tiempo, templado y primaveral, igual que la vispera, y de pronto me parecio imposible que entre el amanecer de un dia y el amanecer de otro las cosas hubieran podido experimentar un cambio tan desastroso. Repase mentalmente la escena con Caroline, y ahora que habia remitido el primer escozor de sus palabras y de su actitud empece a asombrarme de que la hubiera tomado tan en serio. Me recorde a mi mismo que ella estaba exhausta, deprimida, todavia conmocionada por la muerte de su madre y por todos los sucesos oscuros que habian conducido a ella. Llevaba semanas comportandose de un modo imprevisible, sucumbiendo a una idea estrafalaria tras otra, y cada vez yo habia conseguido convencerla de que se comportara con sensatez. ?Aquello no habria sido tan solo un ultimo arrebato de locura, la culminacion de tanta inquietud y estres? ?No podria hacerla entrar en razon de nuevo? Empece a persuadirme de que si. Empece a pensar que, de hecho, ella quiza lo anhelaba. Quiza ella habia estado poniendo a prueba casi mis reacciones, pidiendome algo que hasta entonces yo no le habia dado.
Esta idea me animo y disipo gran parte de mi resaca. Al llegar mi ama de llaves, la tranquilizo verme tan repuesto; dijo que habia estado preocupada por mi toda la noche. Al comenzar mis consultas matutinas, atendi con un empeno adicional las dolencias de mis pacientes, deseoso de compensar mi vergonzoso desliz de la vispera. Telefonee a David Graham para comunicarle que mi acceso de malestar habia pasado. Aliviado, me transmitio una lista de pacientes y dedique el resto de la manana a hacer llamadas diligentemente.
Y despues volvi a Hundreds. Entre otra vez por la puerta del jardin y fui derecho a la salita. La casa estaba exactamente igual que en mi ultima visita y en todas las que la habian precedido, y esto infundio confianza a cada paso que daba. Cuando encontre a Caroline sentada ante el escritorio, repasando un monton de documentos, esperaba a medias que se levantara para recibirme con una sonrisa algo timida. Di unos pasos hacia ella y empece a levantar los brazos. Entonces vi en su cara una inconfundible expresion desolada. Enrosco el capuchon de la estilografica y se puso en pie lentamente.
Baje los brazos y dije:
– Caroline, que tonteria es todo esto. He pasado una noche triste, tristisima. Estaba muy preocupado por ti.
Ella fruncio el ceno, como inquieta y apenada.
– Ya no debes preocuparte por mi. Ya no tienes que venir aqui.
– ?No venir aqui? ?Estas loca? ?Como puedo no venir sabiendo el estado en que te encuentras…?
– Yo no me encuentro en ningun «estado».
– ?Hace solo un mes que murio tu madre! Estas afligida. Estas conmocionada. Esas cosas que dices que estas haciendo, esas decisiones que estas tomando sobre Hundreds, sobre Rod…, vas a lamentarlas. He visto estas cosas antes. Carino mio…
– Por favor, no me llames asi ahora -dijo.
Lo dijo a medias con un tono suplicante y a medias con cierta desaprobacion, como si yo hubiese dicho una palabra fea. Habia dado unos pasos mas hacia ella, pero volvi a detenerme.
Y tras una pausa de silencio cambie de tono, lo volvi mas apremiante.
– Caroline, escucha. Comprendo que tengas dudas. Tu y yo no somos unos jovenes atolondrados. El matrimonio significa un gran paso. Yo sucumbi al panico la semana pasada, igual que tu ahora. ?David Graham tuvo que sosegarme con un whisky! Creo que si tu tambien pudieras calmarte…
Ella movio la cabeza.
– Me siento mas tranquila que desde hace meses. Desde el momento en que accedi a casarme contigo supe que no estaba bien y anoche, por primera vez, me senti calmada. Lamento mucho no haber sido sincera contigo, y conmigo misma, desde un buen principio.
Su tono era ahora menos reprobador que frio, distante, contenido. Vestia ropa de la que usaba en casa, un cardigan raido, una falda zurcida, el pelo recogido con una cinta negra, pero tenia un aspecto extranamente atractivo y compuesto, con un aire de determinacion que yo no le habia visto desde hacia semanas. Todo mi aplomo de la manana empezo a desmoronarse. Mas alla de el, sentia el miedo y la humillacion de la noche. Por primera vez mire con atencion alrededor y la salita se me antojo sutilmente distinta, mas arreglada y anonima, con un monticulo de ceniza en la rejilla de la chimenea, como si Caroline hubiera estado quemando papeles. Vi el cristal rajado y recorde avergonzado algunas de las cosas que le habia dicho el dia antes. Entonces repare en que habia colocado sobre una de las mesas bajas una pila ordenada de las cajas que yo le habia llevado: la del vestido, la de las flores y el estuche de tafilete.
Al ver que yo las miraba, atraveso la salita para cogerlas.
– Tienes que llevarte esto -dijo, suavemente.
– No seas absurda -dije-. ?Que quieres que haga con ellas?
– Devolverlas a la tienda.
– ?Vaya ridiculo haria devolviendolas! No, quiero que te las quedes, Caroline. Tienes que ponertelas para nuestra boda.
En lugar de responderme, me tendio las cajas hasta que quedo claro que yo no me las llevaria. Entonces deposito las dos cajas de carton, pero conservo el estuche en la mano. Dijo firmemente:
– De verdad, tienes que llevarte todo esto. Si no te lo llevas te lo enviare por correo. Encontre el anillo en la terraza. Es precioso. Espero… espero que algun dia puedas darselo a otra.
Emiti un sonido de indignacion.
– Lo encargue para ti. ?No lo entiendes? No
Me lo tendio.
– Cogelo. Por favor.
A reganadientes, cogi el estuche de su mano. Pero al guardarlo en el bolsillo dije, intentando una bravata:
– Solo me lo llevo ahora. Temporalmente. Lo guardare hasta que pueda ponertelo en el dedo. No lo olvides.
Ella parecio incomoda, pero hablo serenamente.
– No, por favor. Se que es dificil pero, por favor, no lo agraves mas. No pienses que estoy enferma o que tengo miedo o que soy una insensata. No creas que estoy haciendo…, no se, una de esas cosas que se supone que hacen a veces las mujeres…, montar un drama, incitar a su hombre a una pelea… -Hizo una mueca-. Espero que me conozcas mejor y que no pienses que alguna vez haria algo semejante.
No respondi. De nuevo empezaba a ceder al panico: estaba despavorido y despechado por la simple idea de que habia querido tenerla y no habia podido. Ella se habia acercado para darme el anillo. Solo nos separaba como un metro de aire frio y nitido. La piel parecia empujarme hacia ella. Me empujaba tan clara y tan urgentemente que no acertaba a creer que ella no sintiera una presion reciproca. Pero retrocedio cuando extendi la mano. Repitio, disculpandose:
– No, por favor.
Yo volvi a extender la mano y ella retrocedio mas rapidamente. Me acorde de como se habia escabullido de mi, casi asustada, en mi ultima visita. Pero esta vez no parecia asustada, y cuando hablo habia desaparecido de su voz incluso el tono de disculpa. Hablo mas bien como recordaba haberla oido en los tiempos en que acababa de conocerla y en ocasiones la juzgaba dura.
– Si me tienes aprecio, por pequeno que sea, nunca mas intentaras hacer esto. Siento por ti un gran afecto, y lamentaria perderlo.
Regrese a Lidcote en un estado casi tan deplorable como el dia anterior. Esta vez me esforce en combatirlo a lo largo de la tarde, y el animo solo comenzo a flaquearme cuando termine mis consultas vespertinas y se avecinaba la noche. Empece a deambular otra vez, incapaz de sentarme, incapaz de trabajar, perplejo y atormentado por el pensamiento de que, en un solo momento -en el acto de proferir unas cuantas palabras-, habia perdido mi derecho a Caroline, al Hall y a nuestro radiante futuro. No lograba entenderlo. Sencillamente, no podia permitir que sucediese. Me puse el sombrero, subi a mi coche y me dirigi hacia Hundreds. Queria agarrar a Caroline y zarandearla hasta que entrase en razon.