– A decir verdad -repuso Carn, a la defensiva-, la senorita Holm solo ha venido para conversar un rato conmigo.

– ?Caramba!?De verdad?

– ?Si, senor! -replico Carn elevando la voz.

– Bueno, bueno -dijo el Santo, a quien divertia mucho la escena-.?Y como esta usted, senorita Holm?

Deseaba saber que era lo que Patricia habia dicho al inspector, y ella leyo la pregunta en sus ojos.

– Un minuto mas y… -empezo la joven.

– …Y me dira usted que soy un impertinente -la interrumpio el Santo, interpretando bien la frase de ella-. Y con motivo, perdoneme usted. A veces siento deseos irresistibles de bromear.

Echo una mirada de reproche a Carn, quien se sonrojo mas aun. Luego dirigio a Patricia un mensaje con los ojos que no era para expresarlo en voz alta, en el que le transmitio su plena satisfaccion por el curso de los acontecimientos.

El Santo se dijo que entre su reloj y el de la joven debia de haber algunos minutos de diferencia y que habia llegado a tiempo para salvar la situacion, antes de que Carn se enterase de todo.

Al mismo tiempo, su sonrisa decia a Patricia: 'Muy bien jugado, nina. Estaba seguro de poder confiar en usted. Todo va bien y ahora es preciso despistar a Carn. Cuidado con lo que dice.' Y la joven le devolvio la sonrisa, dando a entender que habia comprendido bien y que estaba contenta de volverle a ver. Tan encantadora era la sonrisa, que Templar tuvo que hacer un esfuerzo para no abrazar a Patricia.

– Parece que ha tenido usted una pelea, senor Templar -observo Carn, y el Santo asintio.

– ?No le ha contado la senorita? -pregunto.

– No me parecio bien preguntarle.

El Santo fruncio el entrecejo, porque, si bien la muchacha se habia arreglado un poco, se notaba que no habia pasado la noche jugando al domino en el salon. Carn se explico:

– Cuando abri la puerta y la vi, pense que algo habia sucedido y que ella venia para… para curarse. Pero me dijo que solo le traia aqui el deseo de charlar conmigo; asi es que me calle… Me parece, senorita, que cuando el senor Templar llamo, iba usted a decirme algo,?verdad? Veo que si…?Ah!…, pero… -Carn acababa de advertir la mirada de reproche del Santo, se azaro un poco y anadio luego con gran energia-: Como medico, estoy acostumbrado a dejar hablar a mis clientes. Es la vieja escuela, pero la considero mejor que la nueva. Y entonces llega usted…

El inspector acabo senalando con un ademan los destrozos de los trajes de Patricia y de Templar, y este se echo a reir.

– ?Que lastima! -dijo arrastrando las palabras-. Y ahora se muere de curiosidad por saber el resto,?no?

Carn alzo los hombros.

– Eso depende.

El inspector no era mal actor, pero no sabia como desenvolverse ante la maliciosa sonrisa del Santo. No podia de ninguna manera darse por enterado de que este se reia de el, porque para Carn era esencial seguir haciendo el papel de doctor en presencia de un testigo. Lo cual explica por que su regordete rostro siguiese mas rubicundo que en realidad era y por que habia cierta tension en su voz.

Patricia estaba perpleja. Esperaba que el Santo y el doctor Carn fuesen buenos amigos, y se encontro a dos hombres que se debatian en un duelo de palabras, cuyas sutilezas no comprendia, aunque se daba cuenta de que Simon estaba muy contento, y el doctor Carn, muy disgustado.

– ?Quiere que se lo cuente todo, doctor? -pregunto Templar con cierta insinuacion, porque era una debilidad suya el exagerar los papeles, bordeando la farsa.

– ?Si! -contesto Carn con rapidez saliendo de su reserva.

– Se lo contare -dijo Simon en tono confidencial-. Fue de este modo…

Carn se habia acercado. El Santo fruncio el entrecejo, se rasco la cabeza y se quedo mirando al inspector.

– El caso es -exclamo fingiendose disgustado- que no recuerdo nada.?Verdad que es divertido? No se como es posible.

El inspector contesto en voz baja que no le parecia divertido aquello, anadiendo otras cosas solo destinadas a los oidos del Santo y que revelaban su indignacion por la burla de que se le hacia objeto. Simon se aparto de el con cara apenada.

– No estoy conforme con sus teorias -dijo.

– Dejeme a mi explicarlo -intervino Patricia, que temia que las cosas no marchasen bien-. El senor Templar ha pasado la mayor parte de la noche conmigo. Ibamos paseando por el risco y…

– ?Silencio! No lo diga delante del doctor.?Dios sabe lo que se figurara!

El inspector emitio una especie de grunido fiero, muy acorde con su estado de animo. La paciencia iba acabandosele, pero procuro ocultarlo, fingiendo un acceso de tos.

– ?Ve usted? -observo el Santo-. Esta usted poniendole nervioso.

El Santo estaba haciendo su papel a maravilla. Su sonrisa, el donaire de su porte, se diferenciaban de tal modo del aspecto del inspector, que este parecia el hazmerreir de la reunion, y Patricia tuvo que hacer grandes esfuerzos para no reir. Era la del Santo una actitud imperdonable, pero la consideraba necesaria para evitar la intensa curiosidad de Carn. El haber adoptado un aire de misterio hubiera sido una gran equivocacion, a pesar de que al Santo le gustaban esta clase de papeles.

Carn se percato de pronto de que le estaban gastando una broma, y Templar, que esperaba ese momento psicologico, se fingio contrito.

– Acaso me he excedido un poco -se apresuro a decir-. Pero en verdad, mostrandose usted tan receloso, no podia esperar otra cosa. Casi parecia que sospechase que yo fuera reo de algun crimen, cuando la verdad es muy sencilla. La senorita y yo ibamos paseandonos al borde del acantilado y…

– Me cai -anadio Patricia viendo que el Santo vacilaba-. Di con un penasco, pero sin hacerme dano. El senor Templar tuvo que sudar bastante para sacarme de alli.

Carn fruncio el ceno, dandose cuenta de su error. La broma que le gasto el Santo tuvo los efectos deseados. Carn se trago la historia, pero, si le hubiesen hablado asi desde el primer instante, no la hubiera creido.

– No he tenido la intencion de ofenderle, amigo Carn -expuso Templar amablemente-. Pero es que no podia dejar pasar la oportunidad de hacerle imaginar lo peor.

Patricia resistio impasible la mirada del inspector. El rostro del Santo expresaba exactamente lo que deseaba expresar.

– Trate de decirselo -advirtio Patricia-, pero el senor Templar nos interrumpio.

Simon la miraba agradecido y admirado.?Que muchacha! No habia en el mundo una actriz que pudiese ensenarle a actuar sin afectacion. Serena, hermosa, duena de la situacion, actuando conforme le apuntaba, con la rapidez de una actriz consumada. Y sin pedir explicaciones. El Santo no tenia la menor idea de por que una joven a la que solo conocia desde hacia dos dias le hiciese el juego con tanta facilidad, cuando todas las apariencias iban contra el. No era corriente que personas respetables tuviesen aficiones como las que ella habia visto en el…, como la de golpear con una estatuilla la cabeza de un millonario, despues de haber entrado misteriosamente en la biblioteca, ni le perseguian en un jardin hombres y sabuesos, ni se entretenia en hacer saltar muros a las mujeres. Y, sin embargo, ella tenia plena confianza en el y seguia al pie de la letra sus apuntes, dejando las preguntas para mejor ocasion. Y no menos notable era que el Santo, consumado egoista en todo, cayera en la cuenta de la verdadera explicacion…

Carn recobro su color natural, sus facciones se relajaron y el ceno adusto se convirtio en sonrisa.

– Es verdad, usted trato de explicarmelo, senorita -admitio-. Pero el Santo…, es decir, el senor Templar, siempre se mete en lios, y, al verle en este estado, no podia menos de pensar en sus costumbres. Tan aferrado estaba a mis ideas, que no se me ocurrio que hubiesen estado ustedes juntos. Y como yo la conozco bien, senorita…

– Basta ya -suplico el Santo, un poco avergonzado del papel que obligaba a hacer al inspector-. Mas vale dar por terminado el asunto.

Carn asintio, diciendo:

– Pero no esta bien, amigo Templar. Yo tomo estas cosas muy en serio, y son ya bastantes las preocupaciones que tengo.

– Tiene usted razon -dijo Templar con franqueza-.?Que??Vamos ahora a beber a la salud de todos?

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