Simon Templar tenia la desconcertante costumbre de tomar las frases muchas veces en su sentido literal, un habito que habia adoptado porque asi obligaba al otro a continuar la conversacion.
– Es un pasatiempo inocente y sano a la vez -explico el desconocido, senalando al mismo tiempo el campo-. Aire fresco, ejercicio, y todo en uno de los paisajes mas maravillosos de Inglaterra.
Era un hombre mas bajo y mas grueso que Templar. Sus grandes ojos estaban resguardados tras enormes gafas; tenia un bigote muy poblado. El aspecto de aquel hombre, ya mayor, con su ridiculo traje y el cazamariposas, divirtio al Santo.
– Naturalmente…, usted es el doctor Carn -dijo.
– ?Como lo ha sabido?
– Parece que siempre me toca sorprender a la gente -dijo, quejandose, el Santo-. Y es tan sencillo… Usted se parece tanto a un doctor como a cualquier otra cosa, y solo hay un doctor en Baycombe.?Como van los asuntos de su profesion?
Ante tan desconcertante afirmacion, Carn perdio su jovial talante.
– ?De mi profesion? -dijo con aspereza-. No le comprendo.
– No es usted el unico -suspiro el Santo-. Casi no me entiende nadie. Y no hablaba de su nueva profesion, sino de la antigua.
Carn examino al joven de cerca, pero el Santo estaba mirando hacia el mar y su rostro era impenetrable, exceptuando una leve sonrisa que podia interpretarse de muchas maneras.
– Es usted muy listo, Templar…
– Senor Templar para todos, mas, para usted, el Santo -le corrigio este con benevolencia-. Naturalmente, soy muy listo; si no lo fuese, estaria muerto. Y mi especialidad es una memoria infalible para las fisonomias.
– Es usted muy listo, Templar, pero esta vez se equivoca y, al insistir en su error, olvida usted los buenos modales.
El Santo favorecio a Carn con una sonrisa ironica.
– Bien, bien -murmuro-, errar es cosa humana,?verdad? Pero digame, doctor Carn:?por que echa usted a perder su elegante indumentaria con una pistola automatica??Tiene miedo a que los cetonidos se subleven?
Al mismo tiempo hacia girar su grueso baston como si quisiera cerciorarse de su eficacia como instrumento contundente, y sus azules ojos, maliciosos, no se apartaban del rostro del naturalista. Carn sostuvo la mirada, pero al fin se molesto:
– Oiga usted, le voy a decir que…
– Yo tambien he sido inspector de Caballeria de Marina de la Armada suiza -dijo el Santo animandole. Y al ver que la indignacion de Carn no le dejaba hablar, anadio-:?Pero por que soy tan insociable? Vengase al torreon y cene conmigo. Solo podre darle conservas, porque ya no comemos carne fresca desde que vimos que una gaviota se murio despues de probar un trozo que le dimos; pero nuestro brandy es 'Napoleon'…, y Horacio sabe preparar muy bien las sardinas…
Cogio al naturalista del brazo y le obligo a echar a andar. Con su acostumbrada amabilidad, supo convencer al doctor en menos de tres minutos de que debia aceptar la invitacion, y al llegar los dos al torreon, el naturalista le reia las gracias al Santo.
– Es usted un lince, Templar -observo Carn cuando estuvieron sentados a la mesa bebiendo el vermut.
El Santo arqueo las cejas.
– ?Porque no crei en lo del naturalista?
– Si, y por no vacilar en manifestarlo.
– El que vacila -dijo el Santo sentenciosamente- esta perdido. A mi no me asusta nadie.
Durante la cena hablaron de politica y de literatura (sobre estas cuestiones, el Santo tenia opiniones hereticas) con la misma animacion y tranquilidad con que lo harian dos personas que se hubiesen conocido en circunstancias normales.
Despues de que Horacio hubo servido el cafe, Carn saco la cigarrera y la ofrecio al Santo. Este la contemplo, movio la cabeza y dijo:
– Ni siquiera de usted, hijo mio -enojando a Carn.
– Estan perfectamente bien -exclamo.
– Me alegro de que no haya echado a perder ningun cigarro.
– Le doy a usted mi palabra…
– La aceptare, pero no tomare sus cigarros.
Carn se encogio de hombros, separo un puro para si y lo encendio. Templar se arrellano comodamente en la butaca.
– Me alegro de que no lleve usted armas -observo el doctor.
– Eso solo se puede hacer en las peliculas, porque, en la vida corriente, la policia se mete siempre con la gente que empieza a disparar al menor motivo. De todos modos, no aconsejo a nadie que confie en mi consideracion por la tranquilidad de los vecinos si estoy en mi casa y me atacan.
Carn se echo hacia delante.
– Bueno, ya hemos estado fingiendo bastante.?No sera mejor ir directamente al asunto?
– Lo que usted quiera.
– Se que esta usted tramando algo. Hice mis averiguaciones. Ni siquiera es usted agente secreto del gobierno. Conozco algo de su historia y se que no ha venido usted a Baycombe para vegetar en este rincon rural de Inglaterra. Es usted un hombre que no va a ningun sitio si no hay dinero o aventuras de por medio.
– Cabe que haya abandonado mis proyectos antes de empezar.
– Cabe, en efecto; pero usted es de los que no abandonan. Ademas,?que se figura usted que he estado haciendo aqui todo este tiempo?
– Tal vez buscando algun bicho raro, desconocido aun en la entomologia -murmuro el Santo.
Carn hizo un gesto de impaciencia.
– Ya le he dicho que admito que sea listo, y vuelvo a afirmarlo. Pero no tiene usted necesidad de pretender que soy tonto; sabe usted que no es asi. Usted esta aqui para pescar lo que se pueda, y me parece que adivino lo que es. En tal caso, tengo la obligacion de oponerme a sus manejos, a no ser que usted colabore conmigo. Templar, le hago el favor de poner las cartas boca arriba, porque, por lo que he oido, es mejor trabajar con usted que en contra suya.?Venga, sea franco conmigo!
– Hay un millon de razones para no hacerlo -dijo el Santo con tranquilidad-. Las perdio el Banco Confederado de Chicago hace mucho tiempo y las quiero para mi, amigo.
– ?Y se figura usted que las conseguira?
– No veo ningun limite a mi capacidad de salirme con la mia.
Templar se movio un poco en la oscuridad y, tras una pausa, dijo:
– Hay otra razon, ademas, que me impide sincerarme con usted, Carn, y es… que no permito nunca que los cachorros de tigre escuchen mi confesion.
– ?Que quiere usted decir?
– Quiero decir -contesto el Santo elevando la voz- que en este momento hay ahi un hombre que nos esta mirando por la ventana. Le estoy apuntando. Si se mueve, le levanto la tapa de los sesos.
3. El chantaje
Carn se puso en pie de un salto, llevandose la mano a la pistolera. El Santo se echo a reir.
– Ya se ha ido -dijo-. Se agacho tan pronto empece a hablar en voz alta. Pero ahora comprendera usted lo dificil que es no morir asesinado cuando alguien quiere sangre.
El Santo hablaba con su habitual calma, pero no se estaba quieto. Habia apagado la luz en el mismo instante en que Carn se puso de pie, y le hablaba desde la ventana.
– No veo nada. Esta gente es tan sigilosa como el raton que quiere roer las barbas del gato. Voy a salir; quedese ahi sin moverse.
Carn oyo que el Santo se alejaba; despues percibio voces en la cocina. Al poco rato entro Horacio llevando en una mano una palmatoria y en la otra su amado revolver. No dijo nada. Puso la vela en un rincon para dejar libre