Adrienne Sharp

La verdadera historia de Mathilde K

Para mi padre

«En Rusia todo es secreto, pero nada es desconocido.»

Madame de Stael

Paris, 1971

Me llamo Mathilde Kschessinska, y fui la bailarina rusa mas importante de los escenarios reales. Pero el mundo en el que naci, el mundo para el que me educaron, ha desaparecido, y todos los actores que representaron papeles en el han desaparecido tambien: muertos, asesinados, exiliados, fantasmas andantes. Yo soy uno de esos fantasmas. Hoy en dia, en la Union Sovietica esta prohibido pronunciar mi nombre. Las autoridades lo han eliminado de sus historias del teatro. Tengo noventa y nueve anos, una dama anciana con redecilla y cara de amargada, y sin embargo aun me siguen temiendo. Apenas media un metro cincuenta en el momento algido de mi fama (gasto el numero 35 de calzado) pero ahora no puedo permanecer de pie, ni andar siquiera. Me quedo sentada con los ojos cerrados en la que ha sido mi casa en Paris desde hace cincuenta anos y revivo el pasado, los recuerdos de mi antigua vida en San Petersburgo… fotografias en sepia de la familia imperial y de mi hijo, y del icono que tenia mi padre de Nuestra Senora de Czestokowa; su anillo con las armas del conde Krassinski; una medalla de la casaca del antiguo uniforme de mi marido, de la Guardia Real. Como todas esas cosas, yo tambien soy una reliquia. Pero todavia quedan restos del antiguo mundo, ?saben? Estan enterrados en algunos lugares, debajo de este mundo. El Palacio de Invierno, el teatro Mariinski, Tsarskoye Selo, Peterhof. Dicen que todo lo que esta enterrado acaba por salir a la superficie. Yo veo ese mundo con mucha mayor claridad que las avenidas y los arboles que estan junto a mi ventana, aqui, en el 16. ° Arrondissement. ?Que hay por aqui que pueda interesarme? ?Esos chicos hippies con sus pantalones psicodelicos, las chicas hippies con las falditas cortas y el pelo largo y despeinado? El mundo que yo conoci era fabuloso, una corte mas sofisticada aun que la corte francesa de Luis XIV. Yo fui amante de dos grandes duques y concubina del zar. Del ultimo zar. El me llamaba Pequena K.

Todo empezo asi

Aun veo a la familia imperial Romanov, pero no la de Nicolas y Alejandra, sino la familia imperial de mi juventud, el zar Alejandro III con su esposa y sus hijos, uno de los cuales era Niki. «Ya viene, ya viene la familia imperial.» Los veo avanzando por el vestibulo del pequeno teatro de la escuela, con sus sillas de madera colocadas en hileras ante el rudimentario escenario donde las estudiantes acababamos de actuar, yo en el coqueto pas de deux de La Filie mal gardee, hacia la espaciosa sala de ensayos donde se habia preparado el banquete de celebracion. Aquel era el dia de la representacion de mi graduacion, el 23 de marzo de 1890. Tenia diecisiete anos. Los zares Romanov eran mecenas de una lista enorme de teatros imperiales. Solo en Petersburgo teniamos el Mariinski, el Alexandrinski, el Mijailovich, el Conservatoire, el English Theater… y eran mecenas tambien de los artistas que llenaban sus escenarios y de los estudiantes que abarrotaban las escuelas de teatro. Miren lo que le paso a la chiquilla que un ano corrio tras el emperador cuando este realizaba su visita anual a la escuela para contemplar la representacion de graduacion. Librandose de sus carabinas y llegando hasta el, le beso la mano, y Alejandro, conmovido, le pregunto que deseaba. Aprovechando aquel momento, como cualquier oportunista que se precie (siempre he admirado a los oportunistas, dado que yo misma lo soy) ella susurro: «Ser estudiante interna». Y el concedio, pomposamente: «Hecho». De ese modo a ella se le dio un lecho y, con el, una situacion superior a la de una simple estudiante de dia, sobre las cuales ahora ella podia reinar. Si, la familia asistia siempre a la representacion de graduacion de la escuela, y desfilaban por su vestibulo con un sequito mucho mas impresionante que cualquier procesion real que pudiesemos representar nosotros en el escenario. Por el ancho corredor se acerco andando el emperador, mas alto que nadie, con el torso enorme, la frente como un muro de piedra, y tras el la emperatriz, diminuta, como yo.

– ?Donde esta Kschessinska? -pregunto. Sabia mi nombre porque yo era la hija menor del gran Felix Kschessinski, que bailo para los Romanov durante casi cuarenta anos. Quizas hubiera un motivo para que yo le gustase al zar y preguntase por mi: yo era la expresion teatral de su consorte, pequena, con los ojos brillantes, el cabello oscuro, ondulado. Si, supongo que fue ese el motivo. Vio que nos pareciamos. Yo gobernaba mi mundo con la misma vivacidad con la cual ella gobernaba el suyo, y ?acaso no era mi mundo una miniatura del suyo, y sus rituales, sus jerarquias y sus trajes un eco de la sofisticada corte de los Romanov? Yo vivia mi vida en un mundo, pero puse el pie (o la zapatilla, mejor dicho) en el otro.

Aquel dia, el dia de la actuacion de mi graduacion, en la cual consegui el primer premio -un pesado volumen de las obras completas de Lermontov, que nunca lei pero me propuse usar para prensar flores y ni siquiera abri para darle ese uso-, el emperador traslado a la joven que iba a sentarse a su izquierda en la modesta cena de la escuela y me puso a mi en su lugar; coloco a Nicolas a mi izquierda y luego dijo: «No tonteeis». Asi queria indicar precisamente lo contrario, por supuesto. Si el emperador era un gigante, el zarevich en cambio era un fauno: pequeno, de complexion ligera bajo su uniforme, con las mejillas bonitas y suaves. Yo solo le habia visto de lejos antes de aquel dia, pero ahora los dos, el y yo, eramos casi adultos; el acabaria con sus tutores y lecciones aquella primavera, y aquel mismo ano ocultaria la suavidad infantil de su rostro con su nueva barba, pero aquel dia, sus mejillas y barbilla estaban todavia expuestas y le daban un aire amable, y aquello me dio un valor que, de haber mostrado un aspecto mas formidable, yo no habria tenido. Comprendi que mi talento me habia transportado a una nueva orbita, por un camino que me llevaba mucho mas alto, hacia los cielos, y no tuve miedo de volar hacia alli. A los diecisiete anos sabia flirtear mucho mejor que Nicolas con veintidos, y estaba dispuesta a hacerlo en cuanto el empezara a hablarme. Al menos eso si que sabia hacerlo: esperar. Hasta entonces, iba toqueteando los pequenos nomeolvides azules que llevaba cosidos en el vestido para evitar que mis dedos le pellizcasen a el. ?Y que me dijo finalmente el zarevich? Miro los vasos sencillos y transparentes que se encontraban ante cada comensal en lugar de mirar mi rostro, que estaba, de eso estoy segura, radiante por la atencion de su padre y la proximidad de su heredero. Nunca fui una belleza -mis dos incisivos delanteros estaban inclinados hacia dentro y en cambio los caninos sobresalian, y los tabloides rusos me representaban de esa manera en caricatura-, pero estaba expectante y tenia esos ojos como de hada. Luis XV tenia a sus amantes en el Parc des Cerfs, el parque de las Hadas. En los chismorreos se referirian a mi posteriormente como el hada del Parque de los Ciervos. ?Que dijo, pues, el zarevich al hada, mirando hacia la mesa? No se rian. Dijo esto:

– Seguro que no usas vasos como estos para beber en casa.

Fue lo mejor que se le ocurrio. Unos pocos meses despues se unio a los husares y empezo a beber y a irse de juerga con sus companeros de la Guardia, que le importunaban por su timidez. Pero aquel Niki lento y timido hizo que mi tarea fuese muy, muy dificil. ?Vasos? ?Que podia decir al respecto? Acostumbrado al fino cristal del Servicio del Ministerio o del Servicio de Petrogrado, seguro que Niki encontraria aquellos vasos bastante bastos, aunque yo nunca me habria dado cuenta. Pero fingi que si lo habia hecho. Sonriendo, con dos dedos di un golpecito en uno de ellos que lo hizo resonar, con un apagado tintineo. El milieu de los

Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату
×