Pero luego tuve una idea mejor. En el cruce de Hundreds doble hacia el norte, hacia la carretera de Leamington, y conduje hasta la casa de Harold Hepton, el abogado de los Ayres.

Habia perdido la nocion del tiempo. Cuando me hizo pasar la sirvienta, oi voces y el tintineo de cubiertos: vi en el reloj de la entrada que eran las ocho y media pasadas y comprendi consternado que la familia estaba reunida en el comedor para la cena. El propio Hepton salio a recibirme con una servilleta en la mano, todavia limpiandose la boca de salsa.

– Perdone -dije-. Le estoy molestando. Volvere en otro momento.

Pero el dejo la servilleta jovialmente.

– ?Tonterias! Casi hemos acabado, y me apetece una pausa antes del postre. Y ademas me agrada ver una cara de hombre. Estoy rodeado de mujeres en esta casa… Venga por aqui, donde estaremos mas tranquilos.

Me llevo a su despacho, que daba al jardin en penumbra de la trasera de la casa. Era una hermosa vivienda. El y su mujer eran gente de dinero y se las habian ingeniado para conservarlo. Eran personajes importantes en la cuadrilla local de cazadores de zorros y de las paredes de la habitacion colgaban diversos objetos, fustas, trofeos y fotografias de partidas de caza.

Cerro la puerta, me ofrecio un cigarrillo y el tambien cogio uno. Se sento en el borde del escritorio mientras yo me sentaba, tenso, en una de las sillas.

– No me andare con rodeos -dije-. Me atreveria a decir que sabe por que he venido.

El estaba ocupado encendiendo el pitillo e hizo un gesto evasivo.

– Es por lo de Caroline y Hundreds.

Cerro su encendedor.

– Usted sabe, por supuesto, que me es imposible hablar de los asuntos economicos de la familia.

– ?Comprende usted que yo voy a ser pronto un miembro de la familia?

– Si, me he enterado.

– Caroline ha cancelado la boda.

– Lo lamento.

– Pero usted ya lo sabia. Da la casualidad de que lo supo antes que yo. Y creo que sabe lo que ella planea hacer con la casa y la propiedad. Dice que Roderick firmo algun poder notarial. ?Es cierto?

El movio la cabeza.

– No puedo hablar de eso, Faraday.

– ?No puede permitirle que lo haga! Roderick esta enfermo, ?pero no tanto como para dejar que le roben la finca delante de sus narices! No es etico.

– Naturalmente -dijo el-, yo en tal caso no actuaria sin ver un informe medico adecuado.

– ?Por el amor de Dios, soy el medico de Roderick! -dije-. ?Y el de Caroline, por cierto!

– No hable tan alto, amigo mio, ?quiere? -dijo el, energicamente-. Usted mismo, si se acuerda, firmo un papel confiando a Roderick al cuidado del doctor Warren. Me tome la molestia de verlo. Warren esta convencido de que el pobre chico no esta en condiciones de gestionar sus propios asuntos, y no parece probable que lo este durante algun tiempo. Solo le estoy diciendo lo que Warren le diria si estuviera aqui.

– Bueno, entonces quiza deberia hablar con Warren.

– Hable con el, desde luego. Pero yo no recibo instrucciones de Warren. Me las da Caroline.

Su obstinacion me exaspero. Dije:

– Tiene que tener una opinion al respecto. Una opinion personal, me refiero. Tiene que ver que es una autentica locura.

El estudio la punta de su cigarro.

– No estoy tan seguro de que lo sea. Es una gran lastima para el distrito, por supuesto, perder a otra de sus antiguas familias. Pero esa casa se cae a pedazos alrededor de Caroline. Toda la finca requiere una gestion apropiada. ?Como puede mantenerla? ?Y que le reporta Hundreds ahora, aparte de tantos recuerdos aciagos? Sin sus padres, sin su hermano, sin un marido…

– Yo iba a ser su marido.

– De eso no puedo hacer comentarios… Lo siento. No veo muy bien en que puedo ayudarle.

– ?Puede impedir que esto vaya mas lejos, hasta que Caroline recupere el juicio! -dije-. Ha hablado usted de la enfermedad de su hermano, pero ?no es evidente? Ella tampoco esta bien.

– ?Le parece? Yo la vi muy bien la ultima vez que hable con ella.

– No estoy hablando de una enfermedad fisica. Pienso en sus nervios, en su estado mental. Pienso en todo por lo que ha pasado estos ultimos meses. La tension que ha sufrido le esta afectando al juicio.

Hepton se sentia incomodo, pero a la vez un tanto divertido.

– Mi querido Faraday -dijo-, si cada vez que plantan a alguien este intentase probar que su novia no esta en sus cabales…

Extendio las manos y no acabo la frase. Vi en su expresion que yo me estaba poniendo en ridiculo, y por un segundo capte la realidad de mi situacion y el caracter irremediable de la misma. La rehui porque era una idea intolerable. Me dije amargamente que estaba perdiendo el tiempo con Hepton; que yo nunca le habia gustado; que no formaba parte de su «clase». Me levante y me aleje de el. Encontre un cenicero - era de peltre, con un motivo de caza- y apague alli el cigarrillo.

– Debo dejar que vuelva con su familia. Lamento haberle molestado.

El tambien se levanto.

– En absoluto. Ojala estuviera en mi poder tranquilizarle.

Pero los dos hablabamos ahora por hablar. Le segui al recibidor, le estreche la mano y le di las gracias por haberme atendido. Desde la puerta abierta miro al luminoso cielo vespertino, e intercambiamos algun comentario sobre los dias que se alargaban. Cuando volvi a mi coche eche una ojeada a traves de la ventana sin cortinas del comedor y le vi volver a la mesa: estaba explicando mi visita a su mujer y sus hijas; movia la cabeza, borrandome de su pensamiento, y reanudo su cena.

Pase una segunda mala noche, seguida por otro dia inquieto; la semana transcurrio penosamente hasta que casi me sofoco la pena. Hasta entonces no se la habia confiado a nadie; al contrario, habia mantenido una apariencia de alegria, porque la mayoria de mis pacientes estaba ya al corriente de mi proxima boda y queria felicitarme y hablar de los detalles. Al llegar la noche del sabado ya no aguante mas. Fui a ver a David y a Anne Graham y les confese toda la historia, sentado en el sofa de su feliz vivienda con la cabeza entre las manos.

Fueron muy amables conmigo. Graham dijo de inmediato:

– ?Pero si es una locura! Caroline no puede estar en su sano juicio. Oh, seguro que son los nervios de antes de la boda. Anne estaba exactamente igual. Perdi la cuenta de las muchas veces que me devolvio el anillo de compromiso. Lo llamabamos «el bumerang». ?Te acuerdas, querida?

Anne sonrio, pero parecia preocupada. Al contarles lo que habia sucedido les cite palabras textuales que habia dicho Caroline, y era evidente que habian causado una mayor impresion en ella que en su marido. Dijo, despacio:

– Seguramente tienes razon. Caroline nunca me ha parecido una mujer nerviosa, desde luego. Claro que ha sufrido muchas desgracias ultimamente, y ahora que esta alli sola, sin una madre… Ojala me hubiera esforzado mas en hacerme amiga suya. Aunque en cierto modo no parece que quiera hacer amigos. Pero ojala me hubiera esforzado mas.

– Bueno, ?es demasiado tarde? -pregunto Graham-. ?Por que no vas manana a

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