charlar con ella, en nombre de Faraday?
Ella me miro.
– ?Te gustaria que lo hiciera?
Creo que lo dijo sin entusiasmo. Pero en aquel momento yo estaba desesperado.
– Oh, Anne, te lo agradeceria tanto -dije-. ?De verdad lo harias? Ya no se que hacer.
Ella puso la mano sobre la mia y dijo que me ayudaria con mucho gusto. Graham dijo:
– Ya esta, Faraday. Mi mujer seria capaz de ablandar a Stalin. Resolvera las cosas, ya veras.
Lo dijo con tanto desenfado que casi me senti un idiota por haber armado tanto jaleo, y dormi bien por primera vez desde que aquello habia empezado, y desperte la manana del domingo un poco menos oprimido. Mas tarde, ese mismo dia, lleve a Anne a Hundreds. Yo no entre en la casa, pero la observe intranquila desde el coche cuando ella subio los peldanos y llamo al timbre de la puerta. La abrio Betty, que la hizo pasar sin decir una palabra; en cuanto la cerro me quede esperando que Anne volviera casi de inmediato; de hecho estuvo veinte minutos dentro, un tiempo suficiente para que yo experimentase todas las fases de la inquietud y comenzase a sentirme casi optimista.
Cuando salio -acompanada por una Caroline seria, que dirigio al coche una mirada inexpresiva antes de volver a la penumbra rosada del vestibulo y cerrar la puerta- se me encogio el corazon.
Anne subio al coche y al principio no dijo nada. Luego meneo la cabeza.
– Lo siento muchisimo. Caroline parece totalmente decidida. Es obvio que la desazona todo este asunto. Esta avergonzada por haberte dado falsas esperanzas. Pero esta muy resuelta.
– ?Estas segura? -dije. Mire a la puerta principal cerrada-. ?No crees que le habra molestado tu visita y que por eso ha hablado con mas aspereza?
– No lo creo. Ha estado encantadora; complacida de verme, de hecho. Estaba preocupada por ti.
– ?Si?
– Si. Se ha alegrado mucho de que nos lo contaras a David y a mi.
Lo dijo como si representara algun consuelo para mi. Pero la idea de que Caroline se
El miedo debio de reflejarse en mi cara. Anne dijo:
– Ojala las cosas fueran distintas. Lo digo sinceramente. Le he dicho en tu favor todo lo que he podido. ?En realidad, Caroline ha hablado de ti con mucho afecto! Esta claro que te tiene un gran aprecio. Pero tambien ha dicho lo que, en fin, faltaba en lo que siente por ti. No creo que una mujer se equivoque en estas cosas… Y en cuanto a lo otro, a dejar la casa, poner Hundreds en venta, tambien esta decidida. Ha empezado a embalar cosas, ?lo sabias?
– ?Que? -dije.
– Da la impresion de que lleva dias atareada con eso. Ha dicho que ya ha venido un comerciante para hacerle una oferta por el contenido de la casa. ?Todas esas preciosidades! Es una verdadera lastima.
Escuche tenso y en silencio durante un momento. Despues dije: «No puedo aguantar esto». Agarre la manija de la puerta y me apee del coche.
Creo que Anne me grito. Yo no mire atras. Absolutamente enfurecido, recorri a zancadas la grava y subi corriendo los escalones, y cuando abri de un empujon la puerta de la fachada encontre a Caroline practicamente detras de ella y a Betty a su lado: estaban depositando un arcon de te sobre el suelo de marmol. Otras comodas y cajas desperdigadas ocupaban el hueco de la escalera. El vestibulo mismo parecia vacio, las paredes desnudas y marcadas, los objetos de adorno habian desaparecido, las mesas y armarios estaban colocados en extranas posturas, como invitados incomodos en una fiesta fallida.
Caroline vestia sus viejos pantalones de dril. Llevaba el pelo recogido en forma de turbante. Se habia remangado la camisa y tenia las manos sucias. Pero una vez mas, a pesar de mi rabia, senti la incontenible, diabolica atraccion que ejercia sobre mi sangre, mis nervios, todo mi ser.
Sin embargo, su expresion era fria. Dijo:
– No tengo nada que decirte. Se lo he dicho todo a Anne.
– No puedo renunciar a ti, Caroline -dije.
Poco falto para que ella pusiera los ojos en blanco.
– ?Tienes que hacerlo! No hay otro remedio.
– Caroline, por favor.
No contesto. Mire a Betty, cohibida a su lado.
– Betty -dije-, ?te importa dejarnos a solas un momento?
Pero cuando Betty ya se iba, Caroline le dijo:
– No, no te vayas. El doctor Faraday y yo no tenemos que decimos nada que tu no puedas oir. Sigue embalando esa caja.
La chica dudo unos segundos y luego bajo la cabeza y se aparto un poco de nosotros. Guarde silencio, contrariado; despues baje la voz.
– Caroline, te lo suplico -dije-. Por favor, piensalo bien. No me importa que no sientas… lo suficiente por mi. Se que sientes algo. No finjas que no hay nada entre nosotros. Aquella noche, en el baile… o cuando estuvimos fuera, en la terraza…
– Cometi un error -dijo, fatigada.
– No fue ningun error.
– Lo fue. Todo lo fue, de principio a fin. Me equivoque, y lo lamento.
– No te dejare marchar.
– ?Dios! ?Quieres conseguir que te odie? Por favor, no vengas mas. Se acabo. Toda la historia.
La agarre de la muneca, enfurecido de nuevo.
– ?Como puedes hablar asi? ?Como puedes hacer lo que estas haciendo? ?Por los clavos de Cristo, mirate! Estas destrozando esta casa. ?Abandonando Hundreds! ?Como
Su muneca se escabullo de mi mano.
– ?Ese pacto estaba acabando conmigo! Y tu lo sabes. Ojala me hubiera ido hace un ano y me hubiera llevado a mi madre y a mi hermano.
Habia empezado a alejarse de mi, queria proseguir su trabajo. Al ver que se alejaba, dije, con voz serena:
– ?Estas segura?
Una vez mas, me habian sorprendido su aire de competencia y su determinacion. Al volverse hacia mi, cenuda, dije:
– Hace un ano, ?que tenias? Una casa que decias te robaba todo tu tiempo. Una madre anciana, un hermano enfermo. ?Cual era tu futuro? Y sin embargo mirate ahora. Eres libre, Caroline. Tendras dinero, supongo, cuando Hundreds se haya vendido. ?Sabes? Creo que en realidad te has apanado bastante bien.
Me clavo la mirada un segundo y luego la sangre le afluyo a la cara. Comprendi la terrible insinuacion que yo habia hecho y me aturulle.
– Perdoname, Caroline.
– Vete -dijo ella.
– Por favor…