como si tuvieran derecho a hacerlo. Me senti aliviado cuando la gente, al cabo de mas o menos una hora, empezo a disculparse y a marcharse. Como habia tantos que compartian vehiculo, la concurrencia disminuyo rapidamente. Los visitantes de Sussex y Kent tampoco tardaron en consultar sus relojes, pensando en el largo e incomodo viaje en tren o en automovil que les esperaba. Uno tras otro se acercaron a Caroline para proceder a una emotiva despedida, besarla y abrazarla; el tio y la tia hicieron un ultimo intento infructuoso de convencerla de que se fuera con ellos. Vi a Caroline cada vez mas cansada despues de cada despedida: era como una flor que pasa de mano en mano y se va magullando y ajando. Cuando se marchaban los ultimos invitados, ella y yo les acompanamos a la puerta y observamos desde los escalones agrietados como crujian sobre la grava las ruedas de sus coches. Despues ella cerro los ojos y se tapo la cara; se le hundieron los hombros y lo unico que pude hacer fue estrecharla en mis brazos y conducirla, tambaleandose, al calor de la salita. La sente en uno de los sillones de orejas -el sillon que usaba su madre-, al lado del fuego. Ella se froto la frente.
– ?De verdad se ha terminado? Ha sido el dia mas largo de mi vida. Creo que esta a punto de estallarme la cabeza.
– Me sorprende que no te hayas desmayado -dije-. No has comido nada.
– No puedo comer. No puedo.
– ?Solo un bocado? Por favor…
Pero no quiso comer, le ofreciera lo que le ofreciera. Asi que finalmente le prepare un vaso de jerez con azucar y agua caliente y se lo bebio con un par de aspirinas mientras yo, de pie a su lado, la observaba. Cuando Betty empezo a recoger la mesa y ordenar la habitacion, Caroline se levanto automaticamente para ayudarla; con suavidad, pero firmemente, volvi a sentarla y le lleve mas almohadones y una manta, la descalce y le frote brevemente los dedos de los pies, enfundados en los calcetines. Observo descontenta como Betty retiraba los platos, pero enseguida sucumbio al cansancio. Encogio las piernas, descanso las mejillas en el terciopelo raido del sillon y cerro los ojos.
Mire a Betty y me toque los labios con un dedo. Trabajamos juntos en silencio, cargando bandejas sin hacer ruido y sacandolas en puntillas de la salita para bajarlas a la cocina, donde me quite la chaqueta y me puse codo con codo con Betty a secar la vajilla y los vasos conforme ella me los iba pasando, enjabonados, del fregadero. Ella no dio muestras de que le pareciera extrano. Yo tampoco. El Hall habia perdido su ritmo rutinario, y habia un consuelo -yo lo habia advertido en otros hogares en duelo- en las pequenas tareas domesticas, realizadas a conciencia.
Pero cuando acabamos de fregar se le encogieron los hombros estrechos; y en parte porque habia empezado a darme cuenta de lo hambriento que estaba, aunque tambien simplemente por mantenerla ocupada, le hice calentar una cazuela y pusimos en la mesa sendos tazones de sopa. Y cuando deje el mio y la cuchara en el tablero restregado de la mesa, me asaltaron los recuerdos.
– La ultima vez que me sente a comer en esta mesa tenia diez anos, Betty. Estaba con mi madre…, sentada donde tu ahora.
Ella, dubitativa, alzo hacia mi los ojos enrojecidos por las lagrimas.
– ?Es un pensamiento divertido, senor?
– Si, un poco -sonrei-. Entonces, desde luego, nunca habria adivinado que volveria a estar aqui un dia exactamente como ahora. Seguro que mi madre tampoco se lo habria imaginado. Es una pena que no haya vivido para verlo… Ojala hubiera sido mas bueno con mi madre, Betty. Tambien con mi padre. ?Espero que tu lo seas con tus padres!
Ella poso un codo en la mesa y descanso la mejilla en la mano.
– Me sacan de quicio -dijo, con un suspiro-. Mi padre armo un alboroto cuando vine a servir aqui. Ahora me da la lata para que me vaya.
– No, ?de verdad? -dije, alarmado.
– Si. Ha leido todos los periodicos y dice que la casa se ha vuelto muy rara. La senora Bazeley dice lo mismo. Ha venido esta manana, pero al marcharse se ha llevado el delantal. Dice que no va a volver. Dice que fue demasiado lo que le paso a la senora; que sus nervios ya no lo soportan. Dice que prefiere lavar ropa, trabajar de lavandera… Creo que todavia no se lo ha dicho a la senorita Caroline.
– Bueno, lamento mucho saberlo -dije-. Tu no iras a despedirte, ?verdad?
Ella siguio tomando la sopa, sin mirarme.
– No lo se. Sin la senora no es lo mismo.
– Oh, Betty, por favor, no te vayas. Se que la casa esta triste ahora. Pero tu y yo somos lo unico que le queda a Caroline. Yo no puedo estar aqui todo el dia para atenderla, pero tu si. Si te marcharas…
– No quiero irme, en realidad. ?No quiero volver a casa, de todos modos! Es solo por mi padre.
Parecia sinceramente dividida, y encontre conmovedora su lealtad a la casa despues de todo lo que habia sucedido. La observe comer un rato mas, pensando en lo que me habia dicho, y dije, con precaucion:
– ?Y si le dijeras a tu padre que, bueno, las cosas podrian cambiar pronto en Hundreds? -Vacile-. ?Si le dijeras, por ejemplo, que la senorita Caroline va a casarse…?
– ?Casarse! -Se quedo asombrada-. ?Con quien?
Sonrei.
– Bueno, ?tu con quien crees?
Ella comprendio y se sonrojo; y, estupidamente, yo tambien me ruborice. Dije:
– Ahora no vayas a contarlo por ahi. Hay personas que lo saben; la mayoria no lo sabe.
Se habia enderezado, emocionada.
– Oh, ?y cuando sera?
– No lo se todavia. Hay que fijar la fecha.
– ?Y que se pondra la senorita Caroline? ?Tendra que ser un vestido negro, por lo de su madre?
– ?Dios santo, espero que no! No estamos en 1890. Anda, tomate la sopa.
Pero los ojos de Betty se estaban llenando de lagrimas. Dijo:
– Oh, pero ?no es una lastima que la senora no este para verlo? ?Y quien va a ser el padrino de Caroline? Tendria que ser el senor Roderick, ?no?
– Bueno, me temo que Roderick no estara en condiciones.
– ?Entonces quien sera?
– No lo se. El senor Desmond, quiza. O quiza nadie. La senorita Caroline puede ir sola al altar, ?no?
Puso una cara de horror.
– ?No puede hacer eso!
Hablamos unos minutos mas, los dos contentos de la ligereza del asunto, despues de un dia tan duro. Cuando terminamos de cenar se enjugo los ojos y se sono la nariz, y a continuacion llevo los tazones y las cucharas al fregadero. Me puse la chaqueta, servi otro cucharon de sopa y la puse, cubierta, en una bandeja para llevarla a la salita.
Encontre a Caroline todavia dormida, pero al acercarme se desperto con un respingo, estiro las piernas y se incorporo a medias. Tenia la mejilla marcada como una prenda arrugada por el punto del sillon en que la habia apoyado.
Dijo, todavia parcialmente en suenos:
– ?Que hora es?
– Las seis y media. Te he traido un poco de sopa.
– Oh. -Se le aclaro la expresion. Se froto la cara-. La verdad es que no creo que pueda tomarla.
Pero yo le puse la bandeja sobre los brazos del sillon y la deje eficazmente sitiada por ella. Le puse una servilleta y dije:
– Al menos prueba un poco, por favor. Tengo miedo de que caigas