Senalaba unas tenues marcas de lapiz en la suela.
Por fin, Brunetti se permitio la pregunta:
– ?Podria describir al hombre que compro estos zapatos,
Gravi vacilo pero solo un momento, antes de preguntar con voz respetuosa ante la autoridad:
– ?Podria decirme, comisario, por que esta interesado en ese hombre?
– Creemos que puede darnos informacion importante acerca de una investigacion en curso -respondio Brunetti sin decir nada.
– Comprendo -dijo Gravi, que, al igual que todos los italianos, estaba acostumbrado a no entender nada de lo que decian las autoridades-. Mas joven que usted, diria yo, aunque no mucho. Pelo oscuro. Sin bigote. -Quiza al oirse a si mismo, Gravi se dio cuenta de lo vaga que era su descripcion-. Yo diria un hombre corriente, vestido con chaqueta. Ni alto ni bajo.
– ?Tendria la bondad de mirar unas fotos,
Gravi sonrio ampliamente, satisfecho de que todo fuera tan parecido a los telefilmes.
– Desde luego.
Brunetti hizo una sena a Vianello, que bajo a buscar dos carpetas de fotos de la policia, entre las que estaba la de Malfatti.
Gravi tomo la primera carpeta de manos de Vianello y la abrio encima de la mesa. Una a una, iba pasando las fotos y apilandolas boca abajo despues de mirarlas. Bajo la atenta mirada de Vianello y Brunetti, puso la foto de Malfatti con las otras y siguio mirando. Al terminar, levanto la cabeza.
– No esta, ni el ni nadie que se le parezca.
– ?No podria hacer una descripcion un poco mas precisa de su aspecto?
– Ya se lo he dicho, comisario, un hombre con chaqueta. Estos -dijo senalando el monton de fotografias-, bueno, todos tienen cara de criminales. -Vianello lanzo una rapida mirada a Brunetti. Habia fotos de varios policias mezcladas con las otras, entre ellos el agente Alvise-. Como le digo, llevaba traje y corbata -repitio Gravi-. Parecia uno de nosotros. En fin, un hombre que va todos los dias a trabajar al despacho. Y hablaba como una persona educada, no como un criminal.
La ingenuidad politica que denotaba el comentario hizo dudar a Brunetti de que el
Mientras los dos policias lo observaban, Gravi examino un monton de fotos menor que el anterior. Al ver la de Ravanello, miro a Brunetti:
– Es el director del banco al que mataron ayer, ?verdad? -pregunto senalando la foto.
– ?Y no es el hombre que compro los zapatos,
– No, claro que no -respondio Gravi-. De haberlo sido, se lo hubiera dicho nada mas entrar. -Volvio a mirar la foto, un retrato de estudio que habia aparecido en un folleto del banco en el que figuraban todos los altos empleados-. No es el hombre, pero es el tipo.
– ?El tipo,
– Si, hombre con traje y corbata, y zapatos relucientes. Camisa blanca y bien planchada, y un buen corte de pelo. Un banquero.
Durante un instante, Brunetti tuvo siete anos y estaba arrodillado al lado de su madre al pie del altar mayor de Santa Maria Formosa, su parroquia. Su madre miraba al altar, se santiguaba y decia en una voz en la que palpitaba una suplica fervorosa: «Santa Maria, Madre de Dios, por el amor de tu Hijo, que dio su vida por todos nosotros, miserables pecadores, concedeme esta gracia y nunca mas en mi vida te pedire nada mas.» Era una promesa que el oiria infinidad de veces durante su ninez, porque, al igual que todos los venecianos, la
Miro a Gravi.
– Lamentablemente, no tengo la foto del otro hombre que pudo haber comprado los zapatos, pero, si me acompana a verlo personalmente, quiza pueda ayudarnos.
– ?Quiere decir intervenir realmente en la investigacion? -El entusiasmo de Gravi era infantil.
– Si, si no tiene inconveniente.
– Encantado de ayudarlos, comisario.
Brunetti se levanto y Gravi se puso en pie de un salto. Mientras caminaban hacia el centro de la ciudad, Brunetti explico a Gravi lo que deseaba que hiciera. Gravi no hizo preguntas, contento de hacer lo que le ordenaran, como buen ciudadano que ayuda a la policia en su investigacion de un grave delito.
Cuando llegaron a
Brunetti subio la ya familiar escalera y llamo a la puerta del despacho.
–
Cuando ella levanto la mirada del ordenador y vio quien era, no pudo reprimir un sobresalto que la hizo levantarse a medias de la silla.
– Perdone,
Ella parecia no oirlo y lo miraba con la boca abierta en una «O» cada vez mas amplia. Brunetti no hubiera podido decir si de sorpresa o temor. Lentamente, ella extendio el brazo y oprimio un boton mientras acababa de ponerse en pie, parapetada detras de la mesa, sin levantar el dedo del pulsador y mirando a Brunetti en silencio.
Al cabo de unos segundos, la puerta se abrio hacia dentro y Santomauro salio al antedespacho. Vio a su secretaria, tan callada y quieta como la mujer de Lot, y entonces vio a Brunetti en la puerta.
Su furor fue inmediato y fulminante.
– ?Que hace usted aqui? Ya dije al
– ?Reconoce a este hombre,
– Si.
Santomauro se quedo paralizado, aunque seguia sin reconocer al hombre del traje arrugado.
– ?Puede decirme quien es,
– Es el hombre al que vendi los zapatos.
Brunetti desvio la mirada de Gravi y miro a traves de la habitacion a Santomauro, que ahora parecia haber reconocido al hombre del traje arrugado.
– ?Que zapatos,
– Unos zapatos de senora rojos, del numero cuarenta y tres.
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Santomauro se vino abajo. Brunetti habia observado el fenomeno con suficiente frecuencia como para reconocerlo. La entrada de Gravi, cuando Santomauro se creia a salvo de todo peligro, ya que la policia no habia emprendido ninguna accion a consecuencia de la acusacion contenida en la confesion de Malfatti, era tan inesperada que Santomauro no tuvo tiempo ni presencia de animo para inventar una explicacion de la compra de los zapatos.
Al principio, tambien grito a Gravi y lo echo del despacho, pero cuando el hombrecillo insistio en que