– Antes de que vaya a la cocina a buscar el cuchillo del pan, ?puedes decirme si es una pregunta teorica?

– Completamente -respondio el, no sin cierta turbacion por el contento que le producia aquella amenaza de violencia-. ?Tu que harias?

Ella dejo el libro a su lado, cara abajo.

– ?Por que quieres saberlo?

– Te lo dire cuando contestes. ?Que harias?

Ella mantenia un gesto hermetico.

– Di, mujer -insto el.

– Si fuera una verdadera separacion, te echaria de casa y despues arrojaria a la calle todas tus cosas.

La sonrisa de Brunetti fue francamente beatifica.

– ?Todas?

– Todas. Hasta las que mas me gustan.

– ?Te pondrias una camisa mia para dormir?

– ?Estas loco?

– ?Y si fuera una separacion falsa?

– ?Falsa?

– Para fingir que estabamos separados pero sin estarlo, porque necesitaramos que la gente lo creyera.

– Te echaria de casa, pero me quedaria con las cosas que me gustan.

– ?Y la camisa? ?Te la pondrias para dormir?

Ella lo miro largamente.

– ?Quieres que te conteste en serio o con otra tonteria?

– Creo que en serio -confeso el.

– Pues si, me pondria tu camisa para dormir o dormiria con ella bajo la almohada, para tener conmigo por lo menos tu olor.

Brunetti creia en la solidez de su matrimonio con la misma firmeza que en la tabla periodica de los elementos, si no mas; no obstante, nunca estorbaba algun que otro refuerzo suplementario. Tambien estaba seguro de la solidez del matrimonio de los Moro, aunque no tenia ni idea de lo que esto significaba.

– La signara Moro no vive con su marido -empezo Brunetti, y Paola asintio, indicando que eso ya se lo habia dicho el-. Pero debajo de la almohada de la cama en la que duerme sola tiene una camisa de vestir de su marido.

Paola miro hacia la izquierda, donde aun se veia luz en alguna ventana del ultimo piso de la casa de enfrente.

– Ah -dijo despues de un rato.

– Si -dijo el-. «Ah», desde luego.

– ?Por que tienen que fingir que estan separados?

– Para que quienquiera que disparase contra ella no repita la intentona con mejor fortuna.

– Parece lo mas logico, si. -Ella se quedo pensativa un momento y pregunto-: ?Quien habra sido?

– Tal vez, si supiera eso, lo entenderia todo.

Instintivamente, sin pensar lo que decia, solo enunciando la verdad por la fuerza de la costumbre, ella respondio:

– Nunca lo sabemos todo.

– Por lo menos, sabria mas de lo que ahora se. Y es casi seguro que sabria quien mato al muchacho.

– Tu sigues en tus trece, ?verdad? -pregunto ella sin reproche.

– Si.

– Estoy segura de que haces bien.

– ?Tambien tu crees que fue asesinado?

– Lo he creido siempre.

– ?Por que?

– Porque me fio de tu instinto, y porque siempre lo has visto claro.

– ?Y si estuviera equivocado?

– Pues lo estariamos los dos -dijo ella. Tomo el libro, puso una senal de lectura y lo cerro-. Ya no puedo leer mas -agrego al dejarlo.

– Yo tampoco -dijo el, poniendo a Anna Comnena encima de la mesa.

Ella lo miraba desde el otro lado.

– ?Te importa si no me pongo una camisa tuya? -pregunto.

El se echo a reir y se fueron a la cama.

Lo primero que hizo Brunetti a la manana siguiente fue ir a ver a la signorina Elettra, a la que encontro en su despacho. Cubrian la mesa por lo menos seis ramos de flores, envueltos por separado en cucuruchos de papel de colores pastel. Como sabia que ella habia pasado a Biancat un pedido fijo para un suministro de flores cada lunes, Brunetti penso si se habria equivocado al creer que hoy era martes o habria inventado los sucesos de la vispera.

– ?Son de Biancat? -pregunto.

Ella rasgo dos de los envoltorios y empezo a poner girasoles enanos en un jarron verde.

– No, senor; de Rialto. -Dio un paso atras, contemplo el jarro y agrego tres girasoles.

– ?Entonces hoy es realmente martes?

Ella ?o miro con extraneza.

– Desde luego.

– ?No traen las flores los lunes?

Ella sonrio, levanto el jarron y lo puso en el lado opuesto del ordenador.

– En principio, si, senor; pero el vicequestore Patta ha empezado a armar jaleo acerca de los gastos de oficina y, como en Rialto las flores son mucho mas baratas, decidi traerlas de alli durante una temporada, hasta que le de por otra cosa.

– ?Las ha traido todas usted? -pregunto el, tratando de calcular si le habrian cabido en los brazos.

– No, senor; cuando vi que habia comprado tantas, pedi una lancha.

– ?Una lancha de la policia?

– Claro. Un taxi hubiera sido dificil de justificar -explico ella recortando el tallo de un clavel.

– Desde luego, con la politica de austeridad y demas -convino Brunetti.

– Exactamente.

Tres de los ramos acabaron juntos en un enorme jarron de ceramica y el ultimo, asters, en un esbelto bucaro de cristal que Brunetti no recordaba haber visto nunca. Cuando los tres ramos estuvieron situados a su gusto, y los papeles, bien doblados, en el cesto del papel para reciclar, ella dijo:

– ?Si, comisario?

– ?Ha encontrado algo acerca de la hija?

La signorina Elettra saco un bloc del cajon lateral de la mesa, lo abrio y empezo a leer:

– La sacaron del colegio hace dos anos y desde entonces no hay rastro de ella, por lo me:.,,», en documentos oficiales.

– ?Quien la saco?

– Al parecer, su padre.

– ?Por que razon?

– Los datos del colegio indican que su ultimo dia de clase fue el dieciseis de noviembre.

Ella lo miro. No era necesario que uno de los dos recordara al otro que a la signora Moro ?e habian disparado una semana antes.

– ?Y que mas? -pregunto el.

– Eso es todo. En el formulario que esta en el archivo figura que los padres decidieron enviarla a una escuela privada.

– ?Donde? -pregunto Brunetti.

– No es necesario hacerlo constar, me dijeron.

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