direccion del hotel, hice pesquisas y reserve una habitacion para una semana a nombre del «doctor Faraday y esposa». Pense que la noche de bodas podriamos pasarla en el coche cama del tren a Londres; la idea tenia esa clase de encanto tonto que sospeche que le gustaria a ella. Y en las muchas horas solitarias que pasabamos separados pensaba a menudo en el viaje: la estrecha litera de la British Railway, el trocito de luna en la persiana, el revisor que pasaba delicadamente por delante de la puerta; el suave traqueteo y el estruendo del tren en la via reluciente.
Mientras tanto el dia de la boda se acercaba poco a poco y yo intentaba animarla para que organizase la ceremonia.
– Me gustaria que David Graham fuera mi padrino -le dije, mientras paseabamos por el parque una tarde de domingo de principios de mayo-. Para mi ha sido un buen amigo. Tambien hay que invitar a Anne, por supuesto. Y es mejor que elijas a tu dama de honor, Caroline.
Caminabamos entre jacintos. Practicamente de la noche a la manana habian transformado hectarea tras hectarea de terreno agreste en Hundreds. Se agacho a coger uno y giro el tallo entre sus dedos, mirando con el ceno fruncido como las flores se arremolinaban.
– Una dama de honor -repitio debilmente, al reanudar el paseo-. ?Necesito dama de honor?
Me rei.
– ?Tienes que tener una, carino! Alguien que te lleve el ramo.
– No lo habia pensado. No hay nadie a quien me gustaria pedirselo.
– Tiene que haber alguien. ?Y aquella amiga tuya, la del baile del hospital? ?Brenda, se llamaba?
Ella parpadeo.
– ?Brenda? Oh, no. No me gustaria… No.
– Y si no, ?que tal Helen Desmond? Como… ?como la llamarias: matrona de honor? Creo que la conmoveria.
Ella habia empezado a romper las flores azules, separando torpemente los petalos con sus unas mordidas.
– Supongo que si.
– Vale. ?Voy a verla, entonces, y se lo digo?
Ella volvio a fruncir el ceno.
– No hace falta que vayas. Se lo dire yo misma.
– No quiero que te molestes con esas minucias.
– Se supone que una novia debe tomarse esas molestias, ?no?
– No una novia que ha pasado por todo lo que has pasado tu -dije. La enlace del brazo-. Quiero facilitarte las cosas, carino.
– ?Facilitarmelas? -replico ella, resistiendose al tiron de mi mano-. ?O…?
No termino la frase.
Me detuve y la mire fijamente.
– ?Que quieres decir?
Ella tenia aun la cabeza gacha; seguia arrancando petalos. Dijo, sin levantar la vista:
– Solo quiero decir que ?realmente tienen que ir las cosas tan deprisa?
– Bueno, ?a que tenemos que esperar?
– No lo se. A nada, supongo… Solo que me gustaria que la gente no me atosigara tanto. ?Ayer me felicito el empleado de Paget cuando trajo la carne! Betty no habla de otra cosa.
Sonrei.
– ?Que tiene de malo? La gente se alegra.
– ?Si? Lo mas probable es que se este riendo. La gente siempre se rie cuando se casa una solterona. Supongo que les parece divertido que… no me quede para vestir santos. Como si me hubieran sacado de la trastienda y sacudido el polvo.
– ?Eso crees que he hecho? -dije-. ?Sacudirte el polvo?
Ella tiro la flor destrozada y dijo, con voz cansada y casi furiosa:
– Oh, no se lo que has hecho.
La agarre de las manos y la obligue a colocarse de frente.
– ?Resulta que me he enamorado de ti! -dije-. Si la gente quiere reirse de esto, que punetero y estupido sentido del humor el suyo.
Yo nunca le habia hablado de esta manera y por un segundo parecio sobresaltada. Despues cerro los ojos y aparto de mi la cabeza. El sol le ilumino el pelo; vi una veta gris en la melena castana.
– Lo siento -dijo-. Eres siempre tan bueno, ?verdad? Y yo soy siempre tan horrorosa. Es duro, eso es todo. Han cambiado muchas cosas. Pero en algunos aspectos parece que no ha cambiado nada.
La rodee con mis brazos y la aproxime.
– Haremos todos los cambios que quieras cuando Hundreds sea nuestro.
Su mejilla descansaba en mi hombro, pero supe por su postura tirante que habia abierto los ojos y que miraba a la casa al fondo del parque. Dijo:
– Nunca hemos hablado de como sera. Sere la mujer de un medico.
– Seras una mujer maravillosa. Ya veras.
Ella retrocedio para mirarme.
– Y tu, ?como te sentiras en Hundreds? Siempre hablas de la finca como si tuvieras tiempo y dinero para arreglarla. ?Como te sentiras?
La mire a la cara con la sola intencion de tranquilizarla, pero lo cierto es que no sabia muy bien como me sentiria. Poco antes le habia comunicado a Graham mi proyecto de trasladarme al Hall despues de la boda, y el parecio sorprendido. Me dijo que habia dado por sentado que Caroline abandonaria Hundreds y que ella y yo viviriamos en la casa de Gill o buscariamos juntos un hogar mas agradable. Al final le dije que «nada estaba decidido», que Caroline y yo estabamos todavia «barajando ideas».
Ahora dije algo similar.
– Las cosas se arreglaran solas. Ya veras. Lo veremos todo claro. Te lo prometo.
Parecio contrariada, pero no respondio. Se dejo estrechar en mis brazos, pero de nuevo percibi la mirada tensa que dirigia hacia el Hall. Y al cabo de un momento se libero del abrazo y se alejo de mi en silencio.
Tal vez un hombre con mas experiencia en materia de mujeres habria actuado de un modo distinto; no lo se. Me imaginaba que las cosas se enderezarian en cuanto estuvieramos casados. Depositaba grandes esperanzas en aquel dia. Caroline, por su parte, sin embargo, seguia hablando de la boda, si es que hablaba de ella, con una vaguedad desconcertante. No se puso en contacto con Helen Desmond: al final tuve que hacerlo yo mismo. Helen se mostro encantada, pero las animadas preguntas que me hizo sobre nuestros planes me llevaron a comprender que todos los preparativos estaban aun por hacer, y la siguiente vez que hable con Caroline vi sorprendido que no habia pensado en ellos; ni siquiera habia pensado en el vestido de novia. Dije que tenia que permitir que Helen la aconsejase; contesto que «no queria que la agobiasen». Me ofreci a llevarla a Leamington -como ya habia planeado hacer, de todas formas- para comprarle ropa nueva; dijo que yo «no debia malgastar mi dinero», que «improvisaria algo con las cosas que tenia arriba». Me imagine los vestidos y sombreros que tan mal le sentaban y me estremeci por dentro. Asi que hable con Betty en secreto y le pedi que me trajera una muestra de los vestidos de Caroline y, tras escoger el que consideramos que era el mejor, lo lleve un dia discretamente a unas modistas de Leamington y pregunte a la dependienta si podrian confeccionarme un traje de la misma talla.
Le dije que era para una mujer que iba a casarse pronto pero que en aquel