quedado un dia mas, intentar hacer bien las cosas, pero no tenia sentido hacerlas bien, ya nada tenia sentido, ya nada podia estar bien, habia que acabar, solo acabar, y ni siquiera como es debido. En la terminal del aeropuerto, Jerome, la fuerza tranquila, se habia convertido al amanecer en una especie de punk burlon, con los ojos inyectados de sangre, que provocaba a los demas pasajeros y, si alguno le plantaba cara, le escupia a la jeta: mi hija ha muerto, imbecil, ?te basta con eso?

Tengo otro recuerdo, sin embargo. Acababamos de llegar a la Alianza Francesa y nos propusieron que nos dieramos una ducha. ?Acaso el agua estaba racionada o cortada los dias anteriores en el Hotel Eva Lanka? No lo creo. Solo llevabamos a la espalda un largo dia de viaje, pero era como si volvieramos del desierto al cabo de tres meses sin lavarnos. Los ninos se ducharon primero, y despues Helene y yo, juntos. Estuvimos un largo rato frente a frente, bajo el debil chorro de agua. Sentiamos fragiles nuestros cuerpos. Yo miraba el de Helene, tan hermoso, tan aplastado por la fatiga y el pavor. Yo no sentia deseo, sino una piedad desgarradora, una necesidad de cuidarla, de protegerla, de conservarla. Pensaba: hoy podria estar muerta. Helene me es preciosa. Preciosisima. Quisiera que un dia sea vieja, que su piel sea vieja y devastada, y seguir queriendola. Nos devoro lo que habia sucedido durante aquellos cinco dias y que terminaba en aquel preciso momento. Se abria una valvula que liberaba un chorro de afliccion, de alivio, de amor, todo mezclado. Estreche a Helene en mis brazos y dije: no quiero que nos separemos nunca mas. Ella dijo: yo tampoco quiero que nos separemos.

Encontre el apartamento donde vivimos hoy dos semanas despues de nuestro regreso a Paris. Unos dias mas tarde, firmado el contrato de alquiler, lo visitabamos con un artesano polaco que se ocuparia de la pintura y la restauracion de la cocina cuando sono el movil de Helene. Ella asintio, escucho unos instantes en silencio y despues se metio en la habitacion contigua. Cuando el polaco y yo nos reunimos con ella, Helene tenia los ojos llenos de lagrimas, le temblaba la barbilla. Su padre acababa de anunciarle que Juliette volvia a tener un cancer. Otro cancer, porque ya habia tenido uno de adolescente. Yo lo sabia. ?Que mas sabia, entonces, sobre ella? Que caminaba con muletas, que era jueza, que residia cerca de Vienne, en l'Isere. Helene veia muy poco a su hermana. Sus vidas no se asemejaban, siempre habia algo mas urgente que ir a Vienne. Pero la queria. Alguna vez me habia hablado de ella, con ternura e incluso con admiracion. Justo antes de las vacaciones navidenas, Juliette habia sufrido una embolia pulmonar, Helene estaba inquieta pero la ola habia eclipsado esta preocupacion junto con todo el resto de nuestra vida anterior, a nuestro regreso ya nada era igual y, de repente, de nuevo le habian diagnosticado un cancer a Juliette. De mama, esta vez, con metastasis en los pulmones.

Fuimos a verla un fin de semana del mes de febrero, al principio de la quimioterapia. Sabiendo que iba a perder el cabello, le habia pedido a Helene que le comprase una peluca, y Helene habia recorrido las tiendas especializadas para encontrar la mas bonita. Tambien habia comprado vestidos para sus tres sobrinas. Todo lo que en la familia tiene que ver con la coqueteria, la elegancia y la apariencia es el dominio de Helene. No era, desde luego, el de Juliette y su marido, que vivian en una casita moderna de un pueblo sin encanto, mitad campo mitad extrarradio. Vi a una joven agotada, desmedrada, que ya no se levantaba de la butaca, y a un marido delgado y esbelto, suave, hermoso, un poco lunatico, y a tres ninas realmente encantadoras, una de las cuales, la mayor, que tenia siete anos, dibujaba, con mucho cuidado y una seguridad de trazo asombrosa para su edad, cuadernos enteros de princesas con piedras preciosas en el pelo y vestidas con ropa de gala. Seguia con la misma seriedad cursos de ballet y la hice reir improvisando con ella una especie de toscos trenzados con la musica de El lago de los cisnes. Aparte de esta payasada que causo un buen efecto, una mezcla de pereza y malestar me empujo a excluirme de la conversacion, que languidecia, de todos modos, a causa de la debilidad de Juliette. Era invierno, encendieron todas las lamparas, la tarde se arrastraba. Inspeccione, como hago siempre que llego a alguna casa, las estanterias de la pequena biblioteca, compuesta de manuales practicos, de albumes para ninos, de ensayos sobre la justicia y la bioetica destinados al gran publico, de novelas que se compran como quien toma un cafe. En aquel muestrario a mi juicio deprimente, descubri un libro mas solitario, un relato de una autora que me gusta mucho, Beatrix Beck. Ese relato se titula: Plus loin, mais ou? Al hojearlo, me tope con una frase que me hizo reir, que lei sin dirigirme a nadie: «Una visita siempre agrada, si no cuando llega, al menos cuando se va.»

Juliette no tenia muchas ganas de que volvieramos demasiado pronto: no antes de que se hubiera repuesto de la quimioterapia. Pasaron dos meses en que ella y Helene solo se hablaron por telefono. Juliette era de esas personas que procuraba tranquilizar a sus allegados en lugar de inquietarles, de ahi que las noticias fueran tanto menos tranquilizadoras. Los medicos, decia ella, eran optimistas, la combinacion de la quimioterapia con un tratamiento reciente, la herceptina, parecia lograr el retroceso de la enfermedad. Pero se hablaba de remision, no de curacion, y aunque Juliette la preveia larga, en adelante proyectaba su vida dentro del plazo de esta remision. Cuando Helene le proponia una visita, ella decia: esperad un poco, esperad a que haga bueno, saldremos al jardin, sera mas agradable, y ademas ahora estoy muy cansada. Estas conversaciones desgarraban a Helene. Me decia, con una especie de estupor: mi hermanita se va a morir. Yo la estrechaba en mis brazos, le apretaba la cara entre las manos, decia: yo estoy aqui, y es verdad, estaba alli. Recordaba que apenas un ano antes, mi hermana mayor habia estado a punto de morir, y tambien la pequena, mucho tiempo antes: estos recuerdos me ayudaban a sentir un poco lo que ella experimentaba, a estar un poco mas a su lado, pero salvo en los momentos en que me hablaba de ello o, sin que ella me hablase, yo veia que habia llorado, lo cierto es que yo apenas pensaba en la enfermedad de Juliette. Aparte de esta amenaza, nuestra vida era feliz. Para celebrar nuestra mudanza organizamos una gran fiesta, y varias semanas despues todos nuestros amigos nos repitieron que ya no se hacian muchas fiestas tan alegres. Yo estaba orgulloso de la belleza de Helene, de su ironia, de su indulgencia, amaba sin temerlo su fondo de melancolia. Se iba a presentar en el Festival de Cannes la pelicula que yo habia filmado el ano anterior. Me sentia brillante, importante, y aquella semicunada cancerosa en su casita perdida en un pueblucho de provincias me daba pena, por supuesto, pero estaba lejos. Aquella vida que se apagaba no tenia nada que ver con la mia, en la que todo parecia abrirse, desplegarse. Lo que mas me fastidiaba era que aquello socavaba a Helene y reprimia un poco -muy poco, a decir verdad- el impulso de dar rienda suelta a la euforia ligeramente megalomana que me invadio durante toda aquella primavera.

Entre Cannes y la aparicion de la pelicula quedaba aun una etapa en el camino que me conducia hacia la gloria: otro festival celebrado en Yokohama. Viajaria en primera clase, asistiria la flor y nata del cine frances, yo ya me veia agasajado en japones. Helene no podia acompanarme, porque trabajaba, pero en mi ausencia planeaba hacer por fin una visita a Vienne: Juliette decia que se encontraba algo mejor, haria buen tiempo, disfrutarian del jardin. Yo tenia que partir el lunes y el viernes grabe la voz en off de un documental que habia rodado con un amigo en Kenia; en aquel periodo yo hacia muchas cosas y tenia la sensacion de que ya no me detendria. Grabar mi voz y dominarla mejor de lo que hago en mi vida normal me proporciona sin duda un placer narcisista, habia conseguido encajar en el comentario la frase que me hacia reir sobre las visitas que siempre agradan, si no cuando llegan, al menos cuando se van, de tal forma que Camille, la montadora, y yo salimos del estudio muy contentos de nosotros mismos y de nuestra tarde de trabajo. Fuimos a tomar una copa en una terraza, gorronee un cigarrillo a una chica en la mesa de al lado, ella bromeo, yo tambien bromee; Camille, que siempre me rie las gracias, se rio de buena gana y entonces sono mi movil. Era Helene. Llamaba desde la television, se iba a la estacion de Lyon sin pasar por casa: Juliette se estaba muriendo.

Sus padres nos esperaban en la estacion de Perrache. Habian salido disparados de la casa de Poitou donde pasaban unos dias de vacaciones y habian atravesado Francia en automovil. En aquel momento pense que, para llamar a Helene, habian aguardado a recorrer como minimo la mitad del trayecto, para evitar que ella llegase antes que ellos, pero mas tarde, en el contestador de nuestra casa, encontre una serie de mensajes cada vez mas acuciantes que me recordaron los que habia encontrado en el mio veinte anos antes, cuando mi hermana menor tuvo un grave accidente de coche. Volvi tarde y demasiado borracho para escucharlos, y no los descubri hasta la manana siguiente. Al horror de la noticia se sumaba, aunque no cambiase nada, la verguenza de haber estado indebidamente protegido toda la noche, de haber dormido el sueno de los ebrios, ya que no el de los justos,

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