mientras que mi madre, a la que tan a menudo he acusado de silenciar la verdad para proteger a los suyos, habia hecho todo lo posible para avisarme. Helene y yo subimos a la trasera del coche y tuve la sensacion de que las cosas reanudaban una costumbre interrumpida desde hacia mucho tiempo: los padres delante, los ninos detras. El trayecto hasta el hospital de Lyon-Sur fue bastante largo, con circunvalaciones interminables, letreros que veiamos demasiado tarde, ramales de salida que no tomabamos a tiempo, por lo que debiamos seguir hasta el siguiente, y despues la circunvalacion en la direccion contraria. Estas dificultades para encontrar el camino permitian hablar de cosas neutras. Para los padres de Helene, como para los mios, la buena educacion consiste, en primer lugar, en reservarte tus emociones, pero tenian los ojos rojos y las manos de Jacques, el padre, temblaban sobre el volante. Justo antes de llegar, Marie-Aude, la madre, dijo sin volverse que aquella noche seria sin duda la ultima en que veriamos a Juliette. Quiza tambien al dia siguiente, no lo sabiamos.

Estaba en la unidad de vigilancia intensiva. Helene y sus padres entraron en la habitacion, yo quise quedarme en el umbral pero Helene me hizo senas de que la siguiera, de que me pusiera detras de ella, muy cerca, mientras se aproximaba a su hermana y le cogia la mano de la via intravenosa. Al sentir el contacto, Juliette, que yacia inmovil, con la cabeza hacia atras, se volvio ligeramente hacia Helene. Los pulmones ya casi no le funcionaban y el acto de respirar, que se habia vuelto horriblemente dificil, absorbia toda la energia que le quedaba. Ya no tenia pelo y su cara estaba demacrada y cerosa. Yo habia visto muchos muertos de golpe, en Tangalle, mis primeros muertos, pero nunca habia visto morir a una persona. Ahora lo veia. Sus padres y su hermana le hablaron por turnos sin que Juliette pudiera responderles, pero les miraba como si les reconociese. No me acuerdo de lo que le decian. Seguramente repetian su nombre y que estaban alli, a su lado. Juliette, soy papa. Juliette, soy mama. Juliette, soy Helene. Y le apretaban las manos, le tocaban la cara. De pronto, se incorporo en la cama, arqueando la espalda. Hizo varias veces el mismo gesto brutal y torpe para arrancarse la mascarilla de oxigeno, como si en lugar de ayudarle a respirar se lo impidiese. Asustados, creimos que no funcionaba, que iba a morir al instante por falta de aire. Llego una enfermera que dijo que no, que el aparato funcionaba bien. Helene, que sostenia a Juliette en los brazos, la ayudo a acostarse de nuevo. Ella no se opuso. Aquel sobresalto la habia extenuado. Parecia menos sosegada que lejana, fuera de alcance. Nos quedamos los cuatro un momento a su cabecera. Despues, la enfermera nos dijo que por la tarde, cuando todavia podia hablar, Juliette habia pedido que le llevaran a sus hijas, pero solo despues de la fiesta del colegio, que tendria lugar a la manana siguiente. Los medicos creian que podrian mantenerla hasta entonces. Aquella noche harian lo necesario para que descansara. Todo esto habia sido planificado por ella y su marido. No queria morir atontada por los medicamentos, y al mismo tiempo contaba con ellos para que un sufrimiento excesivo no le arrebatase su propia muerte. Queria que la ayudasen a aguantar para hacer lo que le quedaba por hacer, pero no mas alla. Mas aun que su valor, a la enfermera le impresionaban su lucidez y su exigencia.

Aquella noche, en el hotel, Helene estaba acostada contra mi pero atrincherada, fuera de alcance ella tambien. A veces se levantaba para fumar un cigarro cerca de la ventana entreabierta y yo tambien me levantaba y fumaba. Estaba prohibido en la habitacion donde estabamos y utilizamos como cenicero un vaso de plastico para los cepillos de dientes con agua en el fondo, para que no se quemase. Aquello formaba un brebaje repugnante. Los dos teniamos la intencion de dejar de fumar y varias tentativas fallidas en nuestro haber, y de comun acuerdo habiamos decidido que en vez de volver a intentarlo en un mal momento, de fracasar una vez mas y desanimarnos, esperariamos una ocasion realmente oportuna, es decir, un momento sin excesivo estres, para dejar definitivamente el tabaco. Esto significaba para mi que la ocasion seria despues de que se estrenara mi pelicula, y para Helene -me percato ahora, aunque no hubieramos llegado a formularlo- despues de la muerte de Juliette, que ella veia acercarse desde hacia varios meses con una angustia atonita. Nos levantabamos, fumabamos, nos acostabamos, volviamos a levantarnos, practicamente sin decir una palabra. Hubo un momento en que Helene me dijo: me alegro de que estes aqui, y me hizo bien que me lo dijera. Al mismo tiempo, yo pensaba en Yokohama. Me decia que tal como se presentaban las cosas habia pocas posibilidades de tomar el avion el lunes, y trataba en vano de calcular las probabilidades. Pensaba tambien en Sri Lanka, en el abrazo que nos habiamos dado debajo de la ducha en la Alianza Francesa, y en la decision de no separarnos nunca. La habitacion de sus padres estaba en el mismo pasillo que la nuestra, tres numeros mas alla. Ellos no se habian separado, ni tampoco mis padres. Envejecian juntos, y si bien para nosotros no representaban un modelo, envejecer juntos me parecia a mi algo importante. Debian de estar acostados en la cama, en silencio. Quiza se apretaban el uno contra el otro. Quiza lloraban los dos, vueltos el uno hacia el otro. Era la ultima noche de su hija, o la penultima. Tenia treinta anos. Habian ido hasta alli para asistir a su muerte. ?Y las tres ninas, a unos kilometros de alli? ?Dormian? ?Que se les pasaba por la cabeza? ?Que piensas cuando tienes siete anos y sabes que tu madre se esta muriendo? ?Y cuando tienes cuatro anos? ?Y un ano? Dicen que con un ano no sabes, no comprendes, pero incluso sin palabras debes de adivinar que a tu alrededor ocurre algo de una gravedad inmensa, que la vida se esta tambaleando, que nunca mas habra una seguridad real. Una cuestion de lenguaje me rondaba el pensamiento. Detesto que se emplee la palabra «mama», salvo en vocativo y en un entorno privado: que incluso a los sesenta anos te dirijas asi a tu madre esta muy bien, pero que pasada la escuela elemental digas «la mama de fulano» o, como Segolene Royal, «las mamas», me repugna, y percibo en esta repugnancia otra cosa distinta que el reflejo de clase que me hace saltar cuando alguien dice delante de mi «parisiense» o, cada dos por tres, «sin problema». Sin embargo, incluso para mi, la que se iba a morir no era la madre de Amelie, de Clara y de Diane, sino su «mama», y esta palabra que no me gusta, que me entristece desde hace tanto tiempo, no dire que no me apenase, pero tenia ganas de pronunciarla. Tenia ganas de decir, en voz baja: «mama», y llorar y sentirme no consolado, no, sino acunado, simplemente acunado, y dormirme asi.Rosier, donde vivian Juliette, Patrice y sus tres hijas, donde siguen viviendo Patrice y sus tres hijas, es un pueblo muy pequeno, sin comercios ni cafe, pero tiene una iglesia y una escuela alrededor de las cuales se han construido urbanizaciones. La iglesia datara de finales del siglo XIX, ninguna de las casas es de esa epoca, y por eso uno se pregunta como seria el pueblo en otro tiempo, si lo habitaron campesinos antes de que llegaran las parejas jovenes que trabajan en Vienne o en Lyon y que han optado por afincarse aqui porque no es muy caro y esta bien para los ninos. Cuando estuve con Helene, en febrero, el lugar me habia parecido tanto mas siniestro porque el habitat y los habitantes me recordaban mucho el pueblo donde habian vivido Jean-Claude Romand y su familia, [3] no muy lejos de alli, en la region de Gex. En junio era mas agradable, sobre todo porque hacia bueno. El jardin, con su columpio y su piscina de plastico, da a la plaza de la iglesia, que basta atravesar para llegar a la escuela. Me imagine a las ninas saliendo despues del desayuno con su cartera a la espalda, imagine las meriendas, las visitas de una casa a otra, las bicicletas colgadas en los garajes, por encima del banco de trabajo y la segadora. Aquello carecia de horizonte, pero al menos era apacible.

Habia mucha gente en la casa cuando llegamos, la manana del sabado: Patrice y sus hijas, a las que acababan de preparar para la fiesta del colegio, pero tambien las familias de ambas partes, padres, hermanos y hermanas, sin contar a los vecinos que se quedaban cinco minutos, el tiempo de un cafe. Preparaban uno tras otro, sacando del lavavajillas que aun no estaba en marcha tazas que lavaban debajo del grifo. Yo era el extrano mas reciente que se habia incorporado a la familia, necesitaba que me asignaran una tarea y me instale en la mesa de la cocina para ayudar a la madre de Patrice a preparar una gran ensalada para la comida. Todos sabiamos por que estabamos alli, no hacia falta hablar de ello, pero entonces, ?que decir? La madre habia leido mi libro El adversario, que Juliette le habia recomendado diciendo que yo era el nuevo novio de Helene, y le habia parecido un relato muy duro. Yo reconoci que si, que lo era, que tambien para mi habia sido duro escribirlo, y me senti vagamente avergonzado de escribir cosas tan crudas. A la gente que frecuento no le plantea problemas que un libro sea horrible: por el contrario, muchos ven en este hecho un merito, una prueba de audacia que acredita la valia del autor. A los lectores mas candorosos, como la madre de Patrice, les perturba. No juzgan que este mal escribir estas cosas, pero de todos modos se preguntan por que escribirlas. Se dicen que un tipo amable y bien educado, que les ayuda a cortar en rodajas los pepinos, que parece participar sinceramente en el duelo de la familia, debe de ser, pese a todo, o muy retorcido o bien desgraciado, en cualquier caso debe de haber en el algo anomalo, y lo peor es que no puedo evitar estar de acuerdo con ellos.

Preferia refugiarme en la compania de la madre de Patrice porque no me atrevia a acercarme a las ninas: me refiero a las dos mayores, Amelie y Clara. Con ellas no era suficiente ser amable y bien educado. Yo no sabia lo

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