la muerte de su hijo, y cuando la oi en ia escalera, fui a la puerta con intencion de abrir, pero, al darme cuenta de que no sabria que decirle, me quede quieta, escuchando sus pasos. Luego, al cabo de una hora, la oi bajar.

– ?Y desde entonces?

– Nada. -Antes de que el pudiera hablar, ella agrego-: Pero duermo en la parte de atras, y muy profundamente, por las pildoras que tomo, asi que puede haber entrado o salido sin que yo la oyera.

– ?No la ha llamado?

– No.

– ?Es normal que este dos dias fuera de casa?

La respuesta de la mujer fue inmediata:

– En absoluto. Esta en casa casi siempre, pero no la he oido ni en la escalera ni en el piso. -Y senalaba al techo al decirlo.

– ?Tiene idea de adonde puede haber ido?

– No, desde luego. No hablabamos de esas cosas. -Al ver que el la miraba desconcertado, trato de explicarse-: Quiero decir que no eramos como dos amigas sino dos mujeres solitarias que se hablaban de vez en cuando.

Tampoco esta frase, segun Brunetti, contenia un mensaje oculto: solo la verdad, dicha claramente.

– ?Y ella vivia sola?

– Que yo sepa, si.

– ?No la visitaba nadie?

– Nadie, que yo sepa.

– ?Nunca oyo a una criatura?

– ?Se refiere a su hijo?

– No; a su hija.

– ?Hija? -repitio ella con un gesto de sorpresa que por si solo respondio a la pregunta. Movio negativamente la cabeza.

– ?Nunca?

Otra vez ella denego con la cabeza, como si la idea de que una madre pudiera no hablar de uno de sus hijos fuera muy monstruosa para cualquier comentario.

– ?Y a su marido, lo mencionaba?

– Poco.

– ?Y como? Quiero decir como hablaba de el. ?Con resentimiento? ?Con amargura?

Ella medito antes de contestar.

– No; lo mencionaba en tono normal.

– ?Con afecto?

Ella le lanzo una mirada rapida, cargada de muda curiosidad y respondio:

– Yo no diria tanto. Hablaba de el con naturalidad.

– ?Podria ponerme un ejemplo? -pregunto Brunetti, buscando el matiz.

– Un dia, hablabamos del hospital… -Ella aqui se interrumpio, suspiro y prosiguio-: Hablabamos de los errores que cometen, y ella dijo que el informe de su marido habia puesto fin a todo eso, pero por poco tiempo.

Brunetti esperaba que la mujer diera mas detalles, pero ella parecia considerar que ya habia hablado bastante. Como no se le ocurrian mas preguntas, el comisario se levanto.

– Muchas gracias, signora -dijo inclinandose a estrecharle la mano.

Ella le sonrio y volvio la silla hacia la puerta. Brunetti llego antes y ya alargaba la mano hacia el picaporte cuando la oyo gritar:

– Espere.

Pensando que la mujer habria recordado algo que podia ser importante, Brunetti se volvio. En aquel momento, sintio una repentina presion en la pantorrilla izquierda y, al bajar la mirada, vio a Gastone que se restregaba contra ella, para congraciarse con aquel extrano que tenia el poder de abrir la puerta. Brunetti lo tomo en brazos, asombrado por el peso de aquella masa de animal. Sonriendo, lo puso en el regazo de la mujer, se despidio y salio del apartamento, asegurandose antes de cerrar la puerta de que no pillaba a Gastone.

Brunetti subio al apartamento de la signora Moro. Desde el momento en que oyo decir a la signora Deila Vedova que hacia dos dias que no oia a su vecina, el sabia que subiria. La cerradura era sencilla: al parecer, al dueno del apartamento no le preocupaba que sus inquilinos estuvieran bien protegidos contra los ladrones. Saco de la cartera una fina tarjeta de plastico. Hacia anos, Vianello se la habia quitado a un ladron al que el exito habia hecho imprudente. Vianello la habia utilizado mas de una vez, siempre en flagrante violacion de la ley y, con ocasion de su ascenso de sargento a inspector, la habia regalado a Brunetti, en senal de agradecimiento porque le constaba que su ascenso se debia principalmente a la insistencia y apoyo de Brunetti. En aquel momento, el comisario penso que tal vez Vianello queria alejar de si una ocasion de pecado. En cualquier caso, la tarjeta le habia sido muy util y habia llegado a apreciarla en todo su valor.

Ahora introdujo la tarjeta entre la puerta y el marco, a la altura de la cerradura y solo tuvo que hacer girar el picaporte para que la puerta se abriera. El habito de muchos anos le hizo pararse en el umbral a olfatear el aire buscando el olor de la muerte. Olia a polvo, a humo viejo de cigarrillo y un poco a un acido producto de limpieza, pero no a carne en descomposicion. Con una sensacion de alivio, Brunetti cerro la puerta y entro en la sala. La encontro exactamente tal como la habia dejado, con los muebles en la misma posicion y el libro en el brazo del sofa, abierto sin duda por la misma pagina.

La cocina estaba en orden, no habia platos sucios en el fregadero y, cuando abrio el frigorifico con la punta del zapato, no vio comida perecedera. Con un boligrafo que saco del bolsillo interior de la chaqueta, fue abriendo armarios, pero solo encontro un bote de cafe.

En el cuarto de bano, abrio el armario de las medicinas con un nudillo y vio aspirinas, un gorro de ducha, un frasco de champu sin abrir y un paquete de limas de esmeril. Las toallas del toallero estaban secas.

Solo quedaba el dormitorio, y Brunetti entro en el no sin escrupulos: le desagradaba este aspecto de su trabajo. En la mesita de noche, un fino rectangulo recortado en el polvo indicaba que alli faltaba una foto. Otras dos habian sido retiradas del tocador. Pero los cajones y el armado parecian estar llenos, y debajo de la cama habia dos maletas. Ya sin recato, abrio la cama por el lado mas cercano a la puerta y levanto la almohada. Debajo encontro, bien doblada, una camisa blanca de hombre. Brunetti la desdoblo y la sostuvo en alto. A Brunetti le hubiera estado a la medida, pero a la signora Moro le quedaria muy ancha de hombros y larga de mangas. A la altura del corazon, vio las iniciales «F. M.» bordadas en un hilo tan fino que tenia que ser seda.

Doblo la camisa, volvio a ponerla debajo de la almohada y aliso cuidadosamente la ropa de la cama.

Cruzo la sala de estar y salio del apartamento. Mientras bajaba la escalera, penso si la signora Della Vedova seguiria con el gato en el regazo, escuchando los pasos que llevaban la vida arriba y abajo por el otro lado de su puerta.

18

Aquella noche, cuando los chicos se acostaron y el y Paola estaban solos en la sala, ella, leyendo Persuasion por enesima vez y el, reflexionando sobre la admonicion de Anna Comnena de que «el que asume el papel de historiador debe olvidarse de la amistad y la enemistad», Brunetti se refirio a su visita al apartamento de la signora Moro, pero abordo la cuestion indirectamente.

– Paola -empezo, y ella lanzo por encima del libro una mirada ausente-, ?que harias si yo solicitara la separacion?

Los ojos de su mujer, que habian vuelto a la pagina, lo asaetearon de modo fulminante, y Anne Eliot quedo abandonada a sus propios problemas sentimentales.

– ?Si tu que?.

– Solicitara la separacion.

Con voz llana, ella pregunto:

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