evidentemente no estaba muy afectado por la muerte de la senora Ayres, porque mantuvo una conversacion liviana con nosotros durante todo el trayecto hasta Hundreds. Hacia mas de diez anos que no visitaba el Hall y parecia ingenuamente contento de tener la ocasion de ver de nuevo el lugar. Dijo que en otro tiempo iba alli con sus padres y que tenia muchos recuerdos dichosos de la casa, los jardines, el parque… Solo guardo silencio cuando empezamos a dar brincos sobre el sendero enmaranado. Cuando nos liberamos del laurel y las ortigas y enfilamos la curva de grava vi que miraba la casa cegada como si no pudiera creerlo.

– La encuentra cambiada, ?verdad? -le dijo Bill Desmond, al apearnos los cuatro.

– ?Cambiada! ?No la habria reconocido! Parece sacada de una pelicula de terror. No me extrana que mi tia…

Se trago las palabras, avergonzado, y sus jovenes mejillas se pusieron coloradas.

Pero cuando nos reunimos con el grupito de dolientes que se dirigian hacia la salita, observe que otras personas miraban alrededor, sin duda pensando lo mismo. Eramos unos veinticinco: demasiados, la verdad, para la habitacion, pero no habia ningun otro sitio donde reunimos y Caroline habia ampliado el espacio retirando los muebles; por desgracia, al hacerlo habian quedado al descubierto las partes mas raidas de las alfombras y los desgarrones y desperfectos del propio mobiliario. A algunos invitados debio de parecerles simplemente excentrico, pero a cualquiera que hubiese conocido el Hall en sus dias de esplendor la decadencia de la casa debio de causarles una sorpresa espantosa. Los tios de Sussex de Caroline, en especial, ya habian echado un buen vistazo alrededor. Habian visto el salon, con su techo abombado, el papel de pared desgarrado y la ruina ennegrecida que habia sido antano la habitacion de Roderick; y habian visto en el parque descuidado el boquete en el muro y las rojas viviendas municipales que parecian haber brotado como hongos dentro del perimetro. Aun conservaban una expresion atonita. Al igual que los Rossiter y los Desmond, daban por sentado que Caroline no debia quedarse sola en el Hall. Cuando yo entre, se la habian llevado aparte y estaban intentando convencerla de que volviera con ellos a Sussex aquella misma tarde. Ella se negaba moviendo la cabeza.

– Ni pensar en marcharme justo ahora -la oi decir-. Todavia no puedo pensar en nada.

– Pues tanto mayor motivo para que te cuidemos, ?no?

– Por favor…

Se recogio hacia atras el pelo con dedos torpes, y se le formaron mechones separados sobre la mejilla. Llevaba un sencillo vestido negro que le descubria el cuello, tan palido que se le veian las venas, azules como moraduras.

– No insistais, por favor -decia, cuando me acerque a ella-. Se que solo quereis ser amables.

Le toque el brazo y se volvio hacia mi, agradecida. Dijo, con un tono mas bajo:

– Estas aqui. ?Ha llegado todo el mundo?

– Si -dije en voz baja-. Ya estan todos aqui, no te preocupes. Todo esta bien. ?Quieres beber o comer algo?

En la mesa habia abundantes bocadillos. Betty estaba alli llenando platos, sirviendo bebidas con las mejillas casi tan blancas como las de Caroline, y con los ojos enrojecidos. No habia venido al entierro; se habia quedado en el Hall para prepararlo todo.

Caroline movio la cabeza como si la idea de comer la hubiera mareado.

– No tengo hambre.

– Creo que te sentaria bien una copa de jerez.

– No, ni siquiera eso. Pero quiza mi tio y mi tia…

A los tios, por el momento, parecia haberles aliviado mi llegada. Antes del entierro yo les habia sido presentado como el medico de la familia; habiamos hablado un poco de la enfermedad de la senora Ayres y de la de Roderick, y creo que se habian alegrado de ver que yo no me separaba del lado de Caroline, porque -y no era de extranar- suponian que mi presencia era sobre todo profesional y Caroline tenia un aspecto terriblemente cansado y palido. Ahora la tia dijo:

– Ayudenos, doctor. Seria distinto si estuviese Roderick. Pero Caroline no puede quedarse sola en esta casa tan grande. Queremos que venga a Sussex con nosotros.

– ?Y que quiere Caroline? -dije.

La mujer retrajo la barbilla. Se parecia a su hermana, la senora Ayres, pero era de una constitucion mas ancha, con menos encanto. Dijo:

– ?En estas circunstancias no creo que Caroline este en condiciones de saber lo que quiere! No se tiene en pie. Sin duda un cambio de aires le sentara bien. Siendo usted su medico, deberia estar de acuerdo.

– Como medico probablemente lo estoy -dije-. En otros sentidos…, me temo que no me complace nada que Caroline se vaya de Warwickshire precisamente ahora.

Sonrei al decir esto y enlace mi mano con el brazo de Caroline. Ella se movio, consciente de la presion de mis dedos, pero creo que no se habia enterado de la mayor parte de la conversacion; miraba alrededor de la salita, preocupada de que todo estuviese en orden. Vi como cambiaba la expresion de su tia. Hubo una pausa, tras la cual se dirigio a mi con un tono algo mas seco:

– Me temo que he olvidado su nombre, doctor.

Se lo repeti. Ella anadio:

– Faraday… No, no creo que mi hermana le mencionara nunca.

– No creo que lo hiciera -dije-. Pero estabamos hablando de Caroline, creo.

– Caroline se encuentra en un estado bastante vulnerable.

– Estoy totalmente de acuerdo con usted.

– Cuando pienso en ella aqui, sola y sin amigos…

– Solo que eso no es verdad. Mire alrededor: tiene muchos amigos. Creo que mas de los que tendria en Sussex.

La mujer me miro, frustrada. Se dirigio a su sobrina.

– Caroline, ?de verdad quieres quedarte? Te aseguro que no voy a ser indulgente a este respecto. Si te ocurriese algo, tu tio y yo nunca nos lo perdonariamos.

– ?Ocurrirme? -dijo Caroline, perpleja, concentrando de nuevo su atencion en nosotros-. ?A que te refieres?

– Me refiero a si te ocurre cualquier cosa mientras estas sola en esta casa.

– No puede ocurrirme nada, tia Cissie -dijo Caroline-. Ya no queda nada por suceder.

Creo que lo decia en serio. Pero la otra mujer la miro y quiza penso que estaba haciendo un amago de humor macabro. Vi en su expresion un levisimo asomo de disgusto.

– Bueno, no eres una nina, por supuesto -dijo-, y tu tio y yo no podemos obligarte…

En este momento interrumpio el dialogo la llegada de otro invitado. Caroline se disculpo y fue diligentemente a recibirle; y yo tambien me separe de los tios.

La reunion, como era comprensible, fue muy apagada. No hubo discursos ni tentativas de seguir el ejemplo del parroco y hallar algunas gotas de consuelo en la tristeza. Alli parecia mas dificil hacerlo, ya que el visible deterioro de la casa y el paisaje recordaban brutalmente el de la propia senora Ayres; y era imposible no recordar que el suicidio se habia cometido en una habitacion a pocos centimetros encima de nuestras cabezas. La gente deambulaba hablando con desgana, en murmullos, no simplemente triste, sino como alterada, nerviosa. De tanto en tanto miraban a Caroline, como habia hecho su tia, con un atisbo de inquietud. Yendo de un grupo a otro oi que varias personas conjeturaban en voz baja sobre que seria del Hall ahora, convencidas, por lo visto, de que Caroline tendria que abandonarlo, de que la mansion no tenia futuro.

Aquello empezo a molestarme. Se me antojo que habian acudido sin saber nada de la casa y nada de Caroline y de lo que era mejor para ella, y sin embargo formulaban juicios y suposiciones

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