Carn se ocupo en seguida en preparar las copas y la bebida. El Santo dio gracias a Dios por haber escapado del peligro, por tener ahora el camino libre, al menos por el momento, que era todo lo que podia desear.

Mientras Carn les daba la espalda, el Santo miro a Patricia. La joven se encogio de hombros sonriendo, como diciendo que no entendia nada. Templar le devolvio la sonrisa dandole animos; luego, con mucho descaro, le envio un beso.

El inspector repartio las copas y el Santo alzo la suya diciendo:

– ?Suerte para todos! Que tengamos una buena carrera.

El inspector miro al Santo.

– Con que sea regular, basta -dijo con voz forzada, y los dos bebieron.

– Considerando bien las cosas, amigo cirujano, creo…

El Santo se interrumpio al oir fuertes golpes en la puerta de la casa. Luego sono repetidas veces el timbre; despues, nuevamente los golpes. Templar dejo la copa sobre la mesita.

– Pues, amigo, si que es usted popular esta noche -murmuro-. Parece que tiene prisa.?Quien sera??Uno que quiere nacer o uno que no quiere morir?

– ?Que se yo! -repuso Carn dirigiendose a la puerta.

El Santo cruzo rapidamente la habitacion y abrio las ventanas de par en par, como precaucion elemental. Al parecer, la fiesta aun no se habia acabado. No tenia la menor idea de cual seria el acto siguiente, pero sospechaba que algo grave iba a suceder. No se atrevio a hablar; se limito a hacer una senal a la muchacha para que siguiera confiando en el.

Afuera, una voz desconocida preguntaba si estaba el senor Templar en aquella casa, y Carn contesto afirmativamente.

Despues se oyeron fuertes pasos y alguien llego a la puerta.

Templar estaba apoyado en el revellin, mirando hacia el otro lado, con un aire de absoluta candidez.

– ?Ah! -dijo la voz-.?Ahi lo tenemos!

El Santo miro en direccion suya.

Acababa de entrar un hombre vestido de uniforme, al parecer el alguacil del pueblo. Hasta entonces, el Santo no habia sospechado de la existencia de tal personaje en Baycombe, pero ahora ya no dudaba. El alguacil, por su aspecto, habia sido llamado con toda urgencia, pues estaba despeinado y llevaba mal abrochado el uniforme.

Todos los detalles los observo el Santo con rapidez, no sin cierta sorpresa. Luego el policia avanzo con paso resuelto y puso una mano sobre el hombro de Templar.

– Soy el alguacil Jorge Hopkins -dijo-. Con permiso del doctor, le arresto a usted por el delito de atraco.

– ?Vaya! -dijo el Santo.

Templar fingio asombro y disgusto, y su rostro revelaba la sorpresa que produce una manifiesta equivocacion y la seguridad de que seria facil aclarar el caso, pero reflexionaba con gran intensidad. El contraataque y la rapidez con que se llevo a cabo eran dignos del Tigre, mas la accion no podia sostenerse.

– Pero, buen hombre,?usted esta loco! -dijo Templar con voz languida-.?Quien me acusa, a ver?

– ?Yo!

Era Bloem, con su cara curtida, muy serena; pero un destello de triunfo en sus ojos le delato. Bloem entro en la habitacion con muestras de deferencia hacia su propietario, dando a entender que sentia dar lugar a la escena, pero, al mismo tiempo, con el aire del ciudadano honrado que esta decidido a cumplir con su deber.

– Mil perdones, doctor -dijo inclinandose ante Carn y luego ante la muchacha-. Siento mucho, senorita Holm, verme obligado a hacer esto. Tal vez prefiera retirarse un momento…

Patricia echo la cabeza hacia atras.

– Gracias…, me quedare -exclamo-. Estoy segura de que hay algun error, y es posible que pueda ayudar a aclararlo. He estado casi toda la noche con el senor Templar.

Bloem la contemplo durante un buen rato, estudiando sus facciones, el traje rasgado y los rasgunos de los brazos; pero la joven sostuvo impasible la mirada. Luego Bloem se aparto encogiendose de hombros.

– Me explicare -dijo-. Estaba leyendo en mi estudio, cuando, un poco despues de las once, ese hombre entro amenazandome con una pistola y diciendo algo que no llegue a comprender. No soy ya joven, pero como toda la vida la he pasado luchando, no vacile en oponer resistencia. Sin embargo, el era mas fuerte y logro ponerme fuera de combate dandome un golpe con la culata de la pistola. Cai desvanecido, y, cuando recobre los sentidos, vi que estaba registrando mi mesa de escritorio. Puesto que estaba armado, fingi seguir desmayado. Registro minuciosamente toda la habitacion, pero, al parecer, no encontro lo que buscaba. Cuando se marcho, le segui hasta esta casa. Luego me fui en busca de Hopkins. Esto es todo.

– Y le aconsejo que se venga conmigo sin oponer resistencia -aviso el policia, sujetando mejor al Santo y alargando las esposas.

– Muy bien -dijo Templar sin alterarse-. Quisiera que me registrasen ahora mismo, para confirmar lo que usted acaba de decir sobre la pistola.

Bloem sonrio.

– Se la dejo usted. Aqui esta.

Carn cogio el arma de manos de Bloem y la examino.

– Es de una marca belga -observo-.?Es suya, senor Templar?

– No es mia, naturalmente -respondio el aludido-. Por principio, estoy contra las armas de fuego. Hacen demasiado ruido.

– Haga el favor de venir conmigo -ordeno el policia dando un tiron a la americana del Santo.

No era facil inmutar a Templar, pero lo que mas odiaba era que empleasen la fuerza con el. Durante un momento olvido su papel de hombre pacifico. Cogio con ambas manos la muneca del policia y le retorcio el brazo. Hubo un grito de dolor y Hopkins se vio lanzado al otro extremo de la habitacion, quedando en el suelo sin aliento.

El Santo se arreglo la corbata y desprecio olimpicamente la pistola con que Bloem le apuntaba.

– Los que quieran vivir tranquilos, que no me toquen con sus sucias manos -dijo con voz suave el Santo-. No vuelva a hacerlo, amiguito.

El alguacil se levanto penosamente.

– Usted ha agredido a un representante de la ley -dijo con voz temblorosa.

– No sea pueril -exclamo el Santo arrastrando las palabras-. Cuando necesitemos su intervencion, ya le avisaremos. -Y dirigiendose a Bloem-: Vamos a tratar directamente el asunto. Pronto se aclarara esa historia truculenta. Primero:?estaba usted solo en la casa?

– Estaba solo, en efecto.

– ?Donde estaba Algerton?

– Habia ido a ver a la senorita Holm.

Esta afirmacion echaba por tierra la coartada del Santo, pero este no se desanimo.

– Segundo:?le acompano alguien cuando usted me siguio hasta esta casa?

– Me niego a contestar su interrogatorio. Ya le he dicho que estaba solo y…

– Sea buen chico y conteste cuando le pregunten. El caso es el siguiente: si usted ha estado solo durante todo el tiempo, como acaba de afirmar,?que vale su palabra contra la mia? Supongamos que entre en su casa para charlar con usted y que usted me amenazo con esa pistola para robarme el reloj.

– Que se lo cuente al juez -exclamo, furioso, el policia.

– Creo -observo Bloem- que mi reputacion no va a sufrir con sus descabelladas acusaciones.

El Santo no dio muestras de inquietud.

– De manera que usted dice que yo le ataque y que usted se defendio,?verdad? -continuo preguntando, como si tal cosa-. Admito que, por mi aspecto, parece que haya tomado parte en una pelea.?Por que no se quita la americana para que veamos como salio usted de la lucha?

Bloem se quito sonriendo la prenda y enseno sus brazos. El Santo apreto los labios. Bloem los tenia, en efecto, llenos de cardenales: el Tigre sabia hacer las cosas como era debido. A pesar de la nueva ventaja que Bloem acababa de obtener, el Santo tenia otros recursos.

– El caso es bastante desesperado,?verdad? -pregunto Bloem con ironia, mirando a los demas.

Pero unicamente el policia manifesto su aprobacion con una especie de grunido.

– Digame, senor Bloem:?que observacion fue la que usted no entendio? -pregunto Carn-. Me refiero a lo que dijo cuando, como usted afirma, le amenazo con la pistola.

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