sus propios punos y cuellos con el uniforme de la escuela. Ridiculo. Por supuesto, despedi a aquella nina con un pellizco. Los mismos bailarines, en lugar del director o el maestro de baile, querian decidir que ballets se harian, y quien los bailaria, y que salarios se cobrarian, y cuantos dias bailarian. Claro, yo llevaba muchos anos decidiendo por mi misma todas esas cosas, pero la diferencia es que yo me habia «ganado» ese derecho… llevaba una decada en escena, y era la Kschessinska. Se podia contar en meses el tiempo que esos ninos llevaban bailando para el zar. No eran trabajadores de la electricidad, como los de la planta electrica de Petersburgo, y por tanto, no podian dejar la ciudad a oscuras, como habian hecho aquellos. Y tampoco eran trabajadores de la planta depuradora de agua, y por tanto no podian impedir que el agua llenase las tuberias. Pero podian intentar que los teatros se quedasen a oscuras. En el teatro Alexandrinski, los actores amenazaban con abandonar sus textos y en cambio aleccionar a su aristocratico publico sobre la necesidad de una reforma gubernamental y luego salir de escena. Pero los actores revolucionarios no podian conseguir que sus colegas estuvieran de acuerdo con esto. En el Mariinski, los miembros del comite se metian sin llamar en los vestuarios, antes de subir el telon, y empezaban a arengar al corps de ballet, que estaba muy ocupado sujetandose las pelucas, para que se negasen a bailar en la sesion de tarde, respondiendo a la obstinacion de la administracion del teatro con obstinacion por su parte, pero esos nuevos comites no tenian la lealtad de toda la compania, y los bailarines bostezaban, y la funcion de La dama de picas de la sesion de tarde se llevaba a cabo como de costumbre. Hasta mi hermano Iosif, radicalizado por todas las huelgas y marchas y todos esos panfletos y peticiones, tomo parte en aquellas acciones, para gran verguenza de mi padre y mia. Y cuando supe que la familia real planeaba permanecer en Tsarskoye Selo durante toda la temporada social, decidi que yo misma estaba ya harta de esa extrana y desolada temporada de teatro a la cual habia vuelto con tan grandes esperanzas. Cogi a Vova y, con mis padres, nos retiramos a la propiedad de nuestra familia, Krasnitzki, para pasar el verano. Mi hermano, por supuesto, se quedo en la capital.
Pero encontre Krasnitzki muy cambiado tambien. Cuando salia a dar un paseo por las carreteras que conocia tan bien desde la ninez, o a lo largo del camino de arena que pasaba junto al rio Orlinka, de aguas rapidas, si por casualidad me encontraba con algun campesino de la propiedad, este me dirigia solo un leve movimiento de cabeza, y yo tenia la sensacion de que incluso este gesto lo hacia de mala gana. ?Despues de todas las amabilidades que mi padre habia tenido con ellos! Nuestro vecino encontro una pared de su granero destrozada, una manana; a otro le habian robado los aperos de labranza. Y asi, a reganadientes, fui acortando mis paseos y quedandome mucho mas cerca de nuestra dacha. Mi nino ya era lo bastante mayor para ir dando sus primeros pasitos a mi lado junto a los abedules, arrancar las setas que yo le senalaba y ponerlas luego, algunas aplastadas y otras rotas a trozos, en mi cestito de corteza, que llevaba grabadas mis iniciales, M M K. A la suave luz del atardecer, yo le acunaba en mi regazo o mi madre lo sentaba en el suyo, mientras contemplabamos los arboles que se alzaban dos veces mas altos que nuestro tejado. Mi padre le regalo a Vova un cochinillo, y mi hijo se lo llevaba a pasear como si fuese un perrito, con una correa hecha de cuerda para tirar de el y un palito para irle pinchando, y me llamaba para que viese como pegaba al animal hasta que tuve que quitar el palito a mi Ivan el Terrible en miniatura. Como Vova era muy melindroso en la mesa, mi madre le malcriaba recortandole la comida con formas raras: de bellota, de mariposa, de conejo… y le convencia para que comiera de una manera que solo ella sabia, con palabras dulces y unos cuantos revoloteos de la cuchara, y despues de comer, ella y yo le ensenabamos a jugar al durachki (que significa «pequenos idiotas»), el juego de cartas que primero aprenden todos los ninos rusos. Por la noche, Vova dormia en mi cama, con las cubiertas echadas atras y la cara sonrojada; debajo de aquella fiebre roja, el sol habia tenido de moreno su piel blanca. Yo yacia despierta junto a el, a veces durante horas, mientras el viento movia las ramas de los arboles, la hoja superior de un fajo de papeles, el dobladillo de un mantel, el te en una taza. Yo me sentia como si fuera nina de nuevo y Vova fuese mi hermano pequeno, pero aquella no era la vida que yo habia previsto para el, lentos veranos con los circulos catolicos de Petersburgo. Solo a diez kilometros de distancia, en Tsarskoye Selo y los palacios alineados en las avenidas que conducian a el, la familia imperial y la corte tambien se habian retirado de la agitacion que reinaba en la capital, pero esos diez kilometros igual podian ser diez mil, tanto se habia distanciado mi vida de la de ellos. En Tsarskoye Selo, estoy segura de que los arboles tambien crecian lozanos y verdes y se movian con el viento, inclinandose sobre los canales que la emperatriz Elizabeth habia pretendido, antes de que se abandonase el proyecto, que condujesen sin interrupcion hasta Peter, para que los zares pudieran recorrer a remo las nueve verstas hasta la capital, como los faraones en su barcaza. Alli, en el palacio Alexander, yo me imaginaba que Niki pasaba los dias igual que nosotros, jugando a las cartas con «sus» hijos, quizas al pinacle o a la tia, leyendo en voz alta de las novelas de Tolstoi, Gogol y Turguenev, pegando fotos en sus albumes. Pero yo no sabia nada de el desde hacia ya casi un ano, aunque el baron Freedericks me transferia cada mes dinero a mi cuenta. A mitad del verano yo me sentia ya muy inquieta y abatida, y mi animo acabo mas hundido aun por la calamidad.
Durante un ensayo de vestuario para La bella durmiente, aquella temporada que acababa de pasar, una trampilla del escenario se abrio de golpe y mi padre, que tenia la mala suerte de encontrarse encima, cayo por ella. Paro el golpe con los codos en el ultimo momento, pero el impacto de la caida, como si fuera una maldicion de cuento de hadas, quebro su robusta salud. Los disturbios en la capital y en el teatro solo consiguieron deshacerle mas. Los medicos le hicieron guardar cama, como si lo que fuera que tenia mal se pudiese arreglar solo estando alli, pero durante ochenta y tres anos la vida de mi padre se habia basado en el movimiento, y se nego a quedarse echado, tapado con las mantas. Sin embargo, en cuanto salia de la cama, me dijo, notaba que las partes de su cuerpo parecian estar unidas de una forma que no era la correcta del todo, que se movia como un hombre mecanico, con huesos de metal cubiertos de papel. Aunque ninguno de nosotros podia ver tal cosa, y le asegurabamos que el verano en Krasnitzki le curaria, ?quien conoce su propio cuerpo mejor que un bailarin? Mi padre murio repentinamente en julio, un mes despues de nuestra llegada. Se habia echado porque tenia dolor de cabeza, y cuando mi madre me envio a ver como estaba, yo no pude despertarle. Me dije a mi misma: «Solo esta durmiendo», y me acurruque a su lado en la cama, y le pase el brazo alrededor, y coloque mi cara junto a la suya, de la cual habia heredado tantos rasgos, y luego mire por la ventana, hacia el cielo de un azul resplandeciente. Pense: «Si no se levanta, yo tampoco sere capaz de levantarme».
Fue en 1905, doce anos despues de que el cuco de su estudio hubiese tocado doce veces mientras yo procuraba buscar las palabras para contarle mis planes de convertirme en amante del zarevich.
Mi padre habia llegado a Petersburgo en 1853, y bailo para cuatro emperadores (Nicolas I, Alejandro II, Alejandro III y Nicolas II). ?Mi padre estaba en Peter incluso antes que el Mariinski! El vio arder el circo en 1859, y alzarse el teatro Mariinski en su lugar. El me regalo su ciudad adoptiva y su teatro y su vida, y yo no podia imaginar ninguna de aquellas cosas sin el. En el funeral de Ivanov, unos anos antes, en 1901, mi padre suspiro: «quedamos muy pocos de los viejos…», y ahora, quedaba uno menos. Quiza yo pudiera cerrar los ojos y cuando los abriese, mi padre abriria los suyos. Cerre los mios y probe mi magia, pero tenia miedo de abrirlos. Mi madre al final vino a buscarnos a los dos y tuvo que darme palmadas en las manos y llamar a la criada para que la ayudara a sacarme de la cama.
Al cabo de un dia, mi hermano y su esposa Sima, y mi hermana y su marido, Ali, coincidieron en Krasnitzki, cenando aquella noche, y despues bebimos demasiados vasos de vodka y de conac y nos reimos de las costumbres de mi padre, de la cara que ponia cuando se sentaba en el camerino pegandose la barba de crin de caballo, y dibujandose los labios muy amplios, con una mueca demoniaca, o aquella vez que mi hermano llego armando escandalo por la cocina y chafo dos de los kulitsh de mi padre, que el luego tuvo que reconstruir con un monton de glaseado tan dulce que nadie se lo pudo comer, o la forma que tenia mi padre de hacernos sentar a los tres (Julia, Iosif y yo) para echarnos un sermon, como si fueramos estudiantes de tercer curso, sobre la sedicion en el teatro, recordandonos que eramos unos Kschessinski, sirvientes del zar, y que serviamos a su placer, y nosotros nos quedabamos alli en nuestras sillas, intimidados por nuestro padre, y ni siquiera Iosif se atrevia a levantar la vista. Y mientras nos reiamos de nosotros mismos, mi hermano aparto su plato y dijo que quiza mi padre tenia que haber convocado a todos los trabajadores de la propiedad aquel dia, tambien, y sentarlos a todos en sillas junto a nosotros, porque por lo que habia oido, a los campesinos les habria ido bien su rapapolvo. Y entonces Iosif canto para nosotros una melodia que habia oido aquella tarde, mientras caminaba junto al rio:
Nochyu ya progulivalsya po okrugeh
Ih mne ne vstretilsya nih odin bogach
Pust tolko popadetsya mne khot odin