– ?Lo bastante grande para ir al medico? -pregunto Brunetti.

– Quiza. Si se infectara, si.

– O si supiera que ella tenia el sida -completo Brunetti-. O llegara a sospecharlo despues. -Quienquiera que descubriera que habia sido mordido por una persona enferma, correria, aterrado, a consultar a quien pudiera decirle si le habia transmitido la enfermedad. Brunetti considero las medidas que tomar: habria que avisar a los medicos, a las urgencias de los hospitales y tambien a las farmacias, por si se presentaba el asesino en busca de antisepticos o vendajes.

– ?Algo mas? -pregunto Brunetti.

– El hubiera muerto antes del otono. Ella quiza hubiera durado otro ano, pero no mucho mas. -Rizzardi hizo una pausa y pregunto, con voz distinta-: Guido, ?cree que hacen mella en nosotros las cosas que tenemos que hacer y decir?

– Espero que no, por Dios -respondio Brunetti a media voz, dijo a Rizzardi que lo llamaria cuando hubieran identificado a la muchacha y colgo.

22

Brunetti llamo a la oficina de los agentes para pedir que lo avisaran si se recibia la denuncia de la desaparicion de una muchacha de unos diecisiete anos y que repasaran los registros por si habia llegado alguna durante las ultimas semanas. Pero ya mientras hablaba pensaba que era posible que nadie hubiera presentado tal denuncia: eran muchos los adolescentes que se habian convertido en materia desechable, sus padres ya los daban por perdidos y habian dejado de preocuparse por su ausencia. No estaba seguro, pero no parecia tener mas de diecisiete anos. O quiza ni eso. Si era mas joven, Rizzardi lo sabria, pero el preferia ignorarlo.

Brunetti bajo al aseo de los hombres, se lavo las manos, se las seco y volvio a lavarselas. De vuelta en su despacho, saco un papel del cajon de la mesa y escribio en grandes letras mayusculas el titular que queria ver en los diarios del dia siguiente: «La victima se venga de su asesino con una dentellada letal.» Miro la frase, preguntandose, al igual que Rizzardi, que huella podian dejar en el estas cosas. Puso un signo de insercion despues de «asesino» y encima escribio: «desde mas alla de la tumba». Lo contemplo un momento y decidio que el anadido alargaba demasiado la frase para que cupiera en una columna y lo tacho. Saco la manoseada libreta de direcciones y telefonos y volvio a marcar el numero del redactor de sucesos de Il Gazzettino. Su amigo, satisfecho de que a Brunetti le hubiera gustado el suelto anterior, accedio a insertar este en la edicion de la manana siguiente. Dijo que le gustaba el titular de Brunetti y que el se encargaria de que apareciera textualmente.

– No deseo crearte problemas -dijo Brunetti, ante la rapida aquiescencia de su amigo-. ?No supondra un riesgo para ti publicar eso?

El otro se echo a reir.

– ?Problemas por publicar algo que no es verdad? ?Yo? -Sin dejar de reir empezo a despedirse cuando Brunetti agrego:

– ?No podrias hacer que saliera tambien en La Nuova? Necesito que este en los dos diarios.

– Probablemente. Hace anos que piratean nuestro sistema informatico. Asi se ahorran pagar a un reportero. De modo que, si lo meto en el ordenador, seguro que lo publican, sobre todo, si consigo darle un aire lo bastante truculento. No pueden resistirse al morbo. Pero ellos no usaran tu titular -dijo con sincero pesar-. Siempre cambian, por lo menos, una palabra.

Satisfecho con lo conseguido, Brunetti se resigno al previsible cambio, dio las gracias a su amigo y colgo el telefono.

Para ocuparse en algo, o quiza solo para mantenerse en movimiento y lejos de su mesa, bajo al despacho de la signorina Elettra, a la que encontro con la cabeza inclinada sobre una revista.

Ella levanto la mirada al oir sus pasos.

– Ah, ya esta de vuelta, comisario -dijo iniciando una sonrisa. Cuando vio el gesto que el traia en la cara, la sonrisa se desvanecio. Cerro la revista, abrio un cajon y saco una carpeta. Inclinandose hacia adelante, se la paso-. Ya me he enterado de lo de esos chicos -dijo-. Lo siento.

El no sabia si ella esperaria que le diera las gracias por su condolencia, y se limito a mover la cabeza de arriba abajo mientras tomaba la carpeta y la abria.

– ?Los Volpato? -pregunto.

– Aja -exclamo ella-. Como vera, deben de estar muy bien protegidos.

– ?Por quien? -pregunto el, mirando la primera pagina.

– Yo diria que por alguien de la Guardia di Finanza.

– ?Por que?

Ella se levanto y apoyo las manos en la mesa.

– Segunda hoja -apunto. El paso la primera hoja y ella senalo una serie de cifras-. El primer numero corresponde al ano. A continuacion figura el total del patrimonio declarado: cuentas, apartamentos, valores. Y en la tercera columna esta la renta declarada cada ano.

– Asi pues -dijo el, comentando la obviedad-, como cada ano poseen mas, ingresaran mas. -Efectivamente, la lista de propiedades iba en aumento.

Ahora bien, las cifras de la tercera columna, en lugar de aumentar, disminuian, pese a que los Volpato adquirian mas fincas y mas empresas. En suma, cada ano tenian mas y pagaban menos.

– ?Nunca les han hecho una inspeccion los de la Finanza? -pregunto. Lo que Brunetti tenia en las manos era una senal de fraude fiscal tan grande y tan llamativa que hubiera tenido que divisarse desde la central de la Guardia di Finanza en Roma.

– Nunca -dijo ella negando con la cabeza y volviendo a sentarse-. Por eso le digo que alguien debe protegerlos.

– ?Ha conseguido copia de sus declaraciones de renta?

– Desde luego -dijo ella, sin tratar de disimular el orgullo-. En todas ellas aparecen esas mismas cifras de ingresos anuales, pero, ano tras ano, ellos consiguen demostrar que han gastado una fortuna en la rehabilitacion de sus propiedades, y parecen incapaces de vender ni una sola finca con beneficio.

– ?A quienes las venden? -pregunto Brunetti, aunque sus anos de experiencia lo habian familiarizado con esos asuntos.

– Hasta el momento, han vendido, entre otros, dos apartamentos a concejales de la ciudad y dos a funcionarios de la Guardia di Finanza. Siempre, con perdidas, especialmente, el que vendieron al coronel. Y parece ser -anadio pasando la hoja y senalando la linea superior- que tambien vendieron dos apartamentos a un tal dottor Fabrizio Dal Carlo.

– Ah -suspiro Brunetti. Levanto la mirada del papel y pregunto-: ?No tendra usted, por casualidad…?

La sonrisa de la mujer fue como una bendicion.

– Esta todo ahi: sus declaraciones de renta, la lista de las casas que posee, sus cuentas bancarias, las de su mujer, todo.

– ?Y…? -pregunto, el resistiendo el impulso de mirar los papeles para darle ocasion de decirselo.

– Solo un milagro ha podido protegerlo de una inspeccion -dijo ella, golpeando los papeles con la yema de los dedos de la mano izquierda.

– Y, sin embargo, en todos estos anos, nadie se ha fijado en Dal Carlo ni en los Volpato.

– Eso no tiene nada de curioso cuando se vende a esos precios a concejales -dijo ella volviendo a la primera hoja-. Y a coroneles -termino despues de una pausa.

– Si -convino el cerrando la carpeta con un suspiro de cansancio-. Y a los coroneles. -Se puso la carpeta debajo del brazo-. ?Y que hay del telefono?

Ella casi sonrio.

– No tienen telefono.

– ?Como? -pregunto Brunetti.

– Por lo menos, que yo haya podido descubrir. Ni a su nombre ni en su domicilio. -Antes de que Brunetti

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