hacerlo, para no dar alas a la nina. Abrio la caja, saco la pistola, la cargo y la introdujo en la pistolera que se habia prendido del cinturon. Volvio a guardar la caja en el armario y se fue.

Lo mismo que las dos veces anteriores que habia ido a la casa, la calle estaba vacia y no habia senales de actividad en el andamiaje. Extrajo la chapa de metal del marco de la puerta y entro en el edificio, esta vez, dejando la puerta abierta. No hizo nada por disimular el ruido de su llegada ni amortiguar sus pasos en el zaguan. Desde el pie de la escalera grito:

– Zecchino, policia. Voy, a subir.

Espero, pero de arriba no llegaba sonido ni respuesta alguna. Lamentando no haber traido una linterna y agradeciendo la luz que entraba por la puerta de la calle, Brunetti subio al primer piso. Arriba seguia sin oirse nada. Siguio subiendo. En el tercero, abrio las persianas de dos ventanas, para alumbrar la escalera de la buhardilla.

Al llegar arriba, Brunetti se detuvo. Habia una puerta a cada lado del rellano y una tercera al extremo de un corto pasillo. A su izquierda, por una persiana rota entraba mucha luz. Brunetti espero, volvio a llamar a Zecchino y entonces, curiosamente tranquilizado por el silencio, se acerco a la puerta de la derecha.

La habitacion estaba vacia, es decir, no habia nadie, pero si varias cajas de herramientas, un par de bancos de trabajo y un pantalon de pintor cubierto de cal. Tras la puerta de enfrente encontro un inanimado revoltijo similar. Solo quedaba ya la puerta del fondo del pasillo.

Alli, tal como esperaba, encontro a Zecchino, y encontro tambien a la muchacha. A la luz que se filtraba por una sucia claraboya del tejado, la vio por primera vez, tendida encima de Zecchino. Debieron de matarlo a el primero, o el dejo de resistirse y cayo bajo la lluvia de golpes, mientras ella seguia peleando, inutilmente, para acabar cayendo sobre el.

– Gesu bambino -dijo Brunetti al verlos, resistiendo el impulso de santiguarse. Eran dos figuras inertes, flacidas, disminuidas de ese modo especial en que la muerte empequenece a la gente. Una oscura aureola de sangre seca se extendia alrededor de sus cabezas, que estaban juntas, en la actitud de dos cachorrillos o de dos jovenes enamorados.

Brunetti veia la parte posterior de la cabeza de Zecchino y la cara de la muchacha o, mas exactamente, lo que quedaba de su cara. Al parecer, los habian matado a golpes. El craneo de Zecchino habia perdido la redondez; la nariz de ella habia desaparecido, destrozada por un golpe tan violento que no le habia dejado mas que una astilla de cartilago pegada a la mejilla izquierda.

Brunetti volvio la cabeza y examino la habitacion. Junto a una pared habia un monton de colchones viejos. A su lado, en el suelo, estaban las prendas de vestir -hasta que no volvio a mirar a la pareja no vio que estaban medio desnudos- que se habian quitado precipitadamente, para hacer lo que hicieran sobre aquellos colchones. Vio una jeringuilla ensangrentada y de pronto recordo la poesia que le habia leido Paola, con la que el poeta trataba de seducir a una mujer diciendole que sus sangres se habian mezclado dentro de la pulga que los habia picado a los dos. Entonces le habia parecido una forma demencial de contemplar la union entre un hombre y una mujer, pero no era mas demencial que la aguja que estaba en el suelo. A su lado habia varias bolsitas de plastico, probablemente, no mucho mayores que las que le habian encontrado a Roberto Patta en el bolsillo de la chaqueta.

Brunetti bajo a la calle, saco el telefonino, que esta vez no habia olvidado, llamo a la questura y dijo lo que habia encontrado y adonde tenian que ir. La voz del profesional le decia que debia volver a la habitacion en la que estaban los dos jovenes, para ver que mas podia descubrir, pero el opto por hacerle oidos sordos y quedarse esperando frente al edificio, en un rayo de sol.

Por fin llegaron los tecnicos del laboratorio, y el los envio a la buhardilla, venciendo la tentacion de decirles que, como hoy no habia trabajadores en el edificio, nadie les estorbaria en su examen del escenario del crimen. Nada ganaria con una pulla facil, y a ellos les seria indiferente saber que la vez anterior los habian enganado.

Pregunto a quien habian avisado para que fuera a examinar los cadaveres y se alegro de saber que era Rizzardi. Brunetti no se movio de donde estaba cuando los hombres entraron en el edificio y alli seguia veinte minutos despues, cuando llego el forense. Se saludaron con un movimiento de la cabeza.

– ?Otro? -pregunto Rizzardi.

– Dos -contesto Brunetti, iniciando la marcha hacia la casa.

El comisario y el medico subieron sin dificultad la escalera, bien iluminada ahora, con todas las persianas abiertas. Al llegar arriba, acudieron, como mariposas nocturnas, al resplandor de las potentes luces de los tecnicos que escapaba por la puerta de la habitacion, llamandolos para que fueran a ver aquella nueva prueba de la fragilidad del cuerpo y la futilidad de la esperanza.

Rizzardi entro y examino los cuerpos desde arriba. Se puso unos guantes de goma, se agacho y palpo la garganta de la muchacha y luego la de el. Dejo el maletin en el suelo, se puso en cuclillas al lado de la muchacha, extendio el brazo por encima de ella y, lentamente, le hizo dar la vuelta para separarla del muchacho y ponerla boca arriba. Ella quedo con los ojos fijos en el techo, y una mano herida resbalo por encima del pecho y golpeo el suelo, sobresaltando a Brunetti, que habia preferido mirar hacia otro lado.

Entonces se acerco y se quedo de pie al lado de Rizzardi, observando. La muchacha tenia el pelo muy corto, tenido de color granate, sucio, grasiento y pegado al craneo. Brunetti vio relucir entre los labios ensangrentados unos dientes blancos y perfectos. Habia sangre coagulada alrededor de la boca y la que habia brotado de la destrozada nariz habia resbalado hacia los ojos. ?Era bonita? ?Era fea?

Rizzardi asio la barbilla de Zecchino y le volvio la cara hacia la luz.

– A los dos los han matado golpeandolos en la cabeza -dijo, senalando la frente de Zecchino-. No es un metodo facil y exige mucha fuerza. O muchos golpes. Y la muerte no es rapida. Pero, por lo menos, despues de los primeros golpes, ya casi no te enteras. -Miro otra vez a la muchacha y le volvio la cara hacia un lado para examinar una oscura cavidad en la parte posterior de la cabeza. Miro dos marcas que tenia en los brazos-. Yo diria que la sujetaban mientras la golpeaban, quiza con un trozo de madera, o un tubo.

Ninguno de los dos creyo necesario hacer comentario alguno ni decir: «Lo mismo que a Rossi.»

Rizzardi se levanto, se quito los guantes y los guardo en el bolsillo de la chaqueta.

– ?Cuando podra usted hacerla? -fue lo unico que Brunetti supo decir.

– Esta tarde, supongo. -Rizzardi sabia que no tenia que preguntar a Brunetti si queria asistir a la autopsia-. Puede llamarme a partir de las cinco. Para entonces ya sabre algo. -Antes de que Brunetti pudiera responder, agrego-: Pero no sera mucho, no mucho mas de lo que vemos aqui.

Cuando Rizzardi se fue, el equipo del laboratorio inicio su tetrica parodia de las faenas domesticas: barrer, limpiar el polvo, recoger objetos del suelo y guardarlos en lugar seguro. Brunetti se impuso la tarea de registrar los bolsillos de la pareja. Primero, en las prendas de vestir tiradas en el suelo y sobre los colchones y, despues, una vez se hubo calzado los guantes que le dio el tecnico Del Vecchio, en las que conservaban puestas. En el bolsillo de la camisa de Zecchino, encontro tres bolsitas de polvo blanco. Las paso a Del Vecchio, que las etiqueto cuidadosamente y las guardo en el maletin de las pruebas.

Brunetti agradecio que Rizzardi les hubiera cerrado los ojos. Las piernas de Zecchino le hicieron pensar en las fotos de aquellas figuras escualidas de los campos de concentracion, casi todo piel y tendones, sin apenas musculo, y con grandes rodillas. En la cadera se perfilaba, protuberante, un extremo de la pelvis. Zecchino tenia pustulas rojas en los muslos, aunque Brunetti no hubiera podido decir si eran marcas de pinchazos infectados o sintoma de alguna enfermedad cutanea. Ella, aunque de una delgadez alarmante y con el pecho casi completamente liso, no estaba tan cadaverica como Zecchino. Al pensar que para siempre ambos eran ya cadaveres, Brunetti dio media vuelta y bajo a la calle.

Puesto que el estaba encargado de esa parte de la investigacion, lo menos que podia hacer por los muertos era permanecer alli hasta que se llevaran los cadaveres y los equipos del laboratorio hubieran recogido, etiquetado y examinado todo lo que pudiera servir a la policia para descubrir a los asesinos. Brunetti se acerco al extremo de la calle y se quedo mirando el jardin del otro lado; era una suerte que la forsythia estuviera siempre tan risuena por mucho que se precipitara en engalanarse.

Habria que preguntar, desde luego, peinar la zona para ver si encontraban a quien recordara haber visto a alguien entrar en la calle o en la casa. Al volverse, Brunetti vio un grupito de gente en el otro extremo de la calle, por donde se salia a una via mas ancha, y fue hacia ellos, formando ya mentalmente las primeras preguntas.

Tal como esperaba, nadie habia visto nada, ni aquel dia ni durante las dos ultimas semanas. Nadie sabia que fuera posible entrar en el edificio. Nadie habia visto a Zecchino ni recordaba a una muchacha. Como no habia medio de obligarlos a hablar, Brunetti se ahorro la molestia de desconfiar de su sinceridad, aunque una larga

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