muchacho tambien vendia, pero ahora lo dio por hecho y paso a la pregunta siguiente:

– ?Ha hablado con el?

Patta asintio. Al cabo de un momento dijo:

– Esta aterrado. Quiere ir a casa de sus abuelos, pero alli no estaria seguro. -Miro a Brunetti-. Esa gente ha de tener la certeza de que no hablara. Sera la unica manera de que este seguro.

Lo mismo pensaba Brunetti y ya empezaba a calcular lo que esa certeza costaria. No habia mas remedio que publicar otra desinformacion, esta vez diciendo que la policia habia seguido una pista falsa y que habia resultado imposible establecer una relacion entre los casos recientes de muertes por sobredosis y el responsable de la venta de las drogas. Probablemente, eso alejaria de Roberto Patta el peligro mas inmediato; pero, por otro lado, disuadiria al hermano, al primo o lo que fuera de Anna Maria Ratti, de ir a denunciar a la policia a las personas que le habian vendido las drogas que causaron la muerte de Marco Landi.

Si no hacia nada, la vida de Roberto Patta estaria en peligro, pero si el articulo aparecia, Anna Maria tendria que vivir con la pena de haber tenido parte de responsabilidad, por pequena que fuera, en la muerte de Marco.

– Yo me encargo -dijo, y Patta levanto la cabeza con rapidez y lo miro fijamente.

– ?Que? -pregunto-. ?Como?

– He dicho que yo me encargo -repitio con voz firme, deseando que Patta lo creyera y saliera del despacho llevando consigo las muestras de gratitud que pudiera sentirse inclinado a dar-. Llevelo a alguna clinica, si es posible.

Vio como Patta miraba agrandando los ojos con indignacion a aquel subordinado que se atrevia a darle consejos.

Brunetti deseaba terminar cuanto antes.

– Ahora mismo los llamo -dijo lanzando una mirada en direccion a la puerta.

Irritado tambien por eso, Patta dio media vuelta, fue hacia la puerta y salio.

Brunetti, sintiendose como un idiota, llamo otra vez a su amigo a la redaccion del periodico y le hablo de prisa, consciente de la gran deuda que estaba contrayendo. Sabia que, cuando llegara el momento de pagarla -y no dudaba de que llegaria-, seria a costa de sacrificar algun principio o burlar alguna ley. Ello no le hizo titubear ni un instante.

Brunetti iba a salir a almorzar cuando sono el telefono. Era Carraro, que dijo que hacia diez minutos habia llamado un hombre, pidiendo confirmacion de lo que habia leido en el diario de aquella manana. Carraro le habia asegurado que, en efecto, el hospital disponia de un tratamiento absolutamente revolucionario, la unica esperanza para quien hubiera sufrido una mordedura.

– ?Cree que puede ser el? -pregunto Brunetti.

– No lo se -respondio Carraro-. Pero parecia muy interesado. Ha dicho que vendria hoy mismo. ?Que piensa usted hacer?

– Ahora voy para alla.

– ?Que hago si viene?

– Retengalo. Hablele. Inventese algun sistema de exploracion. Pero no lo deje marchar -dijo Brunetti. Al salir, se asomo a la oficina de los agentes y grito que enviaran inmediatamente a dos hombres y una lancha a la entrada del Pronto Soccorso.

No tardo mas de diez minutos en llegar al hospital a pie. Pidio al portiere que lo llevara a la puerta de Pronto Soccorso que utilizaban los medicos, para no ser visto por los pacientes que pudieran estar esperando. Su sensacion de urgencia debia de ser contagiosa, porque el hombre salio rapidamente de su garita y condujo a Brunetti por el corredor principal, pasando por delante de la entrada a la Sala de Urgencias, hasta una puerta sin distintivos y un estrecho pasillo que conducia al puesto de enfermeras de Pronto Soccorso.

La enfermera de guardia hizo un gesto de sorpresa cuando Brunetti aparecio de improviso por su izquierda, pero Carraro ya debia de haberla prevenido, porque la mujer se puso en pie inmediatamente diciendo:

– Esta con el dottore Carraro. -Senalaba la puerta de la sala de curas-. Es ahi.

Brunetti entro sin llamar. Vio a Carraro, con su bata blanca, inclinado sobre un hombre corpulento que estaba tendido en la mesa de reconocimiento. Colgados del respaldo de una silla habia una camisa y un jersey. Carraro, que estaba auscultando al hombre con el estetoscopio, no oyo entrar a Brunetti, pero el otro si y cuando se le acelero el corazon al verlo, Carraro levanto la mirada para averiguar que era lo que habia causado aquella reaccion en su paciente.

El medico no dijo nada al ver al comisario. El hombre de la mesa no se movio, pero Brunetti observo que se ponia rigido y la cara se le tenia de rojo. Tambien vio la senal inflamada que el hombre tenia en el antebrazo derecho: una marca ovalada, de bordes nitidos y simetricos.

Brunetti opto por no decir nada. El hombre cerro los ojos y dejo los brazos flacidos. Brunetti observo que Carraro llevaba guantes transparentes. Si hubiera entrado en ese momento, hubiera creido que el hombre dormia. Su propio corazon se calmo. Carraro se aparto de la mesa, fue al escritorio, dejo el estetoscopio y salio de la sala sin decir nada.

Brunetti dio un paso hacia la mesa, pero procuro mantenerse fuera del alcance del hombre. La abultada musculatura del pecho y los hombros, resultado de decadas de trabajo duro, denotaba una fuerza extraordinaria. Las manos eran enormes, una descansaba sobre la mesa con la palma hacia arriba, y Brunetti observo con extraneza que tenia las yemas de los dedos aplastadas, en forma de espatula.

En reposo, la cara del hombre era inexpresiva. Ni al ver a Brunetti y comprender, quiza, quien era, se alteraron sus facciones. Las orejas eran diminutas y, en general, la cabeza toda, que tenia una curiosa forma cilindrica, era pequena en relacion con aquel cuerpo enorme.

– Signore -dijo Brunetti al fin.

El hombre abrio los ojos y lo miro. Eran unos ojos castano oscuro que le hicieron pensar en los de un oso, pero quiza fuera por la corpulencia del hombre.

– Ella me dijo que no viniera -murmuro-. Que era una trampa. -Parpadeo, estuvo un rato con los ojos cerrados, los abrio y dijo-: Pero tuve miedo, oi hablar a la gente de lo que decia el periodico y tuve miedo. -Otra vez cerro los ojos largamente, tanto que parecia que se evadia, como el buceacdor que se resiste a volver de las profundidades, donde todo es mas hermoso. Abrio los ojos-. Y tenia razon. Ella siempre tiene razon. -Dicho esto, se sento-. No se alarme, no le hare nada. Que el doctor me cure y luego ire con usted. Pero antes la cura.

Brunetti asintio, comprensivo.

– Llamare al medico -dijo, y salio al puesto de enfermeras, donde Carraro hablaba por telefono. La enfermera no estaba.

Al ver a Brunetti, el medico colgo el telefono y lo miro.

– ?Y ahora? -Volvia a estar furioso, pero Brunetti sospechaba que su colera nada tenia que ver con la violacion del Juramento Hipocratico.

– Le agradecere que le ponga una vacuna antitetanica, y luego me lo llevare a la questura.

– ?Usted me deja ahi solo con un asesino y ahora pretende que vuelva a entrar para ponerle una antitetanica? Debe de estar loco -dijo Carraro, cruzandose de brazos en senal de rebeldia.

– No creo que haya peligro, dottore. Y quiza la necesite. Me parece que la mordedura se le ha infectado.

– Ah, y tambien es usted medico, ?verdad?

– Dottore -suspiro Brunetti mirandose los zapatos-, le estoy pidiendo que se ponga sus guantes de goma, entre ahi conmigo y administre una vacuna antitetanica a su paciente.

– ?Y si me niego? -pregunto Carraro sin beligerancia, lanzando a Brunetti una vaharada de menta y alcohol, las sustancias con que se desayunan los grandes bebedores.

– Si se niega, dottore -dijo Brunetti con una calma letal, extendiendo un brazo hacia el medico-, lo meto en esa sala de un empujon y digo a ese hombre que se niega usted a ponerle la inyeccion que lo curara. Y luego lo dejo a solas con el.

Observaba a Carraro mientras hablaba y veia que el medico le creia, lo que era suficiente para sus fines. Carraro dejo caer los brazos a lo largo del cuerpo y mascullo entre dientes algo que Brunetti fingio no oir.

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