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La informacion de que, a discrecion del comandante, podian hacerse excepciones a las reglas de la escuela, no revelo a Brunetti nada que no sospechara ya: dondequiera que se congregaran los hijos de los ricos y poderosos, las reglas se acomodaban al capricho de los padres. Lo que no sabia era el grado de subordinacion del comandante. Tampoco tenia una idea clara, y asi lo reconocia, de que relacion podia tener eso con la muerte de Ernesto.
Brunetti renuncio a seguir especulando y volvio a marcar el numero del telefono de la
Tomo el
– Suba,
Mientras subia la escalera, Brunetti observo que a un lado se habia montado un sistema que permitia subir y bajar una silla de ruedas. La explicacion aguardaba en la puerta del primer piso: una joven en una silla de ruedas con un enorme gato gris en el regazo. Cuando el llego al rellano, la joven le sonrio y, apartando ligeramente el gato hacia un lado, le tendio la mano derecha.
– Beatrice della Vedova -dijo-. Encantada de conocerle.
El dio su nombre y rango y ella puso las manos en las ruedas de la silla, la hizo girar en limpio semicirculo y se dio impulso hacia el interior del apartamento. Brunetti cerro la puerta y la siguio.
La mujer lo condujo a una sala de estar en el centro de la cual habia una mesa de dibujo, cuyo tablero habia sido bajado casi un metro, hasta situarlo a la altura de la silla de ruedas. La mesa estaba cubierta de dibujos a la acuarela, de puentes y canales, en los vivos colores que solian preferir los turistas. En contraste, las tres vistas de fachadas de iglesia -San Zacearia, San Martino y San Giovanni in Bragora- que colgaban de la pared del fondo mostraban una meticulosa atencion al detalle arquitectonico que no se apreciaba en los dibujos de la mesa. Sus tonos suaves transmitian la calida incandescencia de la piedra y recogian el juego de la luz en el canal situado frente a San Martino y en las fachadas de las otras iglesias.
Ella giro rapidamente y le vio mirar los dibujos de la pared.
– Eso es lo que hago -dijo y, senalando con un vago ademan las acuarelas del tablero, agrego-: Y esto, lo que vendo. -Inclinandose hacia el gato, le susurro al oido-: Tenemos que procurar que no te falte Whiskas, ?eh, gordito?
El gato se levanto lentamente de su regazo y salto al suelo con un golpe sordo que debio de repercutir en el vestibulo. Con la cola enhiesta, el animal salio de la habitacion. La mujer sonrio a Brunetti.
– Nunca se si lo ofenden mis alusiones a su peso o si le mortifica sentirse responsable de esos dibujos. - Dejando el comentario en el aire, anadio con una sonrisa-: Cualquiera de las dos interpretaciones estaria justificada, ?no cree?
Brunetti sonrio a su vez y ella le pidio que se sentara. El asi lo hizo y la mujer maniobro con la silla para situarse de cara a el. Debia de tener menos de treinta anos, pero las mechas grises de su pelo la avejentaban, lo mismo que las lineas verticales del entrecejo. Tenia los ojos ambar claro, la nariz un poco grande y una boca suave y relajada que desentonaba de una cara que a Brunetti le parecia marcada por una historia de sufrimiento.
– ?Ha dicho que deseaba informacion sobre la
– Si; me gustaria hablar con ella. La he llamado varias veces, pero no contesta. La ultima vez que hable con ella, no me…
– ?Cuando fue eso?
– Hace varios dias. No me dijo que pensara salir de la ciudad.
– Por supuesto que no. Me refiero a que no lo diria.
Brunetti tomo nota de la observacion.
– No me dio la impresion de que… -Se interrumpio, buscando las palabras-. No me dio la impresion de que tuviera a donde ir.
La
– ?Por que lo dice?
– No lo se. Pero me parecio que la ciudad era su medio natural y que no tenia interes en ir a ningun otro sitio. Ni deseo.
Al advertir que Brunetti no tenia mas que decir, ella respondio:
– Y no tenia. A donde ir, me refiero.
– ?Usted la conoce bien?
– En realidad, no. Aun no hace dos anos que vive aqui.
– ?Desde el accidente? -pregunto Brunetti.
Ella miro a Brunetti y de su cara desaparecio la afabilidad.
– Esto fue un accidente -dijo senalandose el regazo con los dedos extendidos de la mano derecha para indicar sus piernas inutiles-. Lo de Federica, no.
Brunetti, ahogando toda reaccion, pregunto serenamente:
– ?Tan segura esta?
– Claro que no -dijo ella, sosegandose-. Yo no estaba alli y no pude ver lo que ocurrio. Pero Federica, las dos veces que me ha hablado de aquello, ha dicho: «Cuando me dispararon…» Una persona que ha tenido un accidente no habla asi.
Brunetti no dudaba de que esta mujer sabria bien como habla una persona que ha tenido un accidente.
– ?Dos veces lo ha dicho?
– Que yo recuerde. Pero de pasada, a modo de descripcion, no de queja. Tampoco le he preguntado que paso, no me gusta ser indiscreta. Bastantes indiscreciones he tenido que soportar yo. Supuse que ya me lo contaria, cuando quisiera.
– ?Y no se lo ha contado?
Ella movio la cabeza negativamente.
– No; solo esas dos alusiones.
– ?Se ven a menudo?
– Una vez a la semana o cosa asi. Entra y tomamos un cafe o baja a charlar un rato.
– ?La conocia antes de que se mudara a este apartamento?
– No; conocia a su marido, desde luego. Pero como lo conoce todo el mundo. Por el informe, quiero decir. - Brunetti asintio-. La conoci a causa de
–
– El gato. Lo encontro un dia delante de la puerta de la calle y, cuando abrio, el se colo. Al ver que se paraba en mi puerta, llamo para preguntarme si era mio. A veces, el animal sale y se queda en la calle hasta que alguien abre la puerta o llama al timbre para que yo abra. Me refiero a los que saben que es mio. -Su cara se animo con una sonrisa-. Y yo se lo agradezco, porque no es facil para mi bajar a buscarlo. -Lo dijo con naturalidad, y Brunetti no advirtio en su tono ni una muda invitacion a un extrano a hacer preguntas ni una inconsciente peticion de compasion.
– ?Cuando la vio por ultima vez?
Ella tuvo que pensarlo.
– Anteayer, aunque en realidad no la vi, solo la oi en la escalera. Era ella, estoy segura. Yo habia leido lo de