– La madre de Moro esta herida.
– ?Como?
Parasitos en la linea ahogaron las palabras de Vianello. Cuando desaparecieron, Brunetti solo alcanzo a oir:
– … ni idea de quien.
– ?Quien que? -pregunto Brunetti.
– El que lo ha hecho.
– ?Ha hecho el que? No he oido bien.
– La ha atropellado un coche, comisario. Ahora estoy en Mestre, en el hospital.
– ?Que ha pasado?
– La mujer iba a la estacion del tren de Mogliano, donde ella vive. Por lo menos, iba en esa direccion cuando un coche le ha dado un golpe que la ha hecho caer y no se ha parado.
– ?Alguien lo ha visto?
– Dos personas. La policia de alli ha hablado con ellas, pero no estaban seguras de nada, solo de que era un coche de color claro y coinciden en que quiza lo conducia una mujer.
Brunetti pregunto mirando el reloj:
– ?Que hora era?
– Alrededor de las siete. Cuando los policias han visto que era la madre de Moro, uno de ellos se ha acordado de la muerte del chico y ha llamado a la
Brunetti miro el contestador. El parpadeo de una lucecita ie avisaba de que le aguardaba un mensaje.
– ?Lo sabe el?
– Le han llamado antes que a nosotros, comisario. Ella es viuda y llevaba en el bolso un papel con el nombre y la direccion del hijo.
– ?Y…?
– Ha venido. -Los dos hombres pensaron en lo que aquello habria significado para Moro, pero no dijeron nada.
– ?Ahora donde esta?
– Aqui, en el hospital.
– ?Que dicen los medicos? -pregunto Brunetti.
– Cortes y magulladuras, pero ninguna fractura. El coche solo debio de rozarla. Pero, como tiene setenta y dos anos, los medicos han decidido mantenerla en observacion hasta manana. -Despues de una pausa, Vianello dijo-: El acaba de irse.
Hubo un silencio largo. Al fin Vianello dijo, en respuesta a la pregunta que Brunetti no habia hecho:
– Si; seria buena idea. Estaba muy afectado.
Una parte de la mente de Brunetti comprendia que
– ?Cuanto hace que se ha ido? -pregunto Brunetti.
– Unos cinco minutos. En taxi.
Del fondo del apartamento llegaban sonidos familiares: Paola se movia en el cuarto de bano, salia al pasillo, iba al dormitorio. Con la imaginacion, Brunetti se elevo por encima de la ciudad, hasta el continente, vio un taxi que circulaba por las desiertas calles de Mestre y cruzaba el viaducto que conducia a
Paola ya dormia cuando el se asomo a la habitacion, proyectando una franja de luz sobre sus piernas, i-c escribio una nota y busco donde dejarla. Al fin la puso encima del contestador, donde la luz que parpadeaba seguia reclamando atencion.
Mientras cruzaba la ciudad dormida, la imaginacion de Brunetti volvio a levantar el vuelo, pero ahora observaba a un hombre con traje oscuro y abrigo gris que iba andando de San Polo al puente de Accademia. Lo vio cruzar por delante del museo y meterse por las estrechas calles de Dorsoduro. Al extremo del pasaje que discurre junto a la iglesia de San Gregorio, cruzo el puente hacia la ancha
Oyo la vibracion del motor del
Veinte minutos despues, llego otro barco, pero Moro tampoco venia en el. Brunetti ya pensaba que Moro podia haber decidido ir a casa de su madre en Mogliano cuando oyo pasos que se acercaban por la izquierda. Moro salio de una estrecha calle situada al fondo del pequeno
El doctor venia con las manos en los bolsillos de la americana y la cabeza baja, como si tuviera que pisar con precaucion. Cuando estuvo a pocos metros de Brunetti, introdujo primero la mano izquierda y luego la derecha en los bolsillos del pantalon. Al segundo intento, saco un manojo de llaves y las miro como si no supiera muy bien lo que eran ni lo que tenia que hacer con ellas.
Entonces levanto la cabeza y vio a Brunetti. Su expresion no cambio, pero el comisario estaba seguro de que lo habia reconocido.
Brunetti empezo a andar hacia el otro hombre y empezo a hablar antes de darse cuenta de lo que hacia, sorprendido por la fuerza de su propia colera.
– ?Piensa dejar que maten tambien a su esposa y a su hija?
Moro dio un paso atras, y las llaves se le cayeron de la mano. Levanto un brazo a la altura de la cara, como si las palabras de Brunetti fueran un acido del que tuviera que protegerse los ojos. Pero entonces, con una rapidez que asombro a Brunetti, Moro se acerco a el y lo agarro por el cuello del abrigo. Calculo mal la distancia y le clavo las unas de los indices en la nuca.
El medico lo atrajo hacia si con un tiron tan violento que le hizo avanzar medio paso. Brunetti abrio los brazos tratando de mantener el equilibrio, pero fue la fuerza de las manos del otro lo que le impidio caer.
Moro se le acerco, zarandeandolo como un perro a una rata.
– No se meta en esto -siseo, salpicandole la cara de saliva-. No han sido ellos. ?Que sabe usted?
Brunetti dejo que Moro lo sostuviera un momento, hasta que recupero el equilibrio y, cuando el medico lo empujaba hacia afuera, asiendolo todavia con fuerza, dio un paso atras y, alzando las manos, se desasio. Instintivamente, se palpo la nuca, donde noto un aranazo que empezaba a doler.
Se inclino hacia adelante, acercando peligrosamente la cara a la del medico:
– Las encontraran. Han encontrado a su madre. ?Quiere que las maten a todas?
El medico volvio a levantar la mano, rechazando las palabras de Brunetti. Como un automata, levanto la otra mano: era un ciego, un hombre acosado que busca refugio. Dio media vuelta y, tambaleandose, con las rodillas rigidas, fue hacia la puerta de su casa. Apoyado en la pared como si no pudiera tenerse en pie, Moro empezo a palparse el pantalon, en busca de las llaves que estaban en el suelo. Metio las manos en los bolsillos y los volvio del reves, esparciendo alrededor monedas y papeles. Cuando hubo registrado todos los bolsillos, hundio la barbilla en el pecho y empezo a sollozar.
Brunetti se agacho y recogio las llaves. Fue hasta el medico y le tomo la mano derecha que le colgaba inerte al lado del cuerpo, le puso la palma hacia arriba, deposito en ella las llaves y le hizo cerrar los dedos.
Lentamente, como un artritico, Moro se separo de la pared y metio en la cerradura primero una llave, luego