momento se encontraba indispuesta. La chica llamo a un par de colegas y las tres pasaron un rato muy agitado sacando muestrarios, desenrollando rollos de tela, eligiendo botones. Vi que se habian formado una imagen de la novia como una especie de invalida romantica. «?Podra caminar la senora?», me preguntaron delicadamente, y «?Llevara guantes?». Pense en las piernas fuertes y gruesas de Caroline, en sus dedos bien formados y estropeados por el trabajo… Nos decidimos por un vestido sencillo, de cinturon estrecho y una tela beige clara que confie en que armonizara con su pelo castano y sus ojos avellana; y para la cabeza y las manos encargue simples ramilletes de flores de seda clara. Todo el conjunto costaba un poco mas de once libras, y me gaste todos mis cupones de ropa. Sin embargo, en cuanto empece a comprar segui gastando con una especie de placer intranquilo. Unas cuantas puertas mas abajo de las modistas estaba la mejor joyeria de Leamington. Entre y pedi que me ensenaran su muestrario de alianzas. No tenian muchas y la mayoria eran anillos convencionales: de nueve quilates, livianos y dorados, que me parecieron articulos de Woolworth. De una bandeja mas cara elegi un sencillo anillo de oro, estrecho pero pesado, que costaba quince guineas. Mi primer automovil me habia costado menos. Rellene el cheque con un nervioso floreo, tratando de dar la impresion de que gastaba sumas asi todos los dias.

Tuve que dejar la alianza en la joyeria, para que la ensancharan a la medida que yo habia calculado que era la de Caroline. Asi que volvi a casa sin nada que mostrar del dinero que habia gastado, y mi baladronada se desinflaba con cada kilometro, mis nudillos palidecian sobre el volante al pensar en lo que habia hecho. Pase los dias siguientes presa del panico de un soltero, repasando mis cuentas y preguntandome como demonios pensaba mantener a una esposa; me preocupaba otra vez la Seguridad Social. Desesperado, fui a ver a Graham, que se rio de mi, me ofrecio un whisky y finalmente consiguio calmarme.

Unos dias despues regrese a Leamington para recoger la alianza y el vestido. El anillo pesaba mas de lo que yo recordaba, lo que me tranquilizo enormemente; reposaba sobre un fondo de seda rizada, dentro de un pequeno estuche de tafilete que parecia caro. El vestido y las flores venian asimismo en cajas, y eso tambien me alegro. El vestido era exactamente como yo lo queria: puro, fresco, sencillo y con el brillo que posee lo nuevo.

Las dependientas esperaban que la senora se encontrara mejor. Se mostraron muy sentimentales a este respecto, y le desearon «buena suerte, buena salud y un largo y feliz matrimonio».

Esto fue un martes, dos semanas y dos dias antes de la boda. Aquella noche trabaje en el hospital, con el anillo en el bolsillo y el vestido dentro de su caja en el maletero de mi coche. Al dia siguiente me contrario estar tan ocupado que no pude pasar por el Hall. Pero lo visite el jueves por la tarde; entre en el parque cerrado con mi propia llave, como de costumbre, y luego recorri silbando el sendero de entrada con la ventanilla bajada, porque el dia era radiante. Me puse las cajas debajo del brazo y entre en la casa sigilosamente por el lado del jardin. Desde la vuelta de la escalera del sotano llame en voz baja:

– ?Betty! ?Estas ahi?

Ella salio de la cocina y me miro pestaneando.

– ?Donde esta la senorita Caroline? ?En la salita? -dije.

Ella asintio.

– Si, doctor. Ha estado alli todo el dia.

Levante las cajas.

– ?Que crees que traigo aqui?

Ella escruto las cajas, perpleja.

– No lo se. -Entonces le cambio la cara-. ?Cosas para la boda de la senorita!

– Quiza.

– ?Oh! ?Puedo verlas?

– Todavia no. Quiza mas tarde. Traenos un te dentro de media hora. Quiza Caroline te las ensene entonces.

Dio un divertido brinco de jubilo y volvio a la cocina. Yo me dirigi a la fachada principal de la casa y maniobre cuidadosamente con las cajas para rodear la cortina de pano verde, y las lleve a la salita. Encontre a Caroline sentada en el sofa, fumando un cigarrillo.

La habitacion estaba recargada, el humo se cernia tan viscosamente en el aire caliente y quieto como la clara de un huevo flotando sobre agua, como si llevara un rato alli sentada. Deposite las cajas en el asiento a su lado, la bese y dije:

– ?Hace un dia precioso! Querida, te vas a ahumar. ?Puedo abrir la puertaventana?

Ella no miro las cajas. Se quedo sentada en una postura tensa y me miro mordiendose la comisura de los labios.

– Si, como quieras -dijo.

No creo que la puertaventana hubiese estado abierta del todo desde que, alla por enero, habiamos salido de la casa para inspeccionar las obras del parque. Costaba trabajo girar las manillas y los marcos chirriaron al moverse; al otro lado, los escalones estaban recubiertos de enredaderas que apenas empezaban a crepitar de vida. Pero en cuanto las puertas se abrieron de par en par, el aire entro derecho desde el jardin, humedo y fragante, tenido de verdor.

Volvi junto a Caroline. Ella estaba aplastando la colilla y se habia adelantado como para levantarse.

– No, no te levantes -dije-. Tengo que ensenarte algo.

– Tengo que hablar contigo.

– Yo tambien tengo que hablar contigo. He estado ocupado, por tu causa. Por nosotros dos, deberia decir. Mira.

– He estado pensando -comenzo ella, como si no me hubiera oido y se propusiera decir algo mas.

Pero yo le habia acercado la mas grande de las cajas y ella la miro y al final vio su etiqueta. Cautelosa de repente, pregunto:

– ?Que es esto?

Su tono me puso nervioso.

– Ya te lo he dicho -dije-. He estado ocupado con cosas nuestras.

Me lami los labios; se me habia secado la boca y mientras sostenia la caja flaqueo mi confianza. Hable, por tanto, atropelladamente.

– Oye, ya se que esto no es lo que se estila, pero pense que no te importaria. Bueno, en lo nuestro… no ha habido muchos convencionalismos. Me encanta que sea un dia especial.

Le puse la caja encima del regazo. Ahora la miro casi asustada. Cuando levanto la tapa y aparto los pliegues de papel de seda y vio debajo el sencillo vestido, guardo silencio. El pelo se le cayo hacia delante y le tapo la cara.

– ?Te gusta? -le pregunte.

Ella no contesto.

– Ojala te quede bien. Lo encargue con las medidas de otro vestido tuyo. Betty me ayudo. Hemos actuado como agentes secretos. Si no te ajusta hay mucho tiempo para arreglarlo.

Ella no se habia movido. El corazon me dio un brinco y luego siguio latiendo, mas rapido que antes.

– ?Te gusta? -repeti.

Ella respondio en voz baja:

– Si, mucho.

– Tambien te he comprado algo para la cabeza y las manos.

Le entregue la segunda caja y ella la abrio lentamente. Vio los ramilletes de flores de seda que habia dentro pero, al igual que antes, no los saco del papel, sino que se limito a mirarlos, con la cara todavia oculta por el pelo caido. Segui adelante como un idiota y me meti la mano en el bolsillo y saque el estuchito de tafilete.

Al volverse para verlo, parecio electrizada. Se levanto y las cajas le resbalaron del regazo y se derramo su contenido.

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