que habia que hacer, pero en aquel momento sabia que no era capaz de hacerlo. La primera vez que habia ido a la casa, habia hecho el payaso para hacer reir a Amelie. Ahora era Antoine el que la hacia reir con sus payasadas. Antoine es el hermano pequeno de Helene y de Juliette, y es una de las personas mas faciles de querer que conozco. Es alegre, amistoso, no hay en el nada reprimido, prohibido, todo el mundo se siente enseguida a gusto con el, y en especial los ninos. Descubri mas tarde el abismo de congoja que puede abrirse en Antoine, pero en aquella ocasion yo envidiaba su simplicidad, su relacion de tu a tu con la vida, que es lo contrario de mi caracter y, me parecia entonces, del de Helene. No obstante, ella es capaz de olvidarse de si misma. Yo lo habia descubierto viendo como prestaba ayuda a los siniestrados de la ola, y lo comprobaba observandola con Clara. Patrice, acababa de decirme su madre, habia hablado la vispera con sus tres hijas. Y hablar queria decir: mama se va a morir; manana, despues de la fiesta del colegio, iremos a verla los cuatro, y sera la ultima vez que la veamos. Habia pronunciado estas palabras y habia tenido que repetirlas. Clara las habia oido. Sabia que iba a perder a los cuatro anos el amor irreemplazable que le daba su madre, y buscaba ya una sustituia en su tia. Yo veia que Helene la mimaba, acogia sus carantonas y sus lloros, y a mi me conmovia su delicadeza tanto como me habia conmovido, en Sri Lanka, verla en una situacion exactamente opuesta, ante los padres de otra Juliette.
He sido y sigo siendo guionista, uno de mis oficios consiste en construir situaciones dramaticas, y una de las reglas del oficio es no tener miedo de la desmesura ni del melodrama. Pienso, sin embargo, que me estaria vedado en una ficcion un recurso lacrimogeno tan impudico como el montaje paralelo de las ninas bailando y cantando en la fiesta del colegio y la agonia paralela de su madre en el hospital. A la espera de que les tocase el turno, Helene y yo saliamos del patio cada diez minutos para fumar y luego volviamos al banco donde estaba sentada la familia, y cuando las ninas aparecieron, primero Clara entre las pequenas del parvulario, que hacian el ballet de los peces en el agua, y despues Amelie que, con tutu, actuaba en un numero de aro y hula-hoop, imitamos a los demas e hicimos grandes aspavientos para captar su atencion y que ellas advirtieran nuestra presencia. Aquel espectaculo era importante para ellas. Eran ninas concienzudas, aplicadas. Pocos dias antes, creian que su madre iria a verlas. Cuando la llevaron al hospital, Patrice les dijo, y sin duda el lo esperaba todavia, que volveria a tiempo para la fiesta. Despues les dijo que no era seguro que llegase a tiempo, pero que volveria pronto. Despues, la vispera, que no volveria nunca. Lo que hacia aquello aun mas desgarrador, si cabe, era que la fiesta estuvo muy bien. Realmente. Gabriel y Jean-Baptiste, mis dos hijos, ya son mayores, pero he visto no pocas fiestas de fin de curso en la escuela de parvulos y en la primaria, funciones de teatro, canciones, pantomimas, y por supuesto que son enternecedoras, pero tambien laboriosas, aproximativas, un poco chapuceras, por asi decir, hasta el punto de que si hay algo que los padres mas indulgentes agradecen a los profesores que se rompen la cabeza para organizarias es que sean cortas. La funcion del colegio de Rosier no lo era, pero tampoco habia sido representada a la ligera. Los pequenos ballets y sainetes poseian una calidad de precision que solo se alcanzaba con mucho trabajo y empeno, una seriedad impensable en los colegios de progres ricos que han frecuentado mis hijos. Los ninos tenian un aire de felicidad
Todo el mundo estaba al corriente de la noticia entre la multitud de padres de alumnos que llenaba el patio de la escuela y que, terminada la funcion, se congrego en el terraplen delante de la iglesia. Todavia no se hablaba de Juliette en preterito, pero no era posible fingir esperanza. Vecinos y amigos mas o menos cercanos abrazaban a Patrice, que tenia en brazos a la pequena Diane, le apretaban el hombro, se ofrecian a cuidar de las ninas o a alojar, si faltaba sitio, a los parientes que habian llegado a causa de la muerte de su esposa. El tenia una sonrisa desolada y afable, que expresaba una gratitud autentica por las manifestaciones de simpatia mas convencionales -que sean convencionales no impide que sean sinceras-, y lo que me sorprendia, lo que nunca ha dejado de sorprenderme en Patrice es su simplicidad. Alli estaba, en shorts y sandalias, daba el biberon a su hija mas pequena y nada en el se planteaba la cuestion de como manifestar su pena. Comenzo la feria. Habia puestos de pesca con cana, de tiro al arco, piramides de latas de conserva que habia que derribar con una pelota de tenis, un taller infantil de pintura, una tombola… Amelie tenia un talonario de billetes sin gastar para la tombola, todos los miembros de la familia y algunos vecinos se los compraron, pero a ninguno le toco un premio. Como yo estaba con Helene y con Amelie en el momento del sorteo, simule que prestaba una gran atencion, verifique febrilmente mis numeros y exagere mi decepcion para que la nina se riera. Se reia, pero a su manera: gravemente, y yo trataba de imaginar que recuerdo guardaria, cuando adulta, de aquel dia. Trato de imaginar, cuando escribo esto, lo que sentira si lo lee algun dia. Despues de la feria hubo una comida en el jardin, debajo de la gran catalpa. Hacia mucho calor, se oia al otro lado de los setos las risas y las salpicaduras de los ninos en las piscinas inflables. Clara y Amelie, sentadas muy formales a la mesa, hacian dibujos para su madre. Si el color sobrepasaba la linea del contorno, fruncian el ceno y empezaban de nuevo. Cuando Diane se desperto de la siesta, Patrice y Cecile, la otra hermana de Juliette, se fueron al hospital con las tres ninas. En el momento de subir al coche, Amelie se volvio hacia la iglesia, trazo una furtiva senal de la cruz y murmuro, muy rapido: haz que mama no se muera.
El turno de Helene y el mio llego al final de la tarde. Previendo que tendria que conducir, la vispera me ocupe de memorizar el itinerario, y puse especial empeno en recorrer el trayecto sin errores ni titubeos: lo unico que podia hacer era conducir bien, y ya era algo. Empujamos las mismas puertas de doble batiente, recorrimos los mismos pasillos desiertos, iluminados con luces de neon, aguardamos un largo rato delante del interfono a que nos permitieran el acceso a la unidad de vigilancia intensiva. Cuando entramos en la habitacion, Patrice estaba tumbado en la cama al lado de Juliette, con el brazo alrededor de su cuello y la cara vuelta hacia la de ella. Juliette habia perdido el conocimiento, pero su respiracion seguia siendo penosa. Patrice salio al pasillo para que Helene estuviera un momento a solas con su hermana. Vi que ella se sentaba en el borde de la cama y que tomaba la mano inerte de Juliette y despues le acariciaba el rostro. Transcurrio un tiempo. Al salir de la habitacion, pregunto a Patrice que habian dicho los medicos. El respondio que segun ellos Juliette moriria durante la noche, pero que no se podia saber cuanto duraria. Ahora, dijo Helene, tienen que ayudarla. Patrice meneo la cabeza y volvio a la habitacion.
El medico de guardia era un joven calvo con gafas de montura dorada y aire precavido. Nos recibio acompanado de una enfermera rubia, de aspecto tan calido como frio el de el, y nos rogo que nos sentaramos. Ya sabra usted, dijo Helene, lo que vengo a pedirle. El hizo una pequena sena que significaba menos un si que una invitacion a que continuase, y Helene, a la que le asomaban las lagrimas a los ojos, prosiguio. Pregunto cuanto tiempo podia durar la agonia y el medico repitio que no podia decirlo pero que era cuestion de horas, no de dias. Juliette estaba entre dos aguas. Ahora hay que ayudarla, insistio Helene. El se limito a responder: ya hemos empezado a hacerlo. Helene le dejo su numero de movil y pidio que la llamaran cuando todo hubiese acabado.
En el camino de vuelta del hospital, en el coche, no estaba segura de haber sido lo bastante clara con el medico ni de que lo hubiese sido la respuesta de el. Intente tranquilizarla: no habia habido ambiguedad de ninguna de las partes. Ella temia tambien el celo de la enfermera calida, que habia hablado de una posible mejoria. Juliette, decia con un tono esperanzado, podia durar aun veinticuatro o incluso cuarenta y ocho horas. Helene estaba convencida de que estas horas sobraban. Juliette ya se habia despedido, Patrice estaba a su lado: era el momento. La medicina, a partir de aquel punto, ya solo podia permitir que se aprovechase aquel instante.
Paramos en Vienne para comprar tabaco y beber algo en la terraza de un cafe, en la avenida principal. Era una tarde de sabado en una pequena ciudad provinciana, la gente pululaba por la calle en mangas de camisa o