levanto un dedo.

— Un segundo, Arroway — dijo —. ?Diecinueve con noventa y cinco? — continuo, dirigiendose al indiferente vendedor —. Ayer vi unas identicas en Nueva York a diecisiete con cincuenta. — Ellie se aproximo y vio que su amigo desparramaba un mazo de naipes con personas desnudas de ambos sexos en poses, que en ese momento se consideraban apenas indecorosas, pero que habrian escandalizado a la generacion anterior. El dependiente trato de recoger las cartas mientras Lunacharsky se empenaba en cubrir con ellas el mostrador. Vaygay gano.

— Perdone, senor, pero yo no pongo los precios. Solo trabajo aqui — se quejo el muchacho.

— ?Ves los fallos de una economia planificada? — le comento Vaygay a Ellie, al tiempo que entregaba un billete de veinte dolares —. En un verdadero sistema de libre empresa, probablemente compraria esto por quince dolares; quiza por doce noventa y cinco. No me mires asi, Ellie, porque esto no es para mi. Contando los comodines, hay cincuenta y cuatro naipes, cada uno de ellos un hermoso obsequio para la gente que trabaja en mi instituto.

Sonriendo, Ellie lo tomo del brazo.

— Es un gusto verte de nuevo, Vaygay.

— Un raro placer, querida.

En el trayecto a Socorro, por acuerdo tacito, hablaron solo de temas intrascendentes.

Valerian y el conductor, uno de los nuevos empleados de seguridad, ocupaban los asientos delanteros. Peter, que no era muy locuaz ni siquiera en circunstancias normales, se limito a acomodarse en su butaca y escuchar la conversacion, la cual rozo solo tangencialmente la cuestion que habian venido a debatir los sovieticos: el tercer nivel del palimpsesto, el complejo y aun no descifrado Mensaje que estaban recibiendo en forma colectiva. Con cierta renuencia, el gobierno de los Estados Unidos habia llegado a la conclusion de que la participacion sovietica era fundamental, sobre todo porque, debido a la gran intensidad de la senal procedente de Vega, hasta los radiotelescopios mas modestos podian detectarla. Anos atras, los rusos habian tenido la precaucion de desplegar una cantidad de telescopios pequenos a traves de toda Eurasia, abarcando unos nueve mil kilometros de la superficie de la Tierra, y en los ultimos tiempos habian terminado de construir una importante estacion cerca de Samarcanda. Ademas, habia buques rastreadores de satelites que patrullaban tanto el Atlantico como el Pacifico.

Algunos de los datos obtenidos por los sovieticos eran innecesarios puesto que las mismas senales las registraban observatorios de Japon, la China, la India e Irak. De hecho, todos los radiotelescopios del mundo que tenian a Vega en su campo visual, estaban alertas. Los astronomos de Inglaterra, Francia, los Paises Bajos, Suecia, Alemania, Checoslovaquia, Canada, Venezuela y Australia captaban pequenos fragmentos del Mensaje, y examinaban Vega desde el momento en que salia hasta su ocaso. El equipo detector de algunos observatorios no era suficientemente sensible como para diferenciar los impulsos individuales, pero de todos modos escuchaban el ruido borroso. Cada uno de esos paises poseia una pieza del rompecabezas puesto que, como le habia recordado Ellie a Kitz, la Tierra gira. Cada nacion procuraba encontrarle sentido a los impulsos, pero era dificil. Nadie podia asegurar siquiera si el Mensaje estaba escrito en simbolos o en imagenes.

Era perfectamente factible que no se pudiera decodificar el Mensaje hasta que este no regresara a la pagina uno — si es que regresaba —, y volviera a empezar con las instrucciones, con la clave para el descifrado. A lo mejor era un texto muy largo, penso Ellie, o no recomenzara hasta pasado un siglo. Quiza no hubiese siquiera instrucciones. O tal vez el Mensaje (en todo el mundo ya se escribia con mayuscula) fuese una prueba de inteligencia, para que aquellos mundos que eran incapaces de decodificarlo no pudieran dar un uso incorrecto a su contenido. De pronto se le ocurrio que sentiria una profunda humillacion por la especie humana si a final de cuentas no pudieran comprender el Mensaje. No bien los norteamericanos y sovieticos resolvieron colaborar y se suscribio solemnemente el Memorandum de Concordancia, todos los paises que contaban con un radiotelescopio aceptaron cooperar. Se formo una suerte de Consorcio Mundial para el Mensaje, y de hecho la gente utilizaba esa expresion. Todos necesitaban del cerebro y de la informacion de los demas si pretendian descifrar el Mensaje.

Los diarios no hablaban de otra cosa, y se dedicaban a analizar los escasos datos conocidos: los numeros primos, la transmision de las Olimpiadas, la existencia de un texto complicado. Era raro encontrar una sola persona en el planeta que, de una forma u otra, no tuviese noticia del Mensaje proveniente de Vega.

Las sectas religiosas, tanto las consolidadas como las marginales y otras inventadas al efecto, discutian los aspectos teologicos del Mensaje. Algunos sostenian que procedia de Dios, y otros, del diablo. Y lo mas sorprendente, habia quienes ni siquiera estaban seguros. Hubo un desagradable resurgimiento del interes por Hitler y el regimen nazi, y Vaygay le comento a Ellie que habia visto un total de ocho esvasticas en los avisos de la seccion literaria del New York Times de ese domingo. Ellie le respondio que ocho era lo normal, pero sabia que exageraba; algunas semanas aparecian tan solo dos o tres. Un grupo decia tener pruebas contundentes de que los platillos volantes se habian inventado en la Alemania de Hitler. Una nueva raza «no mestizada» de nazis habia crecido en Vega, y ya estaba lista para bajar a arreglar los asuntos de la Tierra.

Habia quienes consideraban abominable escuchar la senal e instaban a los observatorios a suspender sus tareas; otros la tomaban como un indicio de la Segunda Venida, auspiciaban la construccion de radiotelescopios mas grandes aun y pedian que se los instalara en el espacio. Algunos se oponian a la idea de trabajar con los sovieticos aduciendo que podian suministrar informacion falsa, aunque en las longitudes que se superponian estaban dispuestos a aceptar los datos de iraquies, indios, chinos y japoneses. Tambien estaban los que percibian un cambio en el clima politico mundial y sostenian que la existencia misma del Mensaje — aunque nunca se llegara a descifrarlo — estaba produciendo un efecto moderador en algunos de los paises mas belicosos. Dado que evidentemente la civilizacion transmisora era mas avanzada que la nuestra, y como — al menos en los ultimos veintiseis anos — no se habia autodestruido, algunos sacaban la conclusion de que no era inevitable que las civilizaciones tecnologicas se destruyeran a si mismas. En un mundo que encaraba cautamente la forma de despojarse de las armas nucleares, pueblos enteros veian en el Mensaje un motivo de esperanza. Muchos lo consideraban la mejor noticia acaecida en largo tiempo. Durante decadas, los jovenes habian tratado de no pensar detenidamente en el manana. El Mensaje les daba a entender que quizas hubiese un futuro benigno, despues de todo.

Los que se inclinaban por pronosticos tan alentadores a veces se inmiscuian en un terreno que, durante una decada, habia ocupado el movimiento milenarista. Algunos de estos ultimos afirmaban que la inminente llegada del Tercer Milenio seria acompanada por el regreso de Jesus, de Buda, de Krishna o del Profeta, quien estableceria sobre la Tierra una benevola teocracia, severa en el juicio a los mortales. Quizas eso fuera el presagio de la ascension a los cielos de los elegidos. Pero para otros milenaristas — muchos mas que los anteriores — la condicion indispensable para la Venida era la destruccion fisica del mundo, tal como lo habian predicho antiguas obras profeticas, que a su vez se contradecian unas a otras. Los Milenaristas del Dia del Juicio Final se sentian muy intranquilos por el nuevo aire de confraternidad mundial, preocupados por la constante disminucion de armas nucleares en el orbe. Dia a dia se iban quedando sin medios para cumplir el dogma primordial de su fe. Las otras posibles catastrofes — exceso de poblacion, contaminacion industrial, terremotos, o el impacto cometario con la Tierra — eran demasiado lentas, improbables o poco apocalipticas para su gusto.

Algunos dirigentes milenaristas habian expresado ante multitudes de discipulos que, salvo en el caso de accidente, los seguros de vida eran un signo de fe tambaleante; que el hecho de adquirir un sepulcro o de dejar disposiciones para el propio sepelio era, salvo en el caso de los muy ancianos, un acto de flagrante impiedad. Los creyentes ascenderian con su cuerpo a los cielos, y habrian de presentarse al cabo de pocos anos delante del trono de Dios.

Ellie sabia que el pariente famoso de Lunacharsky habia sido el mas extrano de los seres, un revolucionario bolchevique con un interes academico en las religiones del mundo. Sin embargo, Vaygay no daba muestras de preocupacion por el creciente fermento teologico que surgia en el mundo. «En mi pais, el principal interrogante religioso»

dijo, «va a ser si los veganos han denunciado o no, como corresponde, a Leon Trostsky».

Al acercarse a Argos comenzaron a advertir la proliferacion de autos estacionados, carpas y grandes multitudes. Por la noche, las luces de los fogones alumbraban los antiguamente placidos Llanos de San Agustin. La gente que se veia a la vera del camino no era en absoluto adinerada. Ellie reparo en dos parejas jovenes. Los hombres vestian camisetas y jeans gastados, y caminaban con cierto andar jactancioso que habian aprendido de

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