Vianello.

Ella miro al comisario y luego al periodico.

– Y esto: «Venecia, condenada».

– ?Como? -pregunto Brunetti con extraneza, sin adivinar a que se referia el titular.

– Vera, si sube la temperatura, los casquetes polares se fundiran, el nivel del mar subira, y adios Venecia. - Parecia muy tranquila ante la perspectiva.

– Y adios Bangladesh, podriamos anadir -dijo Brunetti.

– Desde luego. Me gustaria sabe si el presidente electo ha pensado en las consecuencias.

– No creo que pensar en consecuencias este dentro de sus aptitudes -observo Brunetti, que rehuia las discusiones politicas con los companeros de trabajo, aunque no estaba seguro de si debia incluir en la veda la politica exterior.

– Probablemente, no. Ademas, todos los refugiados acabaran aqui, no alli.

– ?Que refugiados? -pregunto Brunetti, que se habia perdido.

– Los de Bangladesh. Si se les inunda el pais y se les queda para siempre bajo el agua, la gente no se quedara alli quieta, conformandose con ahogarse para no molestar a los demas. A algun sitio tendran que emigrar y, como no es probable que les dejen ir hacia el Este, todos acabaran aqui.

– ?No es un tanto fantastica su nocion de la geografia, signorina?

– No me refiero a ellos: los de Bangladesh no vendran aqui, pero las gentes a las que ellos desplacen iran hacia el Oeste, y los que desplacen estos vendran aqui, o vendran los que hayan sido desplazados por estos otros. -Lo miro, sorprendida de encontrarlo tan obtuso-. Usted lee historia, ?verdad, comisario? -Al ver que el movia la cabeza afirmativamente, concluyo-: Pues ya debe de saber que eso es lo que ocurre.

– Quiza -dijo Brunetti con audible escepticismo.

– Ya lo veremos -dijo ella en voz baja, doblando el periodico-. ?Que desea, comisario?

– Esta manana he hablado con el vicequestore y no me ha parecido muy decidido a depositar su plena confianza en la opinion del teniente Scarpa de que el joven Moro se suicidara.

– ?Teme un Informe Moro sobre la policia? -pregunto ella, captando al momento lo que quiza e! mismo Patta se resistia a admitir.

– Parece probable. De todos modos, antes de cerrar el caso, quiere que descartemos cualquier otra posibilidad.

– Que es solo una, ?no?

– Si.

– ?Usted que piensa? -Ella aparto el periodico a un lado de la mesa y se inclino ligeramente hacia adelante, delatando con el movimiento de su cuerpo la curiosidad que habia conseguido eliminar de su voz.

– No puedo creer que se suicidara.

– No es normal que un chico tan joven deje a su familia -convino ella.

– Cuando los jovenes deciden hacer algo no siempre piensan en los sentimientos de sus padres -adujo Brunetti, sin saber muy bien por que; quiza para probar los argumentos que sabia iban a esgrimirse contra su opinion.

– Ya lo se. Aunque esta la hermana pequena. Tendria que haber pensado en ella. Pero quiza tenga usted razon.

– ?Cuantos anos tendra? -pregunto Brunetti, intrigado por aquella criatura misteriosa por la que tan poco interes demostraban sus padres.

– Se hablaba de ella en uno de los articulos que se publicaron sobre la familia, o quiza algun conocido me haya comentado algo. Ahora todo el mundo habla de ellos -respondio la signorina Elettr, que cerro los ojos, tratando de recordar. Ladeo la cabeza, y el la imagino repasando los bancos de datos de su memoria. Al fin ella dijo-: Debe de ser algo que lei, no recuerdo haberselo oido decir a nadie.

– ?Lo guarda todo?

– Si, senor.

– Los recortes de periodico y los articulos de las revistas estan todos en la carpeta, la misma que contiene los articulos que tratan del informe del dottor Moro. -Antes de que el pudiera pedirselos, ella dijo-: No, senor; yo los repasare. Tal vez recuerde que articulo es cuando lo vea o cuando empiece a leerlo. -.Miro el reloj-. Deme quince minutos y se lo subire.

– Muchas gracias, signorina -dijo el, y subio a su despacho a esperarla. Marco el numero de la signora Moro, pero no obtuvo respuesta. ?Por que la mujer no habia mencionado a la nina y por que en ninguna de las dos casas habia senales de ella? Empezo una lista de las averiguaciones que queria que hiciera la signorina Elettra y aun no la habia terminado cuando entro ella, con la carpeta en la mano.

– Valentina, nueve anos.

– ?Dice si vive con el padre o con la madre?

– No, senor. Se la mencionaba en un articulo de hace seis anos, que decia que Moro tenia un hijo de doce anos, Ernesto, y una hija de tres, Valentina. Y ultimamente hablaba de ella el articulo de La Nuova.

– No vi senal alguna de ella en casa del padre ni en la de la madre.

– ?Usted dijo algo?

– ?De la nina?

– No exactamente; algo que diera a la madre la oportunidad de mencionarla.

Brunetti trato de recordar su conversacion con la signora Moro.

– Me parece que no.

– Entonces es natural que no la mencionara, ?verdad?

Durante casi dos decadas, Brunetti habia tenido en su casa primero a uno y despues a dos hijos, y no recordaba n? un solo instante en el que no hubiera en ella prueba palpable de su existencia: juguetes, ropa, zapatos, bufandas, libros, papeles y discmen, esparcidos por toda la casa en caotica profusion. Ordenes, suplicas y amenazas resultaban vanos ante lo que sin duda era el imperativo biologico de los cachorros de la especie humana de revolver el nido. Un hombre de espiritu menos generoso lo consideraria una plaga: Brunetti lo veia como uno de los medios de que se servia la Naturaleza para hacer que los padres ejercitaran la paciencia para el futuro, cuando el revoltijo pasara de lo fisico a lo emociona! y moral.

– Pero alguna senal hubiera tenido que ver -insistio el.

– Quiza la enviaran a casa de algun pariente -apunto la signorina Elettra.

– Quiza -asintio Brunetti, pero no estaba convencido. Cuando sus hijos iban a casa de los abuelos o de otros parientes, siempre quedaba un rastro de su reciente presencia. De pronto, tuvo una vision de lo que habria tenido que suponer para los Moro tratar de borrar de cada casa hasta la ultima prueba de la existencia de Ernesto, y penso en el peligro que aun subsistiria durante mucho tiempo: un calcetin solitario, olvidado en el fondo de un armario, podia volver a partir el corazon de una madre, un compact de las Spice Girls que aparecia en el estuche de las sonatas para flauta de Vivaldi devastaria la paz de espiritu. Tendrian que pa'.r meses, quiza anos, para que la casa dejara de ser un campo minado, para que pudieras abrir un armario o un cajon sin miedo.

Interrumpio su cavilacion la signorina Elettra, al inclinarse para dejar la carpeta en su mesa.

– Gracias -dijo el-. Hay varias cosas que me gustaria que tratara de averiguar. -Empezo a enumerarlas mientras deslizaba la lista sobre la mesa-: A que colegio va la nina. Si vive o ha vivido aqui con uno de ellos, tiene que estar inscrita en algun colegio. Luego, los abuelos: intente localizarlos. Luisa Moro, la prima, podria saberlo, pero no tengo la direccion. -Recordo a los amigos de Siena y le pidio que llamara a la policia de alli, para preguntar si la nina vivia con ellos. Ella recorria la lista con el dedo mientras el le hablaba-, Y la esposa, lo mismo: amigos, parientes, colegas.

La joven lo miro y dijo:

– No abandona, ?eh?

El echo la silla hacia atras, pero no se levanto.

– No me gusta esto, ni me gusta lo que me cuentan. Nadie dice la verdad y nadie dice por que.

– ?Que quiere decir?

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