mas. Ello le hubiera evitado sorpresas y ahora sabria que informacion debia tratar de extraer de ella exactamente.

Nuevamente, ella cruzo los brazos y trato de mirarle a los ojos.

– Entonces, ?no leyo usted la noticia?

– No que yo recuerde. -Brunetti se preguntaba como pudo haber pasado por alto un caso como aquel. Debio de ser una sensacion para la prensa durante tres dias.

– Ocurrio cuando estaban en Cerdena, en la base naval -dijo ella, como si esto lo explicara todo-. El suegro de mi hermana consiguio tapar el caso.

– ?Quien es el suegro? -pregunto Brunetti.

– El ammiraglio Giambattista Ruffo -dijo ella. Brunetti reconocio inmediatamente el nombre del llamado «Almirante del Rey» porque no ocultaba sus fervorosos sentimientos monarquicos. Tenia la idea de que Ruffo era de origen genoves y el vago recuerdo de haber oido hablar de el durante decadas. Ruffo habia ascendido en la Marina por meritos propios y se habia reservado sus opiniones hasta ver confirmado su ascenso -lo que Brunetti creia que habia ocurrido hacia quince anos-, y entonces dejo de disimular o enmascarar su conviccion de que habia que restaurar la monarquia. Los esfuerzos del Ministerio de la Guerra por silenciar a Ruffo le habian dado una repentina fama, ya que el se nego a retractarse de sus declaraciones. Los periodicos serios -si es que puede decirse que estos existan en Italia- pronto se cansaron de la historia, que fue relegada a las revistas cuyas portadas dedican especial atencion a diversas partes de la anatomia femenina semana tras semana.

Habida cuenta de la fama del almirante, fue casi un milagro que el suicidio de su hijo no se convirtiera en un bombazo periodistico, pero Brunetti no recordaba haber leido nada al respecto.

– ?Como consiguio silenciar a la prensa? -pregunto Brunetti.

– En Cerdena, el estaba al mando de la base naval -empezo ella.

– ?Se refiere al almirante? -interrumpio Brunetti.

– Si; como todo ocurrio alli, fue posible mantener alejada a la prensa.

– ?Como se dio la noticia? -pregunto Brunetti, consciente de que, en tales circunstancias, cualquier cosa seria posible.

– Se dijo que habia muerto a consecuencia de un accidente, en el que tambien Luigina habia resultado gravemente herida.

– ?Y nada mas? -pregunto Brunetti, sorprendido de su propia ingenuidad por considerarlo insolito.

– Nada mas. La policia de la Marina llevo la investigacion y un medico de la Marina hizo la autopsia. La bala solo hirio a Luigina levemente, en un brazo. Pero al caer al suelo se dio un golpe en la cabeza, y eso le causo el dano.

– ?Por que me cuenta estas cosas? -pregunto Brunetti.

– Porque Giuliano no sabe que paso en realidad.

– ?Donde estaba el? -pregunto Brunetti-. Quiero decir, en el momento en que ocurrio aquello.

– En otra parte de la casa, con los abuelos.

– ?Y nadie se lo ha contado?

Ella movio la cabeza negativamente.

– Me parece que no. Por lo menos, hasta ahora.

– ?Por que dice «hasta ahora»? -pregunto el, percibiendo una leve perdida de firmeza en su tono.

Ella levanto la mano derecha y se froto la sien, justo en el nacimiento del pelo.

– No lo se. Cuando volvio a casa esta vez me hizo preguntas, y me parece que yo no supe reaccionar. En lugar de decirle lo mismo que le hemos dicho siempre, que fue un accidente, quise saber por que preguntaba. -Se interrumpio, mirando al suelo, sin dejar de palparse el pelo de la sien.

– ?Y…? -la animo Brunetti.

– Como no me contestaba, le dije que el ya sabia lo que habia ocurrido, que su padre habia muerto en un tragico accidente. -Volvio a callar.

– ?El la creyo?

La mujer se encogio de hombros, como una nina obstinada que se resiste a afrontar un hecho desagradable.

Brunetti esperaba, sin repetir la pregunta. Al fin, ella dijo mirandole a los ojos:

– No se si me creyo o no. -Se detuvo, buscando la manera de explicarlo, y prosiguio-. Cuando era mas pequeno, solia preguntar por aquello. Era como si le diera una calentura que iba aumentando hasta que el no podia resistir mas y tenia que volver a preguntarme, por muchas veces que yo le hubiera explicado lo sucedido. Luego se quedaba tranquilo un tiempo, hasta que volvia la obsesion, y empezaba otra vez a hablar de su padre y a hacer preguntas sobre el, o sobre su abuelo, y al fin no podia remediarlo y preguntaba por la muerte de su padre. -La mujer cerro los ojos y dejo caer los brazos-. Y yo volvia a contarle la vieja mentira. Hasta que yo misma me cansaba de oirla.

Ella echo a andar otra vez hacia el fondo de la casa. Brunetti, mientras la seguia, aventuro una ultima pregunta;

– ?Esta vez fue diferente?

La mujer siguio andando, pero el la vio encogerse de hombros bruscamente, rechazando la pregunta. Ella dio varios pasos mas y se paro delante de una puerta, pero no se volvio a mirarlo.

– Antes, cada vez que el preguntaba y yo le repetia lo sucedido, se quedaba tranquilo durante un tiempo;; pero ahora no. No me creyo. Ya no me cree. -Ella no explico por que tenia esa impresion y Brunetti no considero necesario preguntar: el muchacho seria una fuente mucho mas segura.

Ella abrio una puerta que daba a otro largo corredor, se paro en la segunda puerta de mano derecha y llamo. Casi inmediatamente, la puerta se abrio, y Giuliano Ruffo salio al pasillo. Al ver a su tia, sonrio, luego se volvio hacia Brunetti y lo reconocio. La sonrisa se borro de su cara, reaparecio, expectante, un momento y volvio a desvanecerse.

– Zia, ?que sucede? -pregunto a la mujer. Al ver que ella no contestaba, dijo a Brunetti-: Usted es el que vino a mi cuarto. -A la senal afirmativa de Brunetti, pregunto-: ?Que desea ahora?

– Lo mismo que la otra vez, hablar de Ernesto Moro.

– ?Que hay de el? -pregunto Giuliano llanamente.

Brunetti estimaba que el chico hubiera debido mostrar mas inquietud al ver que la policia lo habia seguido hasta su casa para hacerie preguntas sobre Ernesto Moro. De pronto, se le aparecio lo insolito de la situacion: ellos tres, de pie en aquel pasillo sin calefaccion, la mujer, callada, mientras Brunetti y el muchacho giraban uno en torno al otro, fintando con preguntas. Como si le leyera el pensamiento, ella dijo entonces senalando la habitacion que estaba a la espalda de su sobrino:

– ?Y si fueramos a hablar a donde no haga tanto frio?

Si hubiera sido una orden, no hubiera respondido el chico con mas rapidez. Volvio a entrar en la habitacion, dejando la puerta abierta para que ellos le siguieran. Al entrar, Brunetti penso en el orden casi antinatural de la habitacion de Giuliano en la academia, pero lo recordo porque aqui contemplaba la antitesis: prendas de vestir encima de la cama y del radiador; compactos, desnudos y vulnerables, fuera de sus estuches, sobre la mesa: botas y zapatos, tirados en el suelo. Lo sorprendente era que no oliera a tabaco, aunque vio un paquete de cigarrillos abierto en el escritorio y otro en la mesita de noche.

Giuliano quito la ropa de la butaca situada frente a la ventana y dijo a su tia que se sentara alli. Arrojo la ropa al pie de la cama, donde ya habia un pantalon vaquero. Con un movimiento de la cabeza, senalo a Brunetti la silla que estaba detras del escritorio y el se sento en un hueco que se hizo en la cama.

– Giuliano -empezo Brunetti-, no se lo que hayan podido decirte o hayas podido leer, ni me importa lo que hayas dicho tu. Yo no creo que Ernesto se suicidara; no me parece que fuera la clase de persona que pudiera hacer eso, ni que tuviera razones para matarse. -Hizo una pausa, esperando que el chico o la tia dijeran algo. Como ninguno de los dos hablaba, prosiguio-: Eso quiere decir que murio a causa de algun tipo de accidente o que alguien lo mato.

– ?Que quiere decir con accidente? -pregunto Giuliano.

– Una broma que acabara mal, que el estuviera gastando a otros o que otros le gastaran a el. Si fue eso, es posible que las personas involucradas sintieran panico e hicieran lo primero que se les ocurrio: simular un suicidio.

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