Se lo repeti. Y anadi-: Tendria que habermela llevado. Tuve mi oportunidad.

– ?Que? ?No estara culpandose a si mismo? Vamos, Faraday. Todos lo hemos visto. Cuando un paciente ha decidido hacerlo poco se puede hacer para impedirselo. Se vuelven taimados, como usted sabe. Vamos, hombre.

– Si -dije-. Supongo que si.

Pero no me convencieron mis propias palabras. Y, despues de colgar el auricular, mire hacia arriba por la curva de la escalera a la habitacion de la senora Ayres y adverti que tenia que huir casi abyectamente, con los ojos bajos y la cabeza gacha.

Me reuni con Caroline en la salita, me sente a su lado y le cogi la mano. Sus dedos estaban tan frios y anonimos en los mios como los de un maniqui de cera; los levante con suavidad hasta mis labios y ella no reacciono. Solo ladeo la cabeza como si escuchara algo. Lo cual me indujo a escuchar yo tambien. Nos quedamos en una postura congelada -ella con la cabeza inclinada, yo con su mano todavia levantada hasta mi boca-, pero el Hall permanecio silencioso. No se oia ni el tictac de un reloj. La vida parecia contenida, detenida dentro de la casa.

Capto mi mirada y dijo en voz baja:

– ?Lo notas? La casa esta por fin silenciosa. Fuera lo que fuera lo que habia aqui, se ha llevado todo lo que queria. ?Y sabes que es lo peor? ?Lo que no le perdono? Que me obligo a ayudarle.

Capitulo 13

Fue lo unico que dijo ella al respecto. Llegaron la policia y los hombres de la morgue y el sargento nos tomo declaracion -a Caroline, a mi y a Betty- mientras sacaban el cuerpo de la casa. Cuando los hombres se fueron, Caroline se quedo por un momento nuevamente inexpresiva, pero luego, como un muneco al que le insuflan vida, se sento al escritorio para hacer una lista de todas las cosas que habia que hacer los dias siguientes; en una hoja aparte escribio los nombres de las amistades y conocidos a los que habia que notificar el fallecimiento de su madre. Yo quise que lo dejara para mas adelante; ella movio la cabeza y siguio escribiendo obstinadamente, y comprendi por fin que las tareas la estaban protegiendo de la parte mas dura de su conmocion, y que quiza fuese lo mejor para ella. Le hice prometer que pronto descansaria, tomaria un sedante y se acostaria, y la envolvi en una manta escocesa que cogi del sofa para que no se enfriara. Abandone la casa con el sonido sordo de los postigos que se cerraban y el tamborileo de los aros de las cortinas: Caroline habia mandado a Betty que oscureciera las habitaciones, en un gesto anticuado de pesar y respeto. Cuando cruzaba la grava oi como se cerraba el ultimo postigo, y cuando volvi a mirar el Hall desde la embocadura del sendero parecio que la casa contemplaba, ciega de pena, el silencioso paisaje blanco.

No queria marcharme de alli, pero me quedaban por hacer algunas tareas deprimentes y no me dirigi a mi casa, sino a Leamington, para comunicar la muerte de la senora Ayres al coroner [6]del municipio. Yo ya habia comprendido que no habia manera de ocultar los detalles del caso, que no era posible quitarle importancia a la muerte, como yo habia hecho de cuando en cuando con otras familias en duelo, presentandola como algo natural; pero puesto que efectivamente habia estado tratando la inestabilidad mental de la senora Ayres, y ya habia tenido pruebas de la violencia que se habia infligido ella misma, albergaba la esperanza infundada de que podria ahorrar a Caroline el calvario de una investigacion. El coroner, sin embargo, aunque comprensivo, era un hombre escrupuloso. La muerte habia sido subita y violenta; haria lo posible por que la investigacion, ineludible, fuera discreta.

– Lo cual incluye tambien una autopsia, por supuesto -me dijo-. Y como usted es el medico que certifica la muerte, normalmente le encargaria que la realizase usted mismo. Pero ?se siente en condiciones? -Conocia mi relacion con la familia-. No habria nada deshonroso en que confiara la tarea a algun colega.

Lo considere durante unos segundos. Nunca me habian gustado las autopsias, y son especialmente dificiles de practicar cuando el paciente en cuestion ha sido un amigo personal. Al mismo

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