LESLIE CHARTERIS
1. El torreon
Baycombe es una pequena poblacion en la parte norte de la costa de Devon, que se halla tan aislada del mundo, que aun en el apogeo del movimiento veraniego la desdena la multitud de matrimonios que, con sus hijas casaderas y demas familia, acuden a las playas en busca de todo menos de salud. Por lo tanto, bien se podia perdonar al forastero que vivia alli desde hacia solo tres dias que se adaptara a la monotonia de las costumbres regulares del lugar, a pesar de que este forastero era un hombre tan poco convencional como Simon Templar.
Poco tiempo despues de que Simon Templar se estableciera en Baycombe, este apacible y pacifico pueblo empezo a agitarse, sucediendo cosas que sobrecogieron a sus apacibles y pacificos habitantes. Pero, al principio, Simon Templar encontro Baycombe tan aburrido como habia sido durante los ultimos seiscientos anos.
Simon Templar -en algunas partes del mundo conocido por el apodo de el Santo a causa de sus iniciales1- era un hombre de veintisiete anos, alto, de rostro enjuto, tostado al sol, y ojos azules. Dos dias despues de su llegada ya estaba su nombre en boca de todos.
La casa en que vivia (en la que un equipo de obreros de Ilfracombe trabajo durante treinta y seis horas para hacerla habitable) habiase construido durante la guerra2 como instalacion de defensa costera, en un momento en que el Ministerio de la Guerra se sintio alarmado por los rumores de una invasion proyectada en el punto mas impensado de la isla. Tal vez porque los tecnicos pensaron que Baycombe podria ser para un estratega enemigo el punto mas imprevisible, construyeron un torreon en el penasco que dominaba la villa. El trabajo fue hecho a conciencia; se instalo en la torre una pequena guarnicion, pero, al parecer, el Ministerio de la Guerra habia sido mas listo que los estrategas alemanes, porque no hubo tentativa de desembarco en Baycombe. En 1918 se retiro de alli la guarnicion y el armamento, y la pequena fortaleza quedo abandonada a merced de los chicos de Baycombe hasta que Simon Templar descubrio que el torreon y el terreno circundante eran aun propiedad del Ministerio de la Guerra, y se las arreglo para que se lo cediesen por veinticinco libras esterlinas.
En esta singular vivienda habiase instalado el Santo junto con un criado llamado Horacio.
A las nueve de la manana del tercer dia (el Santo sentia una profunda aversion a madrugar), el criado entro en el dormitorio de su amo llevando una taza de te y una jarra de agua caliente.
– Excelente manana, senor -dijo Horacio, retirandose.
Este habia hecho resaltar del mismo modo la excelencia de todas las mananas durante los ultimos ocho meses, no permitiendo jamas al tiempo que cambiara tan agradable costumbre.
El Santo bostezo, se desperezo como un gato y vio con ojos entornados que el sol entraba a raudales por el hueco de la pared que hacia las veces de ventana. Viendo que el optimismo de Horacio era esta vez justificado, Simon Templar suspiro, volvio a desperezarse y, tras un momento de indecision, salto de la cama. Se afeito rapidamente, bebiendo a sorbitos el te; luego se puso un traje de bano, y salio afuera, al sol, recogiendo de paso un trozo de cuerda. En la hierba, frente al torreon, se dedico durante quince minutos a hacer ejercicios de salto, luego boxeo durante cinco minutos con un enemigo invisible, al cabo de los cuales cogio una toalla, se la anudo al cuello, recorrio a saltos los doce metros que habia entre el torreon y el borde del risco y se descolgo como si tal cosa por el penasco. Era preciso bajar cincuenta metros, pero habia muchos salientes donde agarrarse; asi que pudo bajar por el acantilado con la misma facilidad con que bajaria por una escalera. El agua estaba en calma. Nado durante un cuarto de milla a una velocidad de carrera, se tumbo de espalda y regreso lentamente a la playa. Despues se quedo tendido en la arena, dejandose tostar por el sol.
Durante los dias anteriores habia hecho lo mismo con absoluta regularidad y estaba ahora pensando languidamente en lo absurdo de las costumbres, cuando sucedio una cosa que le demostro que la regularidad de las costumbres puede ser peligrosa.
Algo paso rozandole la oreja con un silbido, y el guijarro que estaba contemplando salto, mientras que la cosa que silbaba cambio de tono y rumbo, perdiendose en el agua.
– Mala punteria, chico -murmuro el Santo suavemente-. Un centimetro mas cerca y…
Pero ya se habia puesto de pie antes de que la detonacion del disparo llegase a sus oidos.
Se hallaba en uno de los brazos de la bahia, que tenia forma semicircular. La poblacion estaba en el centro del arco. Un calculo rapido le indico que el tiro procedia del risco, entre el torreon y la villa, pero no pudo descubrir nada en el horizonte. Al instante aparecio arriba la silueta de un hombre que gesticulaba y se oyo la voz llena de ansiedad de Horacio. El Santo hizo senal con la toalla de que estaba bien y se encamino hacia el risco.
Realizo la dificil ascension aparentemente sin el menor esfuerzo y sin inmutarse por la posibilidad de que el asesino oculto pudiese aventurarse a un segundo ataque. En seguida, el Santo se hallo arriba, sobre la hierba, en jarras, contemplando con mirada aguda el sitio de donde al parecer salio el disparo. A un cuarto de milla habia un grupo de arbustos; mas alla estaba el camino de herradura que conducia hasta el pueblo. El Santo se encogio de hombros y se volvio hacia Horacio, que seguia mostrandose intranquilo.
– ?Vaya! El Tigre sabe lo que se hace -observo Templar con cierta admiracion.
– ?Por tonto! -exclamo Horacio-.?Que esperaba usted? Se lo tiene bien merecido; esto le ensenara a tener mas cuidado…?No estara usted herido, senor? -anadio con ansiedad.
– No…, pero falto poco.
Horacio volvio a gesticular.
– Lastima que no le hiriera un poco, para que tuviese mas cuidado en el futuro… Yo se lo habria agradecido a ese Tigre. Y si alguna vez pongo las manos en ese puerco, me las pagara -concluyo el criado alejandose hacia el torreon.
Horacio, que fue sargento de Infanteria de Marina, habia recibido un tiro en la cadera en el ataque a Zeebrugge y cojeaba un poco.
– El desayuno estara dentro de un minuto -exclamo sin volverse.
El Santo fue tras el a paso lento y entro silbando en su dormitorio. Sin embargo, el criado, que entro en el comedor justamente al cabo de un minuto llevando en una bandeja el desayuno, encontro a Templar arrellanado en una butaca. El Santo llevaba camiseta y pantalon de deporte.
– Horacio -dijo con ganas de charlar y alzando la tapa de la fuente de jamon y huevos fritos-, parece que la cosa esta a punto de empezar. La orquesta esta dispuesta; los musicos, en sus puestos; el director acaba de pasarse los dedos por el cabello, y el…
– El cafe esta enfriandose -le interrumpio el criado.
El Santo unto una tostada con mantequilla.
– ?Que antipatico te vuelves, Horacio! -dijo quejandose-. Bien, si mis metaforas no te impresionan, te dire sencillamente que ahora es cuando empieza la cosa.
– Bueno -convino Horacio yendose a la cocina.
Simon termino de desayunar y volvio a sentarse en la butaca desde la cual dominaba el risco y el mar. Echo una ojeada al periodico del dia anterior y luego se fumo un cigarrillo. Al fin se levanto, se puso una chaqueta, cogio un buen baston y se fue a la puerta, llamando a su criado.
– ?Que desea, senor? -pregunto Horacio desde el umbral de la cocina.
– Voy a dar una vuelta. Regresare a la hora del almuerzo.
– Bien, senor…?Senor!
El Santo, que ya se marchaba, se detuvo. Horacio saco de debajo de su delantal un revolver de antes de la guerra, de enorme calibre, que ofrecio a su amo.
– No es muy vistoso -dijo, acariciando el canon-, y no lo emplearia para tirar al blanco, pero hace un agujero mas grande en un hombre que esas pistolas automaticas que parecen juguetes.
– Gracias, Horacio -dijo sonriente el Santo-. Hace demasiado ruido. Prefiero a 'Ana'.