Bruna sintio un escalofrio. Era un tema desagradable, un asunto que le inquietaba especialmente. Y no solo porque todavia no habia logrado quitarse de la cabeza el turbador incidente con su vecina, sino tambien porque siempre le habia repugnado todo lo que tuviera que ver con la memoria. Hablar de la memoria con un rep era como mentar algo oscuro y sucio, algo indecible que, cuando salia a la luz, resultaba casi pornografico.

– ?Sabes quien esta pasando el material defectuoso? -pregunto, intrigada a su pesar.

Oli se encogio de hombros.

– Ni idea, Husky… ?Te interesa el tema? Tal vez pueda preguntar por ahi…

Bruna reflexiono un instante. Ni siquiera tenia un cliente que le pagara las facturas y no podia permitirse perder el tiempo husmeando en un asunto que no le iba a reportar ningun beneficio.

– No, en realidad no me interesa nada.

– Pues comete el bocadillo. Se te esta enfriando.

Era verdad. Estaba bueno, con las algas bien fritas, nada aceitosas y crujientes. A Merlin le encantaban los bocadillos de algas con pinones. El rostro del rep, un rostro deformado por la enfermedad, floto por un instante en su memoria y Bruna sintio que el estomago se le retorcia. Respiro hondo, intentando deshacer el nudo de sus tripas y empujar de nuevo el recuerdo de Merlin a los abismos. Si por lo menos pudiera rememorarlo sano y feliz, y no siempre atrapado por el dolor. Dio un mordisco furioso al emparedado y regreso a sus problemas de trabajo. Decidio poner las cartas boca arriba.

– Oli, estoy en paro -farfullo con la boca llena-. ?Has oido de algo que pudiera venirme bien?

– ?Como que?

– Pues ya sabes… alguien que quiera encontrar algo… o a alguien. O al reves, alguien que no quiera que lo encuentren… O alguien que quiera saber algo… o que quiera que investigue a alguien. O alguien que quiera reunir pruebas contra alguien… o que quiera saber si hay pruebas en su contra…

Oli habia interrumpido sus lentas y majestuosas tareas tras la barra y estaba mirando fijamente a Bruna con su oscuro rostro imperturbable.

– Si eso es tu trabajo, es un maldito lio.

Bruna sonrio de medio lado. No sonreia muy a menudo, pero la gorda Oli le hacia gracia.

– Lio o no, si me consigues un cliente te dare una comision.

– Vaya, Bruna, justamente yo traigo un encargo para ti. Y no tienes que pagarme nada.

La androide se volvio y encaro al recien llegado. Era Yiannis. Como casi siempre le sucedia con el, experimento una sensacion contradictoria. Yiannis era el unico amigo que Bruna tenia, y ese peso emocional a veces le resultaba un poco asfixiante.

– Hola, Yiannis, ?que tal?

– Viejo y cansado.

Lo decia de verdad y lo parecia. Viejo como antes, viejo como siempre, viejo como los autorretratos del Rembrandt viejo que Yiannis le habia ensenado a admirar en las maravillosas holografias del Museo de Arte. Habia poca gente que, como Yiannis, prescindiera por completo de los innumerables tratamientos que el mercado ofrecia contra la vejez, desde la cirugia plastica o bionica a los rayos gamma o la terapia celular. Algunos se negaban a tratarse por puro inmovilismo, porque eran unos retrogrados recalcitrantes, nostalgicos de un luminoso pasado que jamas existio, pero la mayoria de los que no usaban estas terapias lo hacian porque no podian costearselo. Dado que, por lo general, la gente preferia ponerse un tratamiento antes que pagar un aire limpio, tener arrugas se habia convertido en un claro indicio de pobreza extrema. El caso de Yiannis, sin embargo, era un poco diferente. No era pobre y tampoco era un reaccionario, aunque estuviera algo chapado a la antigua y fuera un anacronico caballero del siglo XXI. Si no usaba la terapia rejuvenecedora era sobre todo por una cuestion de estetica; no le gustaban los estragos de la vejez, pero le parecian aun mas feos los arreglos artificiales, y Bruna le entendia muy bien. Lo que hubiera dado ella por poder envejecer.

– ?Dices que tienes algo para mi?

– Puede ser. Pero no se si te lo has ganado.

Bruna fruncio el ceno y le miro, extranada.

– No se de que hablas.

– ?No tienes algo que contarme?

La rep sintio que se ponian en marcha en su interior las pequenas ruedecillas del malhumor, el mecanismo dentado de su irritacion. Yiannis siempre le hacia lo mismo, la interrogaba y aguijoneaba, queria saberlo todo sobre ella. Se parecia a su padre. A ese padre inexistente que un asesino inexistente mato cuando ella tenia nueve anos. Nueve anos tambien inexistentes. Miro a su amigo: poseia un rostro blando de rasgos imprecisos. De joven habia sido bastante guapo, Bruna habia visto imagenes de el, pero un guapo sin estridencias, de ojos pequenos y nariz pequena y boca pequena. El tiempo habia caido sobre el como si alguien hubiera derretido su cara, y el pelo blanco, la piel palida y los ojos grises se fundian en una monocromia descolorida. El pobre viejo, penso Bruna, advirtiendo que su enfado se desvanecia. Pero de todas maneras no iba a contarle nada, desde luego.

– Nada especial, que yo recuerde.

– Vaya. ?Ya te has olvidado de Cata Cain?

Bruna se quedo helada.

– ?Como lo sabes? No se lo he dicho a nadie.

Y, mientras hablaba, penso: pero di mis datos en Samaritanos, y hable con la policia y con el conserje del edificio, y me tuve que identificar para entrar en el Instituto Anatomico Forense, y vivimos en una maldita sociedad de cotillas con la informacion centralizada e instantanea. Empezo a sudar.

– No me digas que he salido en las noticias o en las pantallas publicas…

Yiannis torcio la boca hacia abajo. Era, Bruna lo sabia, su manera de sonreir.

– No, no… Me lo ha contado alguien que ha venido buscando mi ayuda. Una persona que me ha pedido que hablara contigo. Tiene un trabajo que ofrecerte. Te paso su tarjeta.

Yiannis toco el ordenador movil que llevaba en la muneca y el movil de Bruna pito recibiendo el mensaje. La androide miro la pequena pantalla: Myriam Chi, la lider del MRR, la esperaba a las 10:00 horas de la manana siguiente en su despacho.

El coraje es un habito del alma, decia Ciceron. Yiannis se habia agarrado a esa frase de su autor favorito como quien se sujeta a una rama seca cuando esta a punto de precipitarse en un abismo. Llevaba anos intentando desarrollar y mantener ese habito, y de alguna manera la rutina del coraje se habia ido endureciendo en su interior, formando una especie de esqueleto alternativo que habia logrado mantenerlo en pie.

Habian pasado ya cuarenta y nueve anos. Casi medio siglo desde la muerte del pequeno Edu, y aun seguia llevando las cicatrices. El tiempo, claro esta, habia ido amortiguando o mas bien embotando la insoportable intensidad de su dolor. Eso era natural, hubiera sido imposible vivir constantemente dentro de ese paroxismo de sufrimiento, Yiannis lo entendia y se lo perdonaba a si mismo. Se perdonaba seguir respirando, seguir disfrutando de la comida, de la musica, de un buen libro, mientras su nino se convertia en polvo bajo la tierra. Ademas sentia que, de algun modo, una parte de el seguia de duelo. Era como si la desaparicion de Edu le hubiera hecho un agujero en el corazon, de manera que desde entonces solo vivia las cosas a la mitad. Nunca podia concentrarse del todo en su realidad porque al fondo zumbaba la pena de forma constante, como uno de esos pitidos enloquecedores que escuchan ciertos sordos. Algo se le habia quebrado definitivamente, y eso a Yiannis le parecia bien. Le parecia justo y necesario, porque no hubiera podido soportar que su vida siguiera igual tras la muerte de su hijo.

Sin embargo, con los anos, habia sucedido algo terrible, algo que Yiannis no pudo imaginar que ocurriria. En primer lugar, el rostro del nino se habia ido desdibujando dentro de su memoria: de tanto usar ese recuerdo lo habia desgastado. Ahora solo podia visualizar a Edu segun las fotos y las peliculas que conservaba de el; todas las demas imagenes se le habian borrado de la cabeza como quien borra una pizarra. Pero lo peor era que en algun momento de ese medio siglo transcurrido se habia roto el hilo interno que le unia con aquel padre que el fue. Cuando el viejo Yiannis recordaba ahora al Yiannis veinteanero jugando y riendo con su crio, era como si rememorara a algun conocido de la epoca remota de su juventud, a un amigo tal vez muy cercano pero definitivamente distinto y a quien hacia mucho que ya no frecuentaba. De modo que veia todo aquello desde fuera, el goce de la paternidad y el horror de la muerte innecesaria, la lenta agonia del nino de dos anos, la enfermedad estupida que no pudo ser curada a causa de las carencias impuestas por la guerra rep. Una historia muy triste, si,

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