– Bruna… ?como te sientes?

La rep no recordaba haberse desmayado, creia que habia estado consciente todo el tiempo, quiza algo aturdida pero consciente; y, sin embargo, algo debia de haberse perdido, porque ahora no habia nadie alrededor, es decir, no estaban sus agresores. Solo estaba el enorme Lizard inclinado sobre ella. Daba una sombra agradable y era como una cueva protectora.

– ?Como estas?

– Perfectamente -contesto la rep.

O eso quiso decir. En realidad, sono algo asi como «peccccccfemmmen».

– Bruna, ?sabes quien soy yo? ?Como me llamo?

La irritacion la espabilo bastante.

– Oh, porrrtdas sas especies, eres Paul. Paul. ?Quecesaqui?

Iba recobrandose por momentos. Y con la lucidez vinieron los dolores. Le dolia el cuello. Le dolia la mano. Le dolian los rinones. Le dolia la cabeza. Le dolia hasta el aire que entraba y salia despacio de sus pulmones.

– Te rastree. Menos mal. Tardabas mucho en salir, asi que decidi echar una ojeada. La puerta estaba abierta y te encontre aqui tirada. Te han dado una buena paliza. Por desgracia no pude ver a nadie. En el descansillo hay una puerta simulada que da a una escalera posterior. Debieron de huir por alli.

Bruna intento incorporarse y solto un grunido.

– Espera…

Lizard la izo con la misma facilidad con que levantaria un muneco y la dejo sentada con la espalda apoyada en la pared. Tambien eso dolia. La espalda, o quiza la pared.

– ?Como te sientes?

– Mareada…

Se llevo una mano a la boca con cuidado.

– Creo que te han roto un diente -informo Paul.

– No fastidies…

Bruna escupio en el suelo un redondel de sangre. Cosa que le hizo recordar al memorista pirata.

– Ahi hay un hombre que esta…

– Muerto. Si. Le reventaron el cuello de un disparo -contesto Lizard.

Por la puerta aparecieron una pareja de PACS jovencitos y con cara de susto.

– Ya era hora de que llegarais. Ahi teneis un regalo… -dijo el inspector senalando con la cabeza hacia el cadaver-. Ya he avisado al juez. Que nadie toque nada hasta que el venga.

– Si, senor.

Mientras tanto Paul estaba revisando con habiles manos el cuerpo de la rep, moviendo sus piernas, sus brazos, palpando sus costillas.

– Estas llena de sangre, pero me parece que la mayor parte es de el.

– Estoy bien -dijo Bruna.

– Seguro. Venga, te llevo al hospital.

– No. Al hospital no. A mi casa.

– Bueno. A tu casa, pero pasando por el hospital.

Lizard recogio del suelo un zapato de la androide, que se le habia salido en medio de la voragine, y, levantandole el pie, la calzo con primorosa delicadeza. Y entonces Bruna sintio que algo se le rompia dentro, que algo le empezaba a doler mucho mas que todos los demas dolores de su magullado cuerpo.

– Estoy bien -repitio, aguantando a duras penas unas absurdas ganas de llorar.

Ah, ?que iba a ser de ella? Hacer el amor con alguien era facil. Acostarse con el inspector, por ejemplo, hubiera sido algo sencillisimo y banal. Una trivialidad gimnastica rapidamente olvidable. Pero que alguien le colocara el zapato que habia extraviado, que alguien la calzara con ese mimo aspero, con esa torpe ternura, eso era imposible de superar. El pequeno gesto de Lizard la habia dejado indefensa. Estaba perdida.

En el hospital le hicieron un TCG fluorado de cuerpo entero y asombrosamente no existian lesiones de importancia: los organos estaban bien, no habia hemorragia interna de ningun tipo y el golpe en la cabeza no parecia haber producido un trauma perdurable. Tenia un par de costillas fisuradas y una herida superficial de disparo de plasma en la muneca: por fortuna no era plasma negro y no habia afectado a los huesos. En fin, nada que no pudiera mejorar una dosis subcutanea de paramorfina. En cuanto al diente roto, en el mismo box de urgencias le extrajeron el raigon, le pusieron un implante y atornillaron un nuevo diente perfectamente indistinguible de los suyos. Ventajas de ir con Paul Lizard, sin duda: Bruna estaba pagando con su mediocre seguro de salud, pero el inspector conocia a medio hospital y consiguio que le dieran un trato de seguro de primera clase.

– Es el centro medico al que venimos los de la Brigada de Homicidios… Por eso te traje aqui.

Te traje, se repitio Bruna blandamente mientras el hombre la ayudaba a entrar en su coche. La rep tenia la sensacion de que Lizard estaba decidiendo demasiadas cosas por ella y en otras circunstancias esa situacion le hubiera resultado crispante. Pero estaba agotada y la paramorfina acolchaba sus nervios, de manera que se arrellano confortablemente en el asiento y se dejo llevar sin decir nada. Al salir del parking del hospital, una racha de viento huracanado mecio el vehiculo.

– Viento siberiano. Estamos en emergencia, no se si te has enterado… Esta llegando una crisis polar.

Ni siquiera la placidez de la droga impidio que la noticia provocara en la androide un profundo fastidio. Aunque el cambio climatico habia hecho subir varios grados la media de temperatura anual y desertizado zonas antes boscosas y templadas, una inversion de la llamada oscilacion artica, fenomeno que Bruna nunca habia conseguido entender, causaba de cuando en cuando unas inusitadas y breves olas de intensisimo frio, un dia o dos de nieves copiosas, furiosos vendavales y una caida en picado de los termometros, que en Madrid podian facilmente llegar hasta los veinte grados bajo cero. Aunque el fenomeno no habia hecho mas que empezar y todavia tendria que descender bastante la temperatura, los viandantes caminaban penosamente contra el ventarron con cara de frio y hacian cola delante de los supermercados para comprar provisiones o, aun peor, calentadores y ropa termica. A la rep siempre le asombraba la imprevision de las personas; todos los anos habia al menos un par de crisis polares, pero la gente vivia como si eso fuera una excepcion, algo anormal que nunca volveria a producirse. Y asi, cada vez que venia una ola de frio se agotaban los implementos termicos.

– Mira, ya esta nevando -dijo Lizard.

Y era cierto: copos medio desleidos se estrellaban contra el parabrisas. Una nieve mortal, penso la detective: los hielos dejaban siempre un reguero de victimas, los mas viejos, los mas enfermos, los mas pobres. La androide respiro hondo, sintiendose extraordinariamente bien en el calido y mullido interior del vehiculo, en la pastosa serenidad del morfico, en la protectora compania de Lizard.

– Te has equivocado de camino. Era de frente.

– No vamos a tu casa, Bruna. Creo que sera mejor que, por lo menos hoy, descanses en un lugar seguro, y no se si tu apartamento lo es. Se diria que ultimamente hay demasiada gente empenada en agredirte…

Cierto, penso la androide. Antes de los asesinos del memorista estuvo el grupo de matones que la intercepto camino de casa, y antes aun el asalto de su vecina. De esa Cata Cain que llevaba escrita en su mema mortal la escena de su asesinato. La imagen de la rep sacandose el ojo se encendio un instante en la cabeza de Bruna como un relampago de sangre. Se estremecio.

– Y entonces ?adonde vamos? -pregunto.

Aunque sabia la respuesta.

– A mi casa.

La androide fruncio levemente el ceno. No era bueno, no era nada bueno entregarse de ese modo a la voluntad del inspector, asumir esa pasividad de criatura herida, la confortable debilidad de la victima. No era nada bueno permitir que Paul tomara decisiones por ella, que ni siquiera hiciera la pantomima de consultarle, que la dominara con guante de seda. En cualquier otro momento, la rep se hubiera negado, hubiera discutido y protestado. Pero ahora se dejo llevar, sintiendo un extrano placer en la docilidad. Un placer perverso. Que mas daba, se dijo.

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