signora Moro hasta el dia siguiente, en que podria irse a su casa. No; no tenia lesiones graves, habia quedado ingresada mas a causa de la edad que de su estado.

Animado tras recibir esta reconfortante senal de humanidad, Brunetti dio las gracias a la enfermera, termino la llamada e inmediatamente marco el numero de la policia de Mogliano. El agente encargado de la investigacion le dijo que aquella manana se habia presentado en la questura una mujer que habia reconocido conducir el coche que habia atropellado a la signora Moro. El panico la hizo huir pero, tras una noche de insomnio, presa de miedo y de remordimientos, habia decidido confesar lo ocurrido.

Cuando Brunetti pregunto al policia si el creia a la mujer, este respondio con extraneza que por descontado, agrego que tenia que volver al trabajo y colgo.

Asi pues, Moro estaba en lo cierto cuando decia que «ellos» no habian tenido nada que ver con el ataque a su madre. Incluso esta palabra, «ataque», reconocio Brunetti, la habia puesto el. ?A que venia entonces aquel furor de Moro contra Brunetti cuando este la habia sugerido? Y, mas importante todavia, ?que habia causado aquel estado de angustia y desesperacion en e? que se encontraba anoche, desproporcionado e ilogico en un hombre al que acaban de decir que su madre no esta gravemente herida?

21

La idea de que habia hecho una cosa mas para merecer la hostilidad del teniente Scarpa hubiera tenido que inquietar a Brunetti, pero no le preocupaba: en la antipatia implacable no habia grados. Solo lamentaba que Pucetti tuviera que sufrir las iras de Scarpa, ya que el teniente no era hombre que atacara a los que estaban por encima de el, por lo menos, abiertamente. Se preguntaba si otras personas se comportarian asi, con total indiferencia a las exigencias de su profesion, ciegos y sordos a todo lo que no fuera la conquista del exito y el poder personal, aunque ya hacia tiempo que Paola decia que las luchas que se libraban en el seno del departamento de Literatura Inglesa de la universidad eran mucho mas feroces que las descritas en Beowulf o en las tragedias de Shakespeare mas sangrientas.

Brunetti sabia que la ambicion estaba reconocida como un rasgo natural en el ser humano, hada deca,-das que observaba como otros luchaban por conseguir lo que ellos creian el exito. Por mas que el sabia que esos deseos se consideraban perfectamente normales, no podia menos que sentirse asombrado por la pasion y las energias que estas gentes dedicaban a sus afanes. Una vez, Paola comento que el debia de haber venido al mundo sin alguna pieza esencial, porque parecia incapaz de desear algo que no fuera la felicidad. La observacion de su mujer lo alarmo, hasta que ella le explico que esta era una de las razones por las que se habia casado con el.

Ocupado en esos pensamientos, entro en el despacho de la signorina Elettra. Cuando la joven levanto la mirada, el dijo sin preambulos:

– Necesito informacion sobre la gente de la academia.

– ?Que clase de informacion en concreto?

El reflexiono y dijo:

– Creo que lo que me gustaria saber es si alguno de ellos pudo ser capaz de matar a ese chico y por que motivo.

– Pudo haber muchos motivos -respondio ella, y agrego-: Si es que usted quiere creer que fue asesinado.

– No; no quiero creer eso. Pero, si lo fue, quiero saber por que.

– ?Siente curiosidad por los alumnos o por los profesores?

– Por unos y por otros.

– Dudo que pudieran ser unos y otros.

– ?Por que? -pregunto el.

– Probablemente, porque unos y otros tendrian motivos diferentes.

– ?Como por ejemplo?

– No me he explicado bien -empezo ella meneando la cabeza-. Supongo que los maestros lo harian por motivos graves, motivos adultos.

– ?Por ejemplo?

– Peligro para su propia carrera. O para la escuela.

– ?Y los chicos?

– Porque era un incordio.

– Me parece un motivo muy trivial para matar a una persona.

– Segun se miren, la mayoria de los motivos para matar a una persona son bastante triviales.

El tuvo que reconocer que no le faltaba razon. Al cabo de unos instantes, pregunto:

– ?En que sentido podia ser un incordio ese chico?

– Cualquiera sabe. No tengo ni idea de lo que irrita a los chicos de esa edad. E! que es muy duro, o muy blando. El que es muy listo, y deja en mal lugar a los otros. O que presume, o…

– Siguen pareciendome motivos triviales -corto Brunetti-. Incluso para adolescentes.

Ella, sin ofenderse, dijo:

– Es todo lo que se me ocurre. -Senalando el teclado con un movimiento de la barbilla, dijo-: Dare una ojeada, a ver que encuentro.

– ?Donde buscara?

– En las listas de los alumnos. En sus familias. Listas de profesores y familias. Luego hare cruces con… en fin, otros datos.

– ?Donde ha conseguido esas listas?

Ella aspiro largamente, con clase.

– No las tengo, comisario, pero puedo tenerlas. -Se quedo mirandolo, en espera de su comentario.

Brunetti, descolocado, le dio las gracias y le pidio que le llevara toda la informacion que consiguiera en cuanto le fuera posible.

En su despacho, Brunetti se aplico a recordar todo lo que hubiera oido o leido acerca de la academia durante los ultimos anos. Como no se le ocurria nada, amplio la busqueda a todos los militares en general, puesto que la mayoria de los miembros del profesorado habian sido oficiales de alguna rama de las fuerzas armadas.

Le rondaba por la cabeza una vaga idea que no acababa de perfilarse. Como el tirador de primera que fuerza la vista en la oscuridad, Brunetti concentro la atencion no en el objetivo, que le rehuia, sino en lo que estuviera justo al lado o detras. Era algo sobre ?os militares, sobre jovenes y militares.

Entonces se concreto el recuerdo: un incidente ocurrido hacia varios anos, en el que dos soldados - paracaidistas, seguramente- habian recibido la orden de saltar de un helicoptero en algun lugar de la antigua Yugoslavia. Ellos, que ignoraban que el helicoptero se hallaba estacionario a cien metros del suelo, saltaron y se mataron. Lo ignoraban porque los otros hombres que iban en el helicoptero, que lo sabian, pero eran de otra fuerza militar, no se lo habian dicho. Y este recuerdo trajo otro, el de un joven que habia aparecido muerto al pie de un trampolin de saltos en paracaidas, quiza victima de una novatada nocturna que habla salido mal. Que el supiera, ninguno de aquellos casos se habia resuelto ni se habia dado una explicacion satisfactoria por la muerte, totalmente innecesaria, de aquellos tres jovenes.

Tambien recordaba una manana de hacia varios anos en la que, durante el desayuno, Paola habia levantado la mirada del periodico que informaba de que el entonces dirigente del pais habia ofrecido enviar tropas italianas a un aliado en una operacion belica.

– Va a enviar tropas -dijo-. ?Te parece un ofrecimiento o una amenaza?

Solo uno de los amigos intimos de Brunetti habia optado por la carrera militar, y habian perdido el contacto desde hacia anos, por lo que no queria llamarle ahora. De todos modos, ?que podia preguntarle? Brunetti no tenia ni idea. ?Que si el ejercito era realmente tan incompetente y corrupto como parecia creer todo el mundo? No era una pregunta que uno pudiera hacer, por lo menos, a un general en activo.

Quedaban sus amigos de la prensa. Llamo a uno a Milan, pero, cuando se conecto el contestador, no quiso

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