bueno, convencional y totalmente olvidable. Habia un domador humano de perrifantes gnes, esos pobres animales alienigenas que tenian apariencia de galgo sin orejas, tamano de caballo y cerebro de mosquito, pero que, ayudados por la diferencia de gravedad de la Tierra, eran capaces de dar asombrosas volteretas. Habia una troupe de reps con diversos implantes biologicos; sus vientres eran pantallas de plasma y podian dibujar hologramas en el aire con las manos, esto es, con las microcamaras insertadas quirurgicamente en la yema de los dedos. Y habia el tipico espectaculo sangriento de los kalinianos, una secta de chalados sadomasoquistas que copiaban rutinas de los magos del circo clasico, solo que sin truco, porque amaban el dolor y el exhibicionismo; y asi, se cortaban de verdad el cuerpo con cuchillos y atravesaban sus mejillas con largas agujas. A Bruna le parecian repugnantes, pero estaban de moda.

Los kalinianos cerraron la funcion. Mientras la pequena orquesta se lanzaba a la chundarata final, a Bruna le parecio que Mirari estaba teniendo problemas para interpretar la pieza. El brazo izquierdo de la violinista era bionico y lo llevaba sin recubrir de carne sintetica; era un brazo metalico y articulado como los de los robots de las ensonaciones futuristas del siglo XX, y algo debia de estar sucediendo con ese implante, porque, cada vez que podia dejar de tocar por un instante, la mujer intentaba ajustarse la protesis. Al fin acabo el espectaculo y se apagaron los deslavazados aplausos, y los musicos, Mirari incluida, desaparecieron rapidamente tras el escenario, para cierta sorpresa de la detective, que pensaba que al terminar la funcion la violinista se acercaria a hablar con ella.

Bruna salto a la pista intentando no pisar las manchas de sangre de los kalinianos, cruzo las cortinas doradas y entro en la zona de camerinos. Encontro a Mirari en el tercer cubiculo al que se asomo. Estaba golpeando furiosamente su brazo bionico con un pequeno martillo de goma.

– Mirari…

– ?Es-ta-mier-da-de-pro-te-sis…! -silabeo la mujer fuera de si sin dejar de atizarse martillazos.

Pero enseguida, agotada y con el rostro enrojecido, tiro el martillo al suelo y se dejo caer en una silla.

– Me esta bien empleado por comprarlo de segunda mano. Pero un buen brazo bionico es carisimo. Sobre todo si es de calidad profesional, como en mi caso… ?Que andas buscando por aqui, Husky?

– Veo que te acuerdas de mi.

– Me temo que eres bastante inolvidable.

Bruna suspiro.

– Si, supongo que si.

A su manera, Mirari tambien lo era. No solo por la protesis retrofuturista, sino tambien por su palida piel, sus ojos negrisimos, su redonda cabeza nimbada por un pelo corto de blancura deslumbrante y tan tieso como si fuera alambre. La violinista era una especialista, una conseguidora, una experta en los mundos subterraneos. Podia falsificar todo tipo de documentos, localizar planos secretos o suministrar los aparatos mas sofisticados e ilegales. Bruna habia oido que solo habia dos cosas que jamas vendia: armas y drogas. Todo lo demas era negociable. Podria pensarse que su trabajo en el circo no era mas que una tapadera, pero lo cierto es que la musica parecia apasionarle y tocaba bien el violin, siempre que no se le enganchara el brazo bionico.

– ?Y venias por…? -volvio a decir Mirari, que poseia una de esas personalidades escuetas que detestan la menor perdida de tiempo.

– Necesito una nueva identidad… Papeles y un pasado que resista ser investigado.

– ?Una buena investigacion o algo rutinario?

– Digamos que bastante buena.

– Estamos hablando de una vigencia temporal, naturalmente…

– Naturalmente. Me bastaria con una semana.

– Clase A, entonces.

– Tiene que ser una identidad humana… Y vivir a unos cientos de kilometros de Madrid. De mi edad. Buena posicion social. Con dinero en el banco. Y si a su biografia le das un toque de supremacismo, genial. Nada muy serio, solo una simpatia ideologica, no militante. Pero que se note que le apasionan las ideas especistas, aunque de alguna manera las haya guardado hasta ahora para su vida privada.

– Hecho. ?Para cuando lo quieres?

– Cuanto antes.

– Creo que podra estar manana. Dos mil gaias.

– Tambien quiero un movil no rastreable.

– Seran mil ges mas.

– De acuerdo. No tengo todo ese dinero en efectivo…

– Pasamelo electronicamente. Uso un programa que borra la huella. Aunque la salida del dinero quedara registrada en tu movil.

– Eso no me importa. Pero llevo el ordenador apagado porque sospecho que la policia me esta rastreando. No quiero encenderlo aqui. Te hare la transferencia dentro de un rato, desde la calle, si te parece bien. Y si te fias de mi.

– No necesito fiarme. Basta con no poner en marcha los encargos hasta que no reciba el dinero.

Bruna sonrio acidamente: por supuesto, por supuesto. Habia sido un comentario asombrosamente estupido.

– Pero, por si te sirve de algo, te dire que si, que me fio de ti -anadio la mujer.

La sonrisa de Bruna se ensancho: la pequena amabilidad de esa humana resultaba especialmente grata en un dia marcado por el rencor entre las especies. Mirari se habia agachado a recoger el martillo del suelo. Llevaba un rato abriendo y cerrando la mano bionica. Los dedos no se movian sincronizados y el anular y el medio no cerraban del todo. La violinista les dio unos golpecitos tentativos con la herramienta de goma.

– ?Cuanto cuesta una protesis nueva como la que necesitas? -pregunto Bruna.

Mirari levanto la cabeza.

– Medio millon de ges… Mas que mi violin. Y eso que es un Steiner.

– ?Un que?

– Uno de los mejores violines del mundo… del lutier austriaco Steiner, del siglo XVII. Tengo un violin maravilloso y no tengo brazo para tocarlo -dijo con inesperada y genuina congoja.

– Pero el dinero se puede reunir…

– Si. O robar -contesto Mirari con sequedad y una expresion de nuevo cerrada e impenetrable-. Te llamare cuando lo tenga todo.

Bruna salio del circo y decidio regresar andando: llevaba dias sin hacer ejercicio y sentia el cuerpo entumecido y los musculos ansiosos de movimiento. Habia anochecido ya y chispeaba. Las aceras mojadas relucian bajo los focos y los tranvias aereos pasaban iluminados como verbenas, atronadores y vacios. Cuando llego a la plaza de Tres de Mayo, que era el lugar en donde habia desconectado el movil, volvio a insertar la celula energetica y encendio el aparato. Envio el dinero a Mirari y luego, tras descartar la posibilidad de acercarse al bar de Oli a cenar algo, siguio rumbo a su piso. Iba tan concentrada repasando los datos del caso que no vio venir el ataque hasta el ultimo momento, hasta que escucho el zumbido y adivino un movimiento a sus espaldas. Dio un salto lateral y giro en el aire, pero no logro evitar del todo el impacto: la cadena golpeo su antebrazo derecho, que ella habia levantado automaticamente como proteccion. Dolio, aunque eso no le impidio agarrar la cadena y tirar. El tipo que se encontraba en el otro extremo cayo al suelo. Pero no estaba solo. Con una rapida ojeada, Bruna evaluo su situacion. Siete atacantes, contando al que acababa de tumbar, que ahora se estaba levantando. Cinco hombres y dos mujeres. Grandes, fuertes, en buena forma. Armados con cadenas y barras de hierro. Y lo peor: desplegados en estrella en torno a ella, tres mas cercanos, cuatro un paso mas atras, cuidadosamente colocados para no dejar hueco. Una formacion de ataque profesional. No iban a ser contrincantes faciles. Decidio que intentaria romper el cerco cargando contra el rubio de los pendientes de aro: sudaba y parecia el mas nervioso. Y que llevara aros para pelearse era un sintoma de bisonez: lo primero que haria la detective seria arrancarselos de las orejas de un tiron. Bruna disponia de la cadena como arma y penso que tenia posibilidades de escapar; pero, aun asi, sin duda iba a recibir unos cuantos golpes. Era un encuentro de lo mas desagradable.

Todo este analisis apenas le habia llevado a la rep unos pocos segundos. El grupo entero seguia sin moverse, en esa perfecta y tensa quietud que precede a una voragine de violencia. Y entonces una voz corto el erizado ambiente como un cuchillo caliente corta la mantequilla.

– Policia. Tirad las armas al suelo.

Era Paul Lizard y su voz gruesa y tranquila salia de detras de un pistolon de plasma.

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