podria hacer pasar por un amigo. Pero bien podriamos habernos ahorrado las deliberaciones: viaje en mi coche a la clinica para comunicarle la noticia del suicidio de su madre y la reaccion de Roderick me horrorizo. Parecio que apenas asimilaba la perdida. Lo que le impresiono era el hecho de su muerte: la veia como la prueba de que su madre tambien habia acabado siendo victima de la «infeccion» diabolica que el tanto se habia esforzado en contener.
– Ha tenido que esperar todo este tiempo -me dijo-; incubando, en el silencio de la casa. ?Crei que le habia vencido! Pero ?ve lo que esta haciendo? -Extendio la mano por encima de la mesa para agarrarme del brazo-. ?Nadie esta a salvo alli ahora! Caroline… ?Dios mio! No la deje sola alli. ?Esta en peligro! ?Tiene que llevarsela de alli! ?Tiene que llevarsela de Hundreds ahora mismo!
Me asuste por un momento; la advertencia me sono casi real. Luego vi el frenesi en su mirada y vi hasta que punto se habia alejado de las fronteras de la razon; y comprendi que corria el peligro de seguir su ejemplo. Le hable serena y racionalmente. El respondio enfureciendose aun mas. Un par de enfermeras vinieron corriendo a sujetarle, y le deje forcejando y gritando entre sus brazos. A Caroline le dije solamente que no habia «mejorado». Por mi expresion entendio lo que significaba. Renunciamos al proyecto imposible de que regresara a Hundreds incluso para un dia y, con ayuda de los Desmond y los Rossiter, divulgamos la historia de que estaba en el extranjero, indispuesto e incapaz de viajar a casa. No se en que medida esta patrana engano a la gente. Creo que desde algun tiempo circulaban rumores sobre la verdadera causa de su ausencia.
De todos modos, el entierro se celebro sin el y se llevo a cabo con toda la normalidad, supongo, que permitia el caso. El ataud abandono el Hall, Caroline y yo lo seguimos en el coche de la funeraria, y en los tres o cuatro coches que venian detras viajaban los amigos mas proximos de la familia y los parientes que habian podido realizar el dificultoso viaje a Hundreds desde Sussex y Kent. El tiempo se habia despejado, como cabia esperar, pero la ultima nieve cubria todavia el suelo; los coches negros irradiaban una gravedad imponente en los caminos blancos y sin hojas, y al final todos nuestros intentos de que el entierro resultara discreto se quedaron en agua de borrajas. La familia era demasiado conocida y el espiritu feudal del condado demasiado tenaz; por anadidura, siempre habia habido mas que un toque de tragico misterio en Hundreds Hall, y los articulos de prensa sobre la muerte de la senora Ayres lo habian acrecentado. La gente se habia congregado con una curiosidad solemne en las puertas de granjas y casas de campo para ver pasar el cortejo funebre, y en cuanto doblamos hacia la calle mayor de Lidcote vimos que las aceras estaban atestadas de espectadores que guardaban silencio a medida que nos acercabamos, y los hombres se quitaban los sombreros y las gorras y unas cuantas mujeres lloraban, pero todos estiraban el cuello para ver mejor. Pense en la epoca, casi treinta anos antes, en que yo, con mi blazer de la universidad, habia presenciado con mis padres otro entierro de los Ayres, con un ataud la mitad de grande de este otro; lo pense con una sensacion como de vertigo, como si mi vida estuviese retorciendo la cabeza para morderse la cola. Al acercarnos a la iglesia el gentio se espeso y note que Caroline estaba tensa. Tome su mano enguantada de negro y dije en voz baja: «Solo quieren presentarte sus respetos».
Ella levanto la otra mano hacia la cara, en un intento de escapar a sus miradas.
– Me miran a mi. ?Que buscan?
Le aprete los dedos.
– Se valiente.
– No se si podre.
– Si podras. Mirame. Estoy aqui. No te dejare.
– ?No, no me dejes! -dijo, volviendo la cara hacia mi, y me agarro de la mano como si la idea la atemorizase.
Cuando cruzamos el cementerio, la campana de la iglesia estaba tanendo de un modo insolitamente fuerte y quejumbroso en el aire frio y sin viento. Caroline mantenia la cabeza gacha y el brazo enlazado firmemente con el mio, pero en cuanto entramos en la iglesia se sereno un poco, porque alli solo se trataba de seguir el oficio, responder las palabras correctas y demas, y ella lo hizo de aquella forma eficiente y mecanica con que hacia todos los quehaceres y deberes de los dias anteriores. Hasta canto los himnos. Nunca la habia oido cantar hasta entonces. Cantaba como hablaba, melodicamente, y las palabras salian claras y enteras de su boca bien formada.
El oficio no fue largo, pero el parroco, el padre Spender, conocia a la senora Ayres desde hacia muchos anos y dio un pequeno discurso sobre ella. La llamo «una senora como las de antano», exactamente la expresion que yo habia oido emplear a la gente. Dijo que formaba «parte de una epoca distinta, mas elegante», como si hubiera sido mas vieja de lo que era, casi la ultima de su generacion. Recordo la muerte de su hija Susan; dijo que tenia la certeza de que la mayoria de nosotros tambien la recordabamos. Nos recordo que la senora Ayres aquel dia habia caminado detras del feretro de su hija, y a el se le antojaba que, en su corazon, habia seguido caminando detras de aquel feretro todos los dias de su vida. Nuestro consuelo ahora, en la tragedia de su muerte, era saber que se habia reunido con Susan.
Mientras el hablaba pasee la mirada por la feligresia y vi que mucha gente asentia tristemente a sus palabras. Ninguno de los presentes, por supuesto, habia visto a la senora Ayres en las ultimas semanas de su existencia, cuando se habia apoderado de ella un delirio tan poderoso y grotesco que practicamente parecia lanzar un maleficio de oscuridad y tormento sobre todos los objetos solidos e inanimados que la rodeaban. Pero cuando nos encaminamos al panteon de la familia en el camposanto, pense que Spender quiza tuviera razon. No habia maleficio, no habia sombra, no habia ningun misterio. Las cosas eran muy simples. Caroline, a mi lado, era inocente; Hundreds, una obra de ladrillo y mortero, tambien lo era; y la senora Ayres, la infeliz senora Ayres, iba a reunirse por fin con su hijita perdida.
Se rezaron las oraciones, bajaron el ataud y nos alejamos de la sepultura. La gente empezo a acercarse a Caroline para decirle unas palabras de condolencia. Jim Seeley y su mujer le dieron la mano. A continuacion lo hicieron Maurice Babb, el constructor, seguido de Graham y Anne. Departieron con ella unos minutos y mientras hablaban vi que Seeley se habia apartado y miraba en mi direccion. Tras un ligero titubeo me separe del grupo para hablarle.
– Un dia lugubre -murmuro-. ?Como lo sobrelleva Caroline?
– Bastante bien, en conjunto. Esta un poco retraida, pero nada mas.
El la miro.
– Tiene que estarlo. Supongo que a partir de ahora empezara a sentirlo. Pero usted se ocupa de ella.
– Si.
– Si, otras personas lo han comentado. Creo que debo darle la enhorabuena, ?no?
– No es que sea un dia para enhorabuenas, pero… -dije, inclinando la cabeza, complacido y cohibido-… si.
Me dio un golpecito en el brazo.
– Me alegro por usted.
– Gracias, Seeley.
– Y tambien por Caroline. Dios sabe que se merece un poco de felicidad. Si acepta mi consejo, no se queden por aqui, ustedes dos, en cuanto acabe todo esto. Llevesela, dele una buena luna de miel. Un comienzo desde cero.
– Es mi intencion -dije.
– Bravo.
Le llamo su mujer. Caroline se volvio como si me buscara y regrese a su lado. Su brazo aferro otra vez fuertemente el mio, y desee con toda mi alma poder llevarla simplemente a su casa en Hundreds y acostarla a salvo en su cama. Pero algunos de los reunidos habian sido invitados al Hall para las libaciones consabidas, y durante unos minutos fatigosos organizamos la comitiva para el trayecto, quien viajaria apretujado en los vehiculos de la funeraria y quien compartiria un coche privado. Al ver que Caroline se azoraba a este respecto, la confie a la custodia de sus tios de Sussex y corri en busca de mi Ruby, donde habia sitio para mi y otros tres pasajeros. Se me unieron los Desmond y un joven desparejado que tenia un ligero parecido con Roderick y que resulto ser primo de Caroline por el lado paterno. Era un chico agradable y cordial, pero