– Quiero una
La mujer hizo un gesto mohino.
– Mmm, una memoria artificial… Esas son palabras mayores. En primer lugar, son muy caras…
– No importa.
– Y ademas yo no trafico con eso.
– Vaya. ?Y donde puedo encontrar a quien lo haga?
La mujer miro alrededor como si estuviera buscando a alguien y Bruna siguio la linea de sus ojos. Aparentemente en la arqueria no habia nadie, aunque algunos metros mas alla el lugar quedaba sepultado entre las sombras incluso para la vision mejorada de la detective.
– La verdad, no sabria decirte. Antes solian venir por aqui un par de vendedores de
– Si, esas dos victimas recientes… -dijo Bruna, lanzando un globo sonda.
– Mmm, mas de dos, mas de dos. Ya ha habido otras antes.
– ?Como lo sabes?
– Bueno, tengo orejas… como sin duda ves -dijo la mutante, con un golpe de risa.
Luego se puso subitamente seria.
– ?Cuanto estas dispuesta a pagar por la
– ?Cuanto costaria?
– Tres mil gaias.
Bruna se quedo sin aire pero intento mantener la expresion impasible. En fin, esperaba que en el MRR no le pusieran reparos a la cuenta de gastos.
– De acuerdo.
– Pues mira, entonces has tenido suerte. Porque yo no trafico con esto, pero casualmente tengo aqui una
– No en efectivo. Te transfiero.
La mujer agito las manos delante de ella como si estuviera borrando el vaho de un espejo.
– No me gusta usar moviles. Dejan rastro.
– Pues es lo que hay. O eso, o nada.
La mutante penso y refunfuno durante medio minuto. Despues saco del bolso un tubo metalico largo y estrecho y se lo enseno a Bruna. Bien podria haberle ensenado un termometro para gallinas, porque la rep no habia visto nunca un aplicador de memorias semejante. La mujer manipulo el ordenador de su muneca.
– De acuerdo. Estoy lista. Haz la operacion.
Cuando sono el pitido verifico los datos y luego entrego el tubo a la detective. Tenia como medio centimetro de diametro y unos veinte de longitud y quiza fuera de titanio, porque no pesaba nada. Bruna le dio unas cuantas vueltas entre los dedos.
– Ya sabes, la
– Supongo que si, aunque los aplicadores que yo conozco son distintos. Mas grandes y mas parecidos a una verdadera pistola.
– Entonces hace tiempo que no ves una
Habia dado las explicaciones con cierto matiz burlon en su voz sedosa, como si le divirtiera la ignorancia de Bruna. O quiza, sospecho la rep mientras veia desaparecer a la mujer entre los arcos, como si se regocijara de haberle cobrado mas de lo debido. Rie mientras puedas, se dijo la rep vengativamente: si descubria que la mutante estaba implicada de algun modo en las muertes se le iban a acabar las alegrias. La androide respiro hondo, intentando deshacer cierta opresion del pecho, y emprendio el camino de regreso. Hacia la mitad de la explanada echo a correr y no aflojo el ritmo hasta llegar a casa. Cuando entro en su piso apretaba tanto el tubo metalico que tenia las unas marcadas en la palma.
Estaba empapada de sudor y con el estomago revuelto. Miro la
Tanto el metro como los trams estaban en huelga, de modo que las cintas rodantes iban tan atiborradas de personas que el excesivo peso ralentizaba la marcha y en algunos casos incluso llegaba a detenerla. No habia manera de encontrar un taxi libre y algunos, desesperados, intentaban hacer autoestop con los vehiculos privados. Pero ya se sabia que los pocos individuos autorizados a poseer coche propio no solian ser los mas solidarios.
Bruna habia salido con tiempo de casa previendo la larga caminata y la confusion habitual de los dias de huelga, pero aun asi le estaba costando abrirse paso entre los centenares de bicicletas y viandantes. Eran las 17:10, una hora punta, y ya estaba llegando diez minutos tarde a su cita con Pablo Nopal. El memorista le habia propuesto que se encontraran en el Museo de Arte Moderno, un lugar incomodo e inadecuado para hablar. Pero Bruna no podia imponer sus condiciones: era ella quien habia pedido la reunion. Subio de dos en dos el centenar de pequenos escalones que parecian derramarse como una cascada de hormigon en torno al enorme cubo luminoso del museo, arrimo el movil de su muneca al ojo cobrador de la entrada y atraveso el vestibulo como una exhalacion, camino de la sala de exposiciones temporales. Alli, en el umbral, vio al memorista. Camisa blanca sin cuello, pantalones negros amplios, un lacio flequillo oscuro sobre la frente. La imagen misma del descuido elegante. Ese pelo tan lustroso ?era producto de un tratamiento capilar de lujo o de la herencia genetica de varias generaciones de antepasados ricos? El escritor estaba recostado con graciosa indolencia contra la pared. Al advertir la llegada de la detective, sonrio de medio lado y se puso derecho. Solo se habian visto en la pantalla cuando fijaron la cita, pero sin duda la androide era facilmente reconocible.
– Llegas tarde, Husky.
– La huelga. Lo siento.
Bruna lanzo una ojeada a su alrededor. En el vestibulo principal que acababa de atravesar habia unos cuantos sillones. Y al fondo, una cafeteria.
– ?Donde quieres que hablemos? ?Nos sentamos alli? ?O quiza prefieres tomar algo en el cafe?
– ?Espera! ?Tienes prisa? Primero podriamos echarle un vistazo a la exposicion.
La rep le observo con inquietud. No sabia que se proponia Nopal, no entendia muy bien cual era el juego, y eso siempre le causaba desasosiego. El hombre tenia mas o menos la misma altura que ella y sus ojos quedaban justo frente a los suyos. Demasiado cercanos, demasiado inquisitivos. Por el gran Morlay, como detestaba a los memoristas. La detective aparto la mirada sin poderlo evitar y fingio interesarse en el cartel anunciador de la muestra. Lo leyo tres veces antes de ser consciente de lo que decia.
– «Historia de los Falsos: el fraude como arte revolucionario» -dijo en voz alta.
– Interesante, ?no? -comento Nopal.
La androide le miro. ?A que venia todo esto? ?Encerraba un mensaje? ?Una segunda intencion? La detective