prueba de valor.

– Para empezar, Sierra Leona y Estados Unidos -respondio ella-. Pero eso no quita para que no me alegre de que lo hicieras.

Brunetti estuvo un rato sin decir nada, y al fin pregunto:

– ?Crees que eso indica lo mucho que los detesto?

– ?Que detestas a quien?

– A los chicos esos, con sus familias ricas e influyentes y su prepotencia.

– ?Familias como la mia, quieres decir?

En los primeros anos de su relacion, antes de comprender que la tremenda sinceridad de Paola casi siempre estaba limpia de toda agresividad, Brunetti se hubiera asombrado de la pregunta. Ahora se limito a responder:

– Si.

Ella entrelazo los dedos y apoyo la barbilla en los nudillos.

– Creo que eso solo lo veria alguien que te conociera muy bien. O alguien que prestara mucha atencion a!o que dices.

– ?Como tu? -sonrio el.

– Si.

– ?Por que crees tu que se me atragantan con tanta facilidad?

Ella reflexiono. No era que no lo hubiera pensado antes, pero el nunca le habia hecho una pregunta tan directa.

– Me parece que, en parte, es por tu sentido de la justicia.

– ?No por envidia? -pregunto el, para asegurarse el elogio.

– No; por lo menos, envidia en el sentido mas simple.

El se apoyo en el respaldo del sofa, enlazo los dedos en la nuca y se arrellano, buscando una postura comoda. Cuando ella vio que la habia encontrado prosiguio:

– Creo que, en cierta medida, es resentimiento, no porque unos tengan mas que otros sino porque se niegan a admitir que su dinero no!os hace superiores ni les da derecho a obrar a su antojo. -Y, en vista de que el no cuestionaba esto, agrego-: Y porque se niegan a considerar siquiera la posibilidad de que su mayor fortuna no es algo que ellos se hayan ganado ni merecido. -Le sonrio y termino-: Por lo menos, a mi me parece que por eso los detestas.

– ?Y tu? ?Los detestas tu?

Ella se echo a reir:

– Tengo en mi familia a muchos de ellos como para poder detestarlos. -El se rio a su ve/, y Paola agrego-: Los detestaba cuando era joven y mas idealista que ahora. Hasta que comprendi que no iban a cambiar, y para entonces a algunos ya los queria mucho, y como tampoco esto tenia remedio, tuve que aceptarlos tal como son.

– ?El amor por encima de la verdad? -pregunto el, buscando la ironia.

– El amor por encima de todo, Guido, mal que nos pese -dijo ella muy seria.

A la manana siguiente, camino de la questura, Brunetti descubrio que, en todo aquello, se le habia pasado por alto una anomalia por lo menos: ?por que estaba interno en la escuela el muchacho? Habia estado tan atento al reglamento y normas de conducta de la academia que, al examinar la habitacion de Ernesto, se le habia escapado lo mas obvio: en una cultura que instaba a los jovenes a permanecer en casa de los padres hasta que se casaban, ?por que este muchacho vivia en la escuela, si el padre y la madre residian en la ciudad?

En la puerta de la questura, Brunetti casi choco con la signortna Elettra, que salia.

– ?Alguna gestion urgente? -pregunto el.

Ella miro el reloj.

– ?Necesita algo, comisario? -pregunto la joven a su vez, sin responder, aunque el no se dio cuenta.

– Si; me gustaria que llamara por telefono.

Ella volvio a entrar.

– ?A quien?

– A la Academia San Martino.

Sin disimular la curiosidad de su voz, ella pregunto:

– ?Que quiere que les diga? -Empezo a caminar hacia la escalera que subia a su despacho.

– Me gustaria saber si es obligatorio que los chicos duerman en la escuela o se les permite pasar la noche en casa, si los padres residen en la ciudad. Tener una idea de lo flexibles que son las reglas. Podria decirles que quiere informarse para un hijo suyo que esta a punto de terminar la secundaria y siempre ha querido ser soldado y que, siendo veneciana, le gustaria darle la oportunidad de ingresar en la San Martino por su excelente reputacion.

– ?Y tengo que hablar con una voz vibrante de orgullo patrio?

– Completamente enardecida.

Fue una actuacion impecable. Aunque la signorina Elettra hablaba un italiano puro y elegante, ademas de un dialecto veneciano de solera, al hablar por telefono, consiguio mezclar uno y otro en la justa proporcion para conseguir el acento de la persona a la que queria representar: una veneciana casada con un banquero romano que habia sido trasladado al Norte para que dirigiera la sucursal en Venecia de un banco que ella omitio mencionar por descuido. Despues de hacer esperar a la secretaria de la academia mientras buscaba el lapiz o el boligrafo y de pedir perdon por no tenerlos al lado del telefono como le recomendaba su marido, la signorina Elettra empezo a informarse, preguntando la fecha de comienzo del curso siguiente, la politica de la academia sobre admisiones a medio curso y la direccion a!a que enviar las cartas de recomendacion y los certificados de estudios. Cuando la secretaria se ofrecio para entrar en pormenores sobre el importe de la matricula y e! coste de los uniformes, la esposa del banquero desestimo el ofrecimiento alegando que de esas cosas se encargaba su apoderado.

Brunetti escuchaba por la extension, asombrado por el verismo con que la signorina Elettra representaba el papel, y hasta le parecia verla regresar a su casa aquella tarde, despues de un agotador dia de compras, y comprobar si la cocinera habia encontrado autentico basilico genovese para el pesto. Cuando la secretaria decia que confiaba en que el joven Filiberto y sus padres encontraran la escuela de su completo agrado, la signorina Elettra dijo, con un leve jadeo, como si acabara de recordar algo importante:

– Ah, si, una ultima pregunta. No habra inconveniente en que mi hijo duerma en casa, supongo.

– Lo lamento, signara -respondio la secretaria-. La norma es que los alumnos esten en la escuela en regimen de internado. Esta incluido en la matricula. ?Donde viviria su hijo, si no?

– En el palazzo, naturalmente, con nosotros. No va a vivir con todos esos otros chicos. No tiene mas que dieciseis anos. -La esposa del banquero no se hubiera mostrado mas horrorizada si la secretaria le hubiera pedido toda la sangre de sus venas-. Pagaremos la matricula completa, desde luego, pero es inconcebible que un muchacho tan joven tenga que separarse de su madre.

– Ah-dijo la secretaria al oir la primera parte de la respuesta de la signorina Elettra y desentendiendose de la segunda-. En algunos casos, con autorizacion del comandante, pueden hacerse excepciones, si bien los alumnos tienen la primera clase a las ocho.

– Para algo tenemos la lancha -fue el disparo inicial de la ultima andanada de la signorina Elettra, que termino la conversacion con la promesa de enviar los papeles firmados y la correspondiente transferencia antes del fin de semana, seguida de una cortes despedida.

Brunetti sintio una insolita compasion hacia el vicequestore Patta: el pobre estaba aviado.

– ?Filiberto? -pregunto.

– El nombre lo eligio su padre -replico la signorina Elettra.

– ?Y cual hubiera elegido usted? ?Eustasio?

– No, senor: Eriprando.

Вы читаете Justicia Uniforme
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату