la Opera, y despues buscar aquella calle donde nunca habia estado, pagar la entrada en la caja, desvestirse, entrar desnudo en el bano de vapor donde otros hombres desnudos se rozaban, se chupaban, se enculaban. ?Chupo el, le chuparon? ?Enculo, le encularon? ?Como era el tio? Todo esto, el corazon de la escena, se ha borrado de su memoria. Sabe solamente que tuvo lugar. Despues volvio a Sceaux, se reunio con sus padres, que aun no se habian acostado, y hablo con ellos con ese tono neutro que se adopta cuando se produce una catastrofe y, de hecho, no hay nada que decir.

Ignoro si el parrafo anterior figurara en el libro. Etienne ha sido claro: puedes escribir todo lo que te digo, no quiero ejercer ningun control. Sin embargo, yo comprenderia muy bien que al leer el texto antes de su publicacion, me pidiese que no mencionara este episodio. Mas por consideracion hacia los suyos que por verguenza, ya que estoy seguro de que no le averguenza: es un acto extrano, que el mismo se explica mal, pero no se trata de una mala accion. Dicho esto, creo que tampoco se avergonzaria aunque se tratase de una mala accion. O bien si, sentiria verguenza, pero la juzgaria tambien digna de contarse. Diria simplemente: lo he hecho, me averguenzo, esta verguenza forma parte de mi, no voy a renegar de ella. Creo que la frase: «Humano soy y nada de lo humano me es ajeno» es, si no la forma suprema de la sabiduria, en cualquier caso una de las mas profundas, y lo que me gusta de Etienne es que se la toma al pie de la letra, es incluso lo que segun el le confiere el derecho a ser juez. No quiere suprimir nada de lo que le hace humano, pobre, falible, magnifico, y por la misma razon yo no quiero cortar nada en el relato de su vida.

(Nota de Etienne, en el margen del manuscrito: «No hay problema, dejalo.»)

La fiesta de cumpleanos de Aurelie no era solo una fiesta de jovenes. Estaban sus amigos, pero tambien sus padres, y todas las edades mezcladas. No fue por la noche, sino por la tarde, en el jardin florecido. Habian ensayado un espectaculo, Etienne iba a cantar. Canto. El dolor era tan fuerte que se apoyaba en muletas. Todos los que le rodeaban sabian que ingresaria en la clinica esa misma noche y que al dia siguiente le amputarian la pierna.

Hacia las seis, estaba tendido debajo de un arbol, con la cabeza sobre las rodillas de Aurelie, que le acariciaba el pelo. A veces levantaba los ojos hacia su rostro. Ella le sonreia, le decia en voz muy baja: estoy aqui, Etienne. Estoy aqui. El volvia a cerrar los ojos, habia bebido un poco, no mucho, escuchaba el rumor de las conversaciones alrededor de ellos, el zumbido de una avispa, portezuelas de coches que se cerraban de golpe en la calle. Se encontraba bien, habria querido que aquel momento durase para siempre, o que la muerte le sorprendiera asi, sin darse cuenta. Despues su padre vino a buscarle y le dijo: Etienne, es la hora. Aun hoy se imagina lo que represento para su padre decir: Etienne, es la hora. Parece algo insuperable, y sin embargo lo hizo. Estas palabras se pronunciaron y estos gestos se ejecutaron con calma; pero en el fondo, dice Etienne, podria haberse puesto a gritar, a discutir, a decir que no, no quiero, como algunos condenados a muerte cuando van a buscarles a su celda y les dicen exactamente lo mismo: es la hora. Pero no, le ayudaron a levantarse y el se levanto.

Asi es: me levanto para ir a que me amputen.

Pidio a los suyos que estuvieran presentes cuando despertase y alli estaban todos a su alrededor: sus padres, su hermano, sus hermanas y Aurelie. La primera sensacion al salir de la anestesia general fue: ya no me duele. El tumor comprimia el nervio y causaba un dolor que desde hacia meses se habia vuelto insoportable. Asi pues, ya no le duele. No siente nada. Pero ve: la forma de su pierna derecha extendida debajo de la sabana, la forma de su muslo izquierdo y, a partir de donde deberia haber una rodilla, la sabana baja, ya no hay nada. Tardara en atreverse a levantar la sabana y la manta, en incorporarse para extender la mano y recorrer con ella el espacio que ocupaba la pierna. Solo piensa en esto, tiene una pierna menos, y al mismo tiempo la olvida constantemente. Nada se la recuerda si no mira el vacio en el lugar de la pierna, si no comprueba que ya no esta. Su cerebro razonador ha registrado la informacion, pero no es el cerebro razonador el que tiene conciencia de su cuerpo y le hace moverse. Llegara el dia en que querra vestirse, ponerse los calzoncillos, no le pillara desprevenido, se habra preparado, habra pensado: me han amputado, ahora voy a hacer un gesto que hago por primera vez desde la amputacion, y tendre que hacerlo de una forma distinta a todas las veces en que lo he hecho antes. Lo habra pensado, pero cuando tenga los calzoncillos entre las manos y se agache, hara primero el gesto de introducir el pie izquierdo, sabiendo muy bien, viendo perfectamente que ya no tiene pie izquierdo, y necesitara un esfuerzo consciente para introducir solo el pie derecho, subirlo lentamente a lo largo de la pierna derecha y de la columna de vacio del otro lado, hasta que llegue mas arriba de la rodilla y pueda continuar, como siempre ha hecho, subiendo por los muslos, levantando, para acabar, las nalgas, y ya esta: se ha puesto los calzoncillos. Ocurrira igual con todo, habra que corregir el programa, pasar del procedimiento normal al procedimiento «amputado». Habra que domesticar no solo el vacio en el lugar de la pierna, sino tambien el paso del vacio a la pierna cortada, lo que se denomina con una palabra fea y que tampoco designa un objeto muy agradable: el munon. Es un momento crucial del aprendizaje, el momento en que por primera vez la mano toca el munon. No esta muy lejos, basta estirar el brazo, pero inspira cierta repugnancia tocar eso, necesitara todavia mucho tiempo, y Etienne dista mucho de haber llegado a este punto, para admitir, prever como posible que otra persona, y en particular una mujer, pueda algun dia tocar el munon con amor, acariciarlo, para que no sea una zona cuidadosamente evitada. Se supone que debe hacer todo este aprendizaje en el centro de reeducacion de Valenton, cerca de Creteil, adonde le trasladan al salir de la clinica. Despacha muy rapido este episodio. Lo que dice es que se cuentan muchas mentiras sobre una amputacion. Te explican: vamos a amputarle por encima de la rodilla, es la altura ideal para la protesis, y pronto podra llevar una vida normal. Y luego, en el centro de reeducacion, le preguntas al medico cuando podras volver a jugar al tenis y el te mira como si te hubieras vuelto loco: al ping-pong si, el ping-pong esta muy bien, pero olvidate del tenis. Te dicen tambien, antes de ponerte la protesis: en cuanto te hayas acostumbrado a ella, formara parte de ti, sera realmente como si tuvieras una pierna nueva. Y cuando llega el dia de probarte la protesis, hace clic-clac y comprendes que es un engano, que nunca sera una pierna nueva. Cuando te ven llorar, los cuidadores te dicen con dulzura que todo el mundo pasa por esto, que el aprendizaje requiere un tiempo, pero los demas amputados, los que estan un poco mas adelantados que tu en este aprendizaje, te dicen (al menos te lo dijo uno de ellos): bienvenido al club, bienvenido al club de los que son desde ahora tres cuartas partes hombre y una cuarta metal.

Etienne huyo. Tenia que quedarse tres meses en el centro, pero desde la primera semana pidio a sus padres que le comprasen un coche, su primer automovil de invalido, provisto de un solo pedal, para salir cuando le apeteciera, y al cabo de quince dias volvio a su casa. Como los cancerosos del Instituto Curie, los amputados de Valenton le repugnaban, rechazaba una amistad o incluso un companerismo nacidos de aquella solidaridad.

El ano de quimioterapia, en cambio, no era negociable. Fue un ano atroz. Eran curas de tres dias, una vez al mes, y durante esos tres dias no paraba de vomitar, sencillamente. Tres dias vomitando cuando ya no tienes nada que vomitar. La idea de volver aterraba cada vez a Etienne. En principio, piensa que hay que vivirlo todo lucidamente, estar presente en todo lo que te acontece, incluso el sufrimiento, ya en esta epoca era su solo ideario, pero en aquel caso no, no servia de nada, era demasiado asqueroso, demasiado humillante, valia mas ausentarse de si mismo, y pidio que le atontasen con medicamentos. Su madre estaba autorizada a asistir a las sesiones y sostenerle la palangana, pero no Aurelie: no queria que ella le viera de aquel modo. Hoy, veinte anos despues, lo lamenta. Dice que es incluso una de las cosas que mas lamenta de su vida, mucho mas que el haber huido de la primera quimioterapia: Aurelie queria estar a su lado, era su lugar porque le amaba, y el no le dejo ocuparlo. No confio en ella.

Ademas de enfermarle horriblemente, la quimioterapia le produjo la perdida del pelo y el vello, tal como habia temido la primera vez. Se le cayo casi todo, no todo. Aurelie insistia en que se afeitara el que le quedaba, pero el se nego, conservo algunos mechones largos que le afeaban todavia mas. No sin razon, ella le reprochaba este extremismo. Etienne se miraba desnudo en el espejo: aquella cosa flaca, blanca, glabra, sin pierna, era el. El joven deportista que era pocos meses antes se habia convertido en aquel mutante. Aurelie aguanto casi un ano y despues le dejo. Entre los veintidos y los veintiocho anos, Etienne estuvo sin mujer.

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