experiencia le habia ensenado que eran muy pocos los italianos que, al hablar con la policia, recordaban mucho mas que su nombre y apellido.
Otros interrogatorios podrian esperar hasta la tarde o primera hora de la noche, cuando los vecinos de la zona hubieran vuelto a casa. Pero el comisario ya sabia que nadie admitiria haber visto algo. Pronto se sabria que en aquella casa habian muerto dos drogadictos, y podrian contarse con los dedos de una mano las personas que vieran en aquellas muertes algo especial y, mucho menos, algo que justificara exponerse a las molestias de ser interrogados por la policia. ?Por que aguantar que durante varias horas te traten como a un sospechoso? ?Por que perder horas de trabajo para tener que responder mas preguntas o asistir a un juicio?
Brunetti sabia que la ciudadania en general no veia con buenos ojos a la policia; sabia lo mal que te trataba, sin que importara si habias entrado en la orbita de una investigacion como sospechoso o como simple testigo. Desde hacia anos, el comisario habia procurado educar a los hombres que dependian de el para que trataran a los testigos como a personas dispuestas a ayudar, en cierto modo, como a colegas suyos, y luego, al pasar por delante de las salas de interrogatorios, oia como se les intimidaba, amenazaba e insultaba. No era de extranar que la gente se resistiera a dar informacion a la policia; lo mismo haria el.
Brunetti no podia ni pensar en almorzar. Como no podia pensar en llevar a casa el recuerdo de lo que acababa de ver. Llamo a Paola, volvio a la
Durante las cuatro horas siguientes, Brunetti estuvo revisando papeles e informes acumulados durante dos meses y poniendo con esmero las iniciales al pie de dossieres que habia leido sin entender. Le llevo hasta media tarde, pero al fin limpio la mesa de papeles y hasta los bajo al despacho de la
Hecho esto, Brunetti bajo al bar del puente y tomo un vaso de agua mineral y un sandwich de queso con el pan tostado. Abrio el
De vuelta en su mesa, miro el reloj y vio que ya podia llamar a Rizzardi. Alargaba la mano hacia el telefono cuando este sono.
– Guido -dijo el forense sin preambulos-, cuando examino a esos chicos esta manana, despues de que yo me marchara, ?se puso guantes?
Brunetti tardo un momento en reponerse de la sorpresa y tuvo que hacer memoria antes de contestar:
– Si. Del Vecchio me dio un par.
Rizzardi pregunto entonces:
– ?Se ha fijado en los dientes de la muchacha?
Nuevamente, Brunetti tuvo que volver a aquella habitacion.
– Solo he visto que los tenia todos, no como la mayoria de los drogadictos. ?Por que?
– Tenia sangre en los dientes y en la boca -explico Rizzardi.
Esas palabras recordaron a Brunetti la sordida habitacion y las dos figuras caidas una encima de la otra.
– Si. Tenia sangre en toda la cara.
– La de la cara era sangre de ella -dijo Rizzardi haciendo hincapie en la ultima palabra. Adelantandose a la pregunta de Brunetti, explico-: La sangre que tenia en los dientes era de otra persona.
– ?De Zecchino?
– No.
– Ay, Dios, lo mordio -dijo Brunetti y pregunto-: ?Habia bastante como para…? -Aqui se interrumpio, sin saber a ciencia cierta lo que podria hacer Rizzardi. Habia leido interminables informes acerca de la identificacion por el ADN y de la utilizacion de muestras de sangre y de semen como pruebas, pero carecia tanto de conocimientos cientificos para comprender el proceso como de curiosidad intelectual para interesarse por algo que no fuera la mera posibilidad de obtener identificaciones irrefutables.
– Si -respondio Rizzardi-. Si usted me encuentra a la persona, yo podre hacer la comparacion con las muestras de sangre que he obtenido. -Rizzardi callo, pero Brunetti intuyo, por la tension de su silencio, que el forense tenia mas cosas que decir.
– ?Que ocurre?
– Eran positivos.
?A que se referia? ?A los resultados de las pruebas? ?A las muestras?
– No comprendo -reconocio Brunetti.
– Los dos, el y ella. Eran seropositivos.
–
– Es lo primero que miramos cuando se trata de drogadictos. En el la enfermedad estaba mucho mas avanzada; el virus se habia extendido. Estaba muy mal, no hubiera vivido ni tres meses mas. ?No habia notado usted nada?
Si. Brunetti habia notado algo, pero no habia hecho deducciones, o quiza no habia querido fijarse mucho o comprender lo que veia. No habia prestado atencion a la extrema delgadez de Zecchino ni pensado en lo que podia significar.
En lugar de responder a la pregunta de Rizzardi, Brunetti pregunto:
– ?Y ella?
– Ella no estaba tan mal, la infeccion no habia avanzado tanto. Probablemente, por eso aun tuvo fuerzas para defenderse.
– Pero ?y los nuevos medicamentos? ?Por que no los tomaban? -pregunto Brunetti, como si pensara que Rizzardi podia tener la respuesta.
– No se por que no los tomaban, Guido -dijo Rizzardi, recordando que hablaba con el padre de unos chicos que tenian pocos anos menos que las dos victimas-. Pero ni en la sangre ni en ningun organo he visto senales de que tomaran algo. Generalmente, los drogadictos no siguen tratamiento.
Por tacito acuerdo, dejaron el tema, y Brunetti pregunto:
– ?Que puede decirme del mordisco?
– Ella tenia carne entre los dientes, de modo que le habra dejado una herida bastante fea.
– ?Tan contagioso es? -pregunto Brunetti, sorprendido de que, al cabo de anos de informacion, charlas y articulos en diarios y revistas, aun no tuviera una idea clara.
– Teoricamente, si -dijo Rizzardi-. Hay casos documentados en los que se ha transmitido por esa via, aunque yo no he visto ninguno directamente. Supongo que podria ocurrir. Pero esa enfermedad ya no es lo que era hace anos: los nuevos farmacos la controlan bastante bien, especialmente, si empiezan a tomarse en las primeras fases.
Mientras escuchaba al medico, Brunetti se interrogaba sobre las consecuencias que podia tener una ignorancia como la suya. Si el, un hombre que leia mucho y tenia un conocimiento bastante amplio de lo que pasaba en el mundo, no tenia una idea clara de si la enfermedad podia contagiarse por un mordisco y aun sentia un horror primitivo y hasta atavico a esa posible via de infeccion, no seria de extranar que ese temor estuviera muy generalizado entre la poblacion.
Volvio a centrar su atencion en Rizzardi.
– ?Como puede ser el mordisco?
– Yo diria que debe de faltarle un trozo de carne del brazo. -Y, antes de que Brunetti preguntara, aclaro-: Ella tenia vello en la boca, probablemente, del antebrazo.
– ?Y el tamano?
Despues de pensar un momento, Rizzardi dijo:
– Como de un perro, quiza un