Crei que la habia comprendido; no habia comprendido nada. Dije, absolutamente horrorizado:

– No hablas en serio. La finca podria dividirse; podria ocurrir cualquier cosa. ?No es posible lo que dices! Para empezar, no puedes venderla. Pertenece a tu hermano.

Sus parpados ondearon un poco. Dijo:

– He hablado con el doctor Warren. Y anteayer fui a ver al senor Hepton, nuestro abogado. La primera vez que Rod estuvo enfermo, al final de la guerra, redacto un poder notarial, por si acaso mi madre y yo algun dia teniamos que tomar decisiones sobre la finca en su nombre. Hepton dice que el documento sigue siendo valido. Puedo realizar la venta. Es lo que haria Rod si estuviera sano. Y creo que empezara a curarse cuando se venda la casa. Y cuando haya mejorado de verdad, este yo donde este, mandare a buscarle y vendra a reunirse conmigo.

Hablaba serena, razonablemente, y vi que cada palabra la decia en serio. Una especie de panico me obturo la garganta y empece a toser. La tos crecio como una convulsion subita, violenta y seca. Tuve que apartarme de Caroline para apoyarme en el marco de la puertaventana abierta, estremecido y al borde de las arcadas sobre los escalones de fuera, recubiertos de enredaderas.

Ella alargo la mano hacia mi. Dije, a medida que la tos remitia:

– No me toques, estoy bien. -Me enjugue la boca-. Yo tambien vi a Hepton anteayer. Me encontre con el en Leamington. Tuvimos una agradable charla.

Ella sabia de que le estaba hablando, y por primera vez parecio avergonzarse.

– Lo siento muchisimo.

– No dices otra cosa.

– Deberia habertelo dicho antes. No deberia haber permitido que las cosas llegaran tan lejos. Yo… queria asegurarme. He sido una cobarde, lo se.

– Y yo un imbecil, ?no?

– No digas eso, por favor. Has sido enormemente decente y bueno.

– En fin, ?lo que se reiran de mi ahora en Lidcote! Me esta bien empleado, supongo, por pretender salirme de mi clase social.

– No, por favor.

– ?No es lo que dira la gente?

– La buena gente no.

– No -dije, incorporandome-. Tienes razon. Lo que diran es lo siguiente. Diran: «La pobre y fea Caroline Ayres. ?No se da cuenta de que ni en Canada encontrara un hombre que la quiera?».

Dije estas palabras deliberadamente, directamente a la cara. Despues atravese la salita y recogi el vestido del sofa.

– Mejor que te quedes con esto -dije, haciendo con el un rebujo, y se lo arroje-. Dios sabe que lo necesitas. Quedate tambien con esto -anadi y le tire las flores, que aterrizaron a sus pies, temblando.

Entonces vi el estuchito de tafilete, que habia sacado del bolsillo, sin pensarlo, cuando ella empezo a hablar. Lo abri y saque el pesado anillo de oro; y tambien se lo lance. Me averguenza decir que se lo lance con fuerza, con animo de golpearla. Ella lo esquivo y el anillo salio por la ventana abierta. Crei que la habia atravesado limpiamente, pero debio de rebotar segun pasaba en una de las puertas de cristal. Se oyo un sonido como de un disparo de pistola de aire comprimido, asombrosamente fuerte en el silencio de Hundreds; y aparecio una grieta, como por ensalmo, en una de las hermosas y antiguas hojas de cristal.

La vision y el sonido me asustaron. Mire la cara de Caroline y vi que ella tambien se habia asustado.

– Oh, Caroline, perdoname -dije, dando un paso hacia ella con los brazos extendidos.

Pero ella retrocedio velozmente, escabullandose casi, y al verla huir de aquel modo senti asco de mi mismo. Di media vuelta, la deje alli y sali al pasillo, y al hacerlo estuve a punto de tropezar con Betty. Subia cargada con la bandeja del te; subia con la mirada emocionada, esperando echar el vistazo que yo le habia prometido a las bonitas novedades de la boda de la senorita Caroline.

Capitulo 14

Dificilmente puedo describir mi estado de animo durante las horas que siguieron. Hasta el trayecto de vuelta a Lidcote fue en cierto modo un tormento; era como si el movimiento del coche batiera mis pensamientos como si fueran peonzas que giran furiosamente. Ademas, quiso la casualidad que en el camino al pueblo me cruzara con Helen Desmond: me hizo senas excitadas con la mano y me fue imposible no parar, bajar la ventanilla e intercambiar unas palabras con ella. Tenia algo que preguntarme sobre la boda; no me atrevi a contarle lo que acababa de pasar entre Caroline y yo y tuve que escucharla, asintiendo y sonriendo, fingiendo que pensaba sobre el tema, y le dije que consultaria con Caroline y se lo comunicaria. Dios sabe lo que dedujo de mi actitud. Sentia la cara tirante como una mascara y la voz me sonaba medio estrangulada. Al fin consegui librarme de ella diciendo que tenia que hacer una llamada urgente; al llegar a casa, descubri que, en efecto, habia un mensaje para mi, una peticion de que visitara a un enfermo grave en una casa a varios kilometros de alli. Pero la idea de volver a subir a mi coche me producia un autentico horror. Tenia miedo de acabar saliendome de la carretera. Tras un minuto de indecision bastante angustiosa, escribi una nota a David Graham diciendole que habia sufrido un violento trastorno estomacal y pidiendole que se ocupara del caso y que tambien se ocupara de mis pacientes de la tarde, si es que podia atenderles. Conte la misma historia a mi ama de llaves, y cuando ella hubo llevado el mensaje y me trajo la respuesta comprensiva de Graham, le dije que se tomara libre el resto de la tarde. En cuanto se fue, clave una nota en la puerta de mi consulta, pase el cerrojo y corri las cortinas. Saque una botella de jerez que guardaba en mi escritorio y alli, en la penumbra de mi consulta, mientras la gente iba y venia atareada al otro lado de la ventana, bebi un vaso asfixiante tras otro.

Fue lo unico que se me ocurrio hacer. Sentia que mi mente, sobria, iba a estallar. La simple perdida de Caroline ya era bastante dura, pero su perdida entranaba muchas mas. Todo lo que habia planeado y en lo que habia depositado mis esperanzas, lo veia…, ?lo veia disiparse! Era como un hombre sediento que persigue un espejismo de agua…, que extiende las manos hacia la vision y ve como se transforma en polvo. Y ademas estaba la punalada y la humillacion de haber creido que aquello era mio. Pense en las personas a las que habria de decirselo: Seeley, Graham, los Desmond, los Rossiter; a todo el mundo. Vi sus caras de comprension o de lastima, e imagine que a mis espaldas se convertian en satisfaccion y escandalo… No soportaba la idea. Me levante y empece a deambular del mismo modo que habia visto a pacientes muy enfermos caminar de un lado a otro para aliviar el dolor. Bebia mientras andaba, entregado al alcohol, tomando directamente de la botella el jerez que se me derramaba por la barbilla. Y cuando apure la botella subi al piso de arriba y empece a buscar otra revolviendo en los armarios de la sala. Encontre una petaca de brandy, y un licor de endrina polvoriento y un pequeno barril precintado de licor polaco de antes de la guerra que un dia habia ganado en una rifa de beneficencia y nunca habia tenido el valor de probar. Lo mezcle todo en un mejunje nauseabundo y me lo trague, tosiendo y barboteando. Habria sido mejor tomar un tranquilizante; supongo que buscaba la miseria de la borrachera. Recuerdo que me tumbe en la cama en mangas de camisa, sin dejar de beber, hasta que me dormi o perdi el conocimiento. Recuerdo que desperte en la oscuridad, horas despues, y que vomite violentamente. Despues volvi a dormirme y cuando desperte estaba tiritando; de noche habia refrescado. Me meti a gatas debajo de las mantas, enfermo y avergonzado. Y no volvi a conciliar el sueno. Vi iluminarse la ventana, y mis pensamientos, como agua helada, se tornaron brutalmente ciatos. Me dije: «La has perdido, por supuesto. ?Como pudiste pensar que la tenias? ?Mirate! ?Mira en que estado te ves! No la mereces».

Pero gracias a uno de esos instintos de autoproteccion, despues de haberme levantado y lavado y preparado una cafetera, en medio de mi mareo empece a despejarme un poco. Hacia buen

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