– ?Sabes quienes son? Senalamelos y vas a ver adonde va a parar su impunidad -fanfarroneo Serra sacando pecho.

– No, puedes hacer por mi algo mejor que eso… Puedes proporcionarme una pistola de plasma.

– ?Una pistola? Esas son palabras mayores.

– Pero estoy segura de que si alguien puede conseguir un arma, ese eres tu -adulo Bruna con zalameria.

El hombre aprecio visiblemente el elogio y se puso gallito.

– Bueno, no se. No es facil.

– La necesito. Necesito esa pistola, ?no lo ves? Un plasma pequeno, no me hace falta mas. Y, naturalmente, estoy dispuesta a pagar lo que valga. ?Vas a permitir que me vuelvan a pegar impunemente, cuando tu podrias evitarlo? La vida se esta poniendo demasiado violenta y el futuro proximo promete ser peor… Todos los humanos de bien deberiamos ir armados.

Serra cabeceo afirmativamente.

– Si. Eso es cierto. Esta en nuestro programa. Reclamamos nuestro derecho a defendernos. Bueno, vere que puedo hacer. Y ahora vamonos. Hericio te espera.

Bruna se puso en pie. Le sacaba una cabeza al lugarteniente. Coloco su mano sobre el pecho inflado del hombre.

– Pero me la tienes que conseguir ya… Me marcho manana a Nueva Barcelona…

Y, para reforzar su peticion, Bruna-Annie recosto un instante su cabeza en el cuello del tipo, aunque para ello tuvo que agacharse.

– Me vas a ayudar, ?verdad que si? -dijo con voz mimosa.

Serra lanzo al mundo una fatua sonrisa de superioridad.

– Si, mujer. Quedate tranquila que tendras tu pistolita.

Y, agarrando a Bruna del codo con aire de feliz propietario, la saco del bar.

Lo que habia que hacer para agenciarse un arma.

Bruna pensaba que la cita seria en algun sitio apartado y tranquilo, pero se dirigieron a la sede del PSH. Que en esos momentos no era el lugar mas discreto de la ciudad, precisamente. Una muchedumbre se arremolinaba delante del portal pese al frio reinante: periodistas, policias y simpatizantes de todo tipo y condicion. De repente los partidarios del supremacismo parecian haberse multiplicado a velocidad geometrica. En la acera de enfrente, una veintena de apocalipticos tocaban los tambores y anunciaban con inusitada alegria el fin del mundo. Serra se abrio paso entre la multitud con expeditivos empujones y la androide fue siguiendo su estela. Salvaron sin problemas el cordon policial y luego la linea de seguridad del partido, compuesta por muchachos muy jovenes y muy nerviosos. Al pasar, el lugarteniente les dijo con arrogancia que se mantuvieran bien atentos; era una orden innecesaria, pero el hombre estaba disfrutando de la facilidad con que se le abrian las puertas vedadas para otros, del tumulto de espectadores que le contemplaban, de formar parte de los mandos de un partido que de la noche a la manana se habia convertido en un producto estrella. Parecia haber crecido un palmo de lo estirado que caminaba, los hombros hacia atras, el pescuezo altivo. Por encima de sus cabezas, una de las pantallas publicas les reflejo mientras entraban: alguno de los presentes estaba mandando las imagenes. Serra se esponjo y engurruno el ceno un poco mas, interpretando ampulosamente su papel de Importante Politico Muy Preocupado Por La Situacion.

– Esto esta que arde -comento ya dentro del vestibulo.

Y no pudo evitar que se le escapara una son risilla de conejo feliz.

Era un sordido edificio de oficinas y el PSH estaba en la cuarta planta, en un piso grande y destartalado, con retorcidos pasillos y estrechos cubiculos por todas partes. La puerta al descansillo permanecia abierta y montones de personas entraban y salian. Imperaba un ambiente de actividad caotica y frenetica.

– Sigueme.

Atravesaron un dedalo de baratas mamparas correderas y espacios interiores sin ventanas iluminados por mortecinas lamparas de luz residual.

– Esto es un laberinto. Hasta ahora nos ha servido y el alquiler es barato. Pero con la dimension que por fin esta tomando esto nos tendremos que mudar a un sitio mas adecuado…

Llegaron a un despacho mejor amueblado y se detuvieron ante la mesa de un chico con el pecho cruzado de correajes y dos pistolas de plasma en los sobacos. Que descaro, penso Bruna: que poderosos se sienten.

– Nos esta esperando -le gruno Serra.

El chico asintio sin decir nada y pulso la pantalla de su movil. Una puerta blindada se abrio con un chasquido a sus espaldas.

– Ve tu sola. Cuando salgas pregunta por mi -dijo el lugarteniente.

Al otro lado de la puerta habia un corto pasillo y al final una segunda hoja blindada que se desbloqueo cuando llego junto a ella. La abrio. El despacho de Hericio era grande, rectangular, con otras dos puertas a la derecha y un gran ventanal. El hombre estaba junto a el, de pie, mirando pensativo al exterior, y la androide tuvo la sensacion de que era una escena preparada para ella, de que Hericio tambien se estaba representando a si mismo, como Serra, en el papel de Lider Contemplando Serenamente Su Responsabilidad Historica. Bruna cruzo la habitacion meneando ostentosamente las caderas, muy en su personalidad de Annie Destructora: puestos a actuar, se dijo, actuarian todos.

– Annie, Annie Heart… Por fin te conozco… -dijo el tipo, dandole la mano-. Ven, sentemonos ahi, estaremos mas comodos.

Se instalaron en los sillones de cuero sintetico. El ventanal, observo Bruna, era fingido. No era mas que una proyeccion en bucle continuo de una calle, semejante a las imagenes de la casa del memorista pirata… es decir, de la casa de Pablo Nopal. En realidad el despacho era como una camara acorazada, con todas las puertas blindadas y sin aberturas al exterior. La ventana simulada, el cuero artificial y el lider falso.

– Tengo entendido que quieres hacer una donacion al partido… Disculpame que entre tan rapido en materia, pero, como veras, estoy muy ocupado. Las cosas van muy deprisa y no tengo tiempo para perder… -dijo pomposamente.

Luego se escucho a si mismo y quiza penso que habia sido demasiado grosero.

– Es decir, no para perder, en tu caso, sino para disfrutar, para relajarme, para departir. No tengo mucho tiempo para hablar contigo, cosa que lamento…

– Esta bien, Hericio, lo entiendo. Y te agradezco que me hayas recibido en estos momentos tan complicados. Pero tambien tienes que entender que yo quiera asegurarme de que mi dinero va a parar al lugar adecuado.

– Puedes estar tranquila. Con el PeEfe sabras en que se ha gastado hasta el ultimo de tus ges. Todo ira a parar al partido, naturalmente. Por cierto que nuestro permiso esta a punto de acabarse… Tendriamos que tramitar tu contribucion dentro de los proximos diez dias…

– Eso no es problema y no es eso lo que me preocupa. Incluso estoy dispuesta a aportar dinero fuera de la ley… Lo que quiero saber es si el PSH se lo merece… Si tu te lo mereces…

Hericio alzo nerviosamente la barbilla con un tic colerico.

– ?Has visto a toda esa gente que hay ahi abajo? ?En la calle? ?Toda esa gente que nos pide que intervengamos y salvemos la situacion? Mira, Annie Heart, anos atras, cuando estabamos haciendo la travesia del desierto, quiza hubieramos necesitado desesperadamente tu apoyo… Pero hoy… Eres tu quien ha pedido verme. Si quieres participar en este proyecto trascendental, si quieres colaborar en este renacimiento de la humanidad, hazlo. Y si no, puedes marcharte tan tranquilamente por esa puerta.

El tono de voz del hombre se habia ido poniendo campanudo y termino su perorata como si fuera un mitin. Por eso la habia recibido hoy y aqui, en la sede. Para impresionarla con su exito. Era un vendedor y estaba vendiendo su partido en alza. La rep se ahueco la melena con la mano y sonrio imperturbable.

– Pues a mi me parece que te conviene convencerme.

El aplomo de Bruna desconcerto al politico. El hombre se recosto en el respaldo del sillon, junto las yemas de los dedos como un predicador y la escruto receloso.

– ?Se puede saber de cuanto dinero estamos hablando?

– Diez millones de ges.

Hericio dio un respingo.

– No dispones de esa cantidad, Annie.

– No es solo mio. No se lo dije a Serra porque es una informacion que no debe circular y no le incumbe, pero

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