– ?Ah, si! Le echo mucho misterio. Dijo: 'Estoy buscando la madriguera del Tigre, y parece que me voy acercando.' Aun no se lo que quiso decir.
Templar saco un cigarrillo de la pitillera y lo golpeo pensativamente sobre la una del pulgar. Aunque, al parecer, indiferente y aburrido por la escena, no dejo, sin embargo, de observar que el rostro de Carn se endurecia, y al ver, ademas, la fingida candidez de Bloem, se quedo casi sin aliento. La audacia de la afirmacion que acababa de hacer era digno remate del golpe maestro dado por el Tigre. El Santo se pregunto si la pandilla sospechaba ya de Carn, pero vio que Bloem solo le miraba a el. No, nada sabian aquellos de la verdadera profesion del doctor. Bloem solo se complacia en vengarse con palabras del hombre al que creia tener a su merced.
Y, en efecto, el Santo se dijo que su libertad corria grave peligro, puesto que todas las apariencias le condenaban. Patricia no podia ayudarle; Carn, tampoco aunque quisiera. Solo quedaba la palabra de Bloem contra la del Santo, y no cabia duda de a quien daria la razon el tribunal. Bloem sabia, ademas, que el Santo no ignoraba que seria inutil toda referencia a lo sucedido en casa de Bittle, que mentiria sin dudarlo: el Tigre habria inventado un motivo plausible para explicar el escandalo del jardin.
El Santo se dio cuenta de la consumada habilidad tactica del Tigre. Se trataba de quitarle de en medio para que ellos pudieran seguir su juego. El Santo se podria dar por contento si solo le condenaban a seis meses; teniendo presente el ataque al policia, tal vez le condenarian a un ano. En este lapso, la banda llevaria a cabo el golpe, convirtiendo el oro en dinero y desapareciendo los complices con toda tranquilidad. El Santo seguia organizando sus ideas apoyado en la repisa de la chimenea con aire displicente.
Sin embargo, Templar seguia dominando la situacion. Todos estaban pendientes de el. Bloem, observandole por entre los parpados y apuntandole con la pistola, estaba seguro del exito de su golpe. Esperaba que el Santo confesase su derrota. El policia, escarmentado por la contundencia del Santo, manteniase en segundo termino, aguardando el curso de los acontecimientos. Patricia contemplaba al Santo con gran ansiedad, sin poder ayudarle y preguntandose si el hombre que con tanta indiferencia aguantaba la acusacion estaria fraguando alguna salida violenta. Sin embargo, no creia en absoluto el cuento de Bloem. En cualquier otro momento le hubiese podido creer, pero despues de las experiencias de aquella noche, en que se vio envuelta con el Santo en un asunto que para ella era un misterio, no tenia visos de realidad la afirmacion de Bloem. En cuanto a Carn, este nada tenia que decir. Para el, el cuento de Bloem podia ser verdad o no, aunque, por lo que conocia del Santo, se inclinaba a creerlo. Ademas, el Santo trabajaba contra el, aunque lo hiciera al mismo tiempo contra el Tigre. Y revelarse como inspector de Scotland Yard, de Londres, hubiera sido poner fin a todas las probabilidades de salir airoso de su mision.
– Estamos esperando -dijo Bloem al fin.
– Asi lo veo -observo Templar-. Quisiera que esperasen un poco mas, porque quedan dos o tres puntos que hay que aclarar. Primero, supongo que no le molestara que el doctor examine el chichon que debi hacerle cuando, segun usted dice, le di en la cabeza.
Estaba mirando fijamente a Bloem, y quedo desalentado al ver que este no se alteraba por la indicacion. Carn se dirigio a Bloem preguntando donde le habian dado el golpe, y aquel contesto:
– Detras de la oreja. Es facil verlo.
'?Vaya! -exclamo el Santo para sus adentros-. Me imagino lo furioso que se habra puesto al tener que presentar el suceso con el realismo impuesto por el Tigre.'
Carn miro al Santo y se encogio de hombros.
– No cabe duda de que recibio un buen golpe. Me parece, Santo, que esta vez ha dado usted un patinazo.
– Por eso creo que no conviene retardar por mas tiempo nuestro desagradable deber -dijo Bloem con gran energia-. Hopkins, coja las esposas y pongaselas. Disparare si vuelve a atacarle.
En aquel momento, un hombre salido de la oscuridad aparecio encuadrado por la ventana.
– ?Que pasa aqui? -pregunto Horacio con voz estentorea.
8. El Santo reflexiona
Bloem giro sobre sus talones con una exclamacion apagada. Despues bajo lentamente la pistola. Horacio, a su espalda, acababa de irrumpir en la estancia y apuntaba con su revolver a todos los que se hallaban en la habitacion. Se apoyo en el alfeizar, muy satisfecho.
– ?Manos arriba! -exclamo-. Creo que llego a tiempo. Parece que se trata de un tipo peligroso.?Alguacil! dirigiendose a Hopkins-. Usted tiene las esposas; con su deber.
– Pero buen hombre…
Horacio apunto a Bloem con el revolver.
– A mi no me dice usted buen hombre,?estamos? Te he cogido con las manos en la masa.?Alguacil!,?que diablos espera? Espose a este hombre. Y tu deja caer el arma o disparo.
Bloem solto el arma, y el Santo la recogio.
– Puedo explicarle el asunto -insistio Bloem.
– Claro que puedes explicarlo -exclamo Horacio con sarcasmo-. Aun no he visto a ningun criminal que no pueda explicarlo todo.
– El senor tiene razon, Horacio, porque puede explicarlo muy bien -dijo el Santo-. Entra ya de una vez y baja el arma. Precisamente estaba pensando como encontrarte.
Horacio dudaba aun, pero entro en la habitacion, echando de paso a Bloem una mirada amenazadora.
– ?Que desea, senor?
– Se trata, simplemente, de que te has equivocado de persona -observo el Santo, dirigiendose a los presentes en el tono del abogado que empieza la defensa-. Pero el senor Bloem se mostraba tan obstinado… Les presento a Horacio, sargento retirado de la Infanteria de Marina de Su Majestad britanica; desde hace anos esta a mi servicio. Horacio testificara ahora que yo llegue a casa un poco despues de las once y que no volvi a salir hasta las doce menos veinte.
Al decirlo, el Santo no miraba para nada a su criado, porque conocia a su hombre. Carn, en cambio, no apartaba los ojos del ex sargento y vio que se mostraba sorprendido.
– Asi es, en efecto -corroboro Horacio-.?Quien afirma lo contrario?
– El senor Bloem -explico Templar-. Le ha atracado esta noche un hombre armado, y se le ha metido en la cabeza que yo soy el atracador. Ha venido aqui para hacerme arrestar.
Horacio asintio; con un gesto de desagrado desvio la mirada de Bloem, como si le ofendiese su presencia, y dijo con desprecio:
– ?Caramba, que ocurrencia!
El Santo se volvio hacia Bloem.
– ?Presentara usted ahora sus excusas? -pregunto insinuante-. Venga, Bloem; admita que no se fijo usted bien en el atracador y que, por razones inexplicables, penso que era yo. El verdadero atracador tal vez iba enmascarado…
Los dos cruzaron la mirada. La sugerencia del Santo estaba clara. Ofrecia a Bloem una salida airosa. Bloem sabia que su caso tenia poca base, por haber dicho que nadie mas que el vio al bandido, y su afirmacion era insostenible en vista de la coartada del Santo. Horacio era el factor que el Tigre, por inexplicable imprevision, no habia tenido en cuenta. La oportuna llegada de Horacio lo echaba todo por tierra. Tal vez el Tigre habia confiado en que, una vez arrestado el Santo y cogiendo de improviso a su criado, podrian arrancar a este la confesion de no haber visto a Templar desde la hora de la cena, en cuyo caso les habria salido bien la treta. Pero Horacio habia entrado en escena en el momento preciso. Esta era una de sus buenas cualidades, y de este modo desbarato todos los planes del Tigre.
Bloem lo sabia. No revelaba su decepcion mas que con el siniestro fulgor de sus ojos. Y el Santo, sonriente, le contesto con una mirada burlona.
– Estoy profundamente avergonzado -repuso Bloem con voz ahogada-. Es verdad: aquel hombre iba enmascarado. Deje que saliera de mi casa y luego lo segui. Cuando sali del jardin, vi al senor Templar ir en direccion de esta casa y crei que era el el atracador. El verdadero malhechor debio de huir en direccion opuesta.