-Callo, con la esperanza de que el muchacho aprovechara la oportunidad para decir algo, pero Giuliano siguio callado-. O, si no -prosiguio Brunetti-, por razones que ignoro, lo mataron intencionadamente, o algo se torcio o se les fue de la mano. Y luego trataron de hacer que pareciera un suicidio.

– Pero los periodicos decian que habia sido un suicidio -interrumpio la tia.

– Eso no significa nada, zia -dijo el muchacho, para sorpresa de Brunetti.

En el silencio que siguio, el comisario dijo:

– Me temo que tenga razon su sobrino, signora.

El muchacho apoyo las manos en la cama y bajo la cabeza, como si contemplara el revoltijo de calzado que habia en el suelo. Brunetti observo como sus manos se cerraban en punos y luego volvian a abrirse. Giuliano levanto la cabeza, ladeo el cuerpo y agarro el paquete de cigarrillos que estaba en la mesa. Lo apretaba con la derecha como si fuera un talisman o una mano amiga, pero no hacia ademan de sacar un cigarrillo. Se paso el paquete a la mano izquierda y, por fin, saco un cigarrillo. Se puso de pie, lanzo el paquete a la cama y se acerco a Brunetti, que permanecia inmovil.

Giuliano tomo un encendedor de plastico del escritorio y fue hacia la puerta. Sin decir nada, salio de la habitacion cerrando la puerta.

– Le he pedido que no fume dentro de la casa -dijo su tia.

– ?No le gusta el olor? -pregunto Brunetti.

Ella saco del bolsillo de la chaqueta un arrugado paquete y se lo enseno:

– Al contrario. Pero el padre de Giuliano era un gran fumador, y mi hermana asocia el olor con el. Solo fumamos fuera de la casa, para que no se altere.

– ?Volvera? -pregunto Brunetti; no habia tratado de retener a Giuliano, y estaba convencido de no poder obligar al chico a revelar lo que no quisiera.

– No tiene otro sitio a donde ir -dijo la tia, no sin afecto.

Permanecieron en silencio hasta que Brunetti pregunto:

– ?Quien se ocupa de la granja?

– Me ocupo yo, con un hombre del pueblo.

– ?Cuantas vacas tienen?

– Diecisiete.

– ?Dan lo suficiente? -pregunto Brunetti. Sentia curiosidad por saber como podia mantenerse la familia, aunque reconocia que sus escasos conocimientos de ganaderia no le permitian deducir la prosperidad de una explotacion por el numero de reses.

– Tenemos un fideicomiso del abuelo de Giuliano -explico la mujer.

– ?Ya ha muerto?

– No.

– Entonces, ?como puede haber un fideicomiso?

– Lo establecio cuando murio su hijo. Para Giuliano.

– ?Y que estipula? -pregunto Brunetti. Como ella no respondia, agrego-: Si me permite la pregunta.

– No puedo impedirle que pregunte -dijo ella con cansancio.

Al cabo de un rato, se decidio a contestar:

– Giuliano recibe una cantidad cada cuatro meses. Cierta vacilacion que detecto en la voz de la mujer indujo a Brunetti a preguntar:

– ?Impone condiciones?

– El cobrara la pension mientras siga la carrera militar.

– ?Y si la deja?

– Cesaran los pagos.

– ?Entonces, los estudios en la academia…?

– Forman parte del plan.

– ?Y ahora? -pregunto el senalando con un ademan el caos de la habitacion, tan alejado del orden militar.

La mujer se encogio de hombros, gesto que a el ya empezaba a resultarle familiar en ella, y respondio:

– Mientras, oficialmente, siga con permiso, puede considerarse que… -dejo la frase sin terminar.

– ?Sigue? -aventuro Brunetti, y observo con satisfaccion que ella sonreia.

Se abrio la puerta y entro Giuliano, que traia olor a humo de cigarrillo. Volvio a acercarse a la cama, y Brunetti observo que sus zapatos dejaban marcas de barro en las baldosas. Se sento en la cama, con las manos apoyadas en el colchon, miro a Brunetti y dijo:

– No se que paso.

– ?Es la verdad o es lo que has decidido decir mientras estabas fuera? -pregunto Brunetti suavemente.

– Es la verdad.

– ?Tienes alguna idea de lo que paso? -pregunto Brunetti. El chico no dio senales ni de haberle oido, por lo que Brunetti imprimio en sus palabras un tono aun mas hipotetico-: ?O de lo que pudiera haber pasado?

Al cabo de mucho rato, con la cabeza aun baja y la mirada en los zapatos, el chico dijo:

– No puedo volver.

Brunetti no lo dudo ni un instante; nadie que le oyera podria dudarlo. Pero sentia curiosidad por las razones del chico:

– ?Por que?

– No puedo ser soldado.

– ?Por que, Giuliano?

– Porque no lo llevo dentro. No lo siento. Todo me parece estupido: las ordenes, la formacion y que todo el mundo tenga que hacer lo mismo al mismo tiempo. Es estupido.

Brunetti miro a la tia, pero ella tenia los ojos fijos en su sobrino, quieta y callada, ajena al comisario. Cuando el chico siguio hablando, Brunetti se voivio de nuevo hacia el.

– Yo no queria, pero el abuelo me dijo que eso era

lo que mi padre hubiera deseado que hiciera. -Miro a

Brunetti, que sostuvo su mirada pero guardo silencio.

– Eso no es cierto, Giuliano -intervino la tia-.

Tu padre siempre odio la vida militar.

– Entonces, ?por que se dedico a ella? -dijo Giuliano airadamente.

Tras unos instantes, como si hubiera estado calculando el efecto que habian de tener sus palabras, ella contesto:

– Por la misma razon que tu, Giuliano: para que el abuelo estuviera contento.

– El nunca esta contento -rezongo Giuliano, Se hizo el silencio. Brunetti se volvio hacia la ventana, pero lo unico que vio fue una gran extension de campos embarrados, salpicados de algun que otro tronco.

Fue la mujer quien a! fin rompio el silencio:

– Tu padre siempre quiso ser arquitecto, por lo menos, eso me decia tu madre. Pero su padre, tu abuelo, se empeno en que fuera soldado.

– Como todos los Ruffo -escupio Giuliano con franco desden.

– Si -dijo ella-; creo que eso fue en parte la causa de su depresion.

– Se suicido, ?verdad? -pregunto Giuliano, sorprendiendo a ambos.

Brunetti volvio la mirada a la mujer. Ella lo miro a su vez, luego miro a su sobrino y finalmente dijo:

– Si.

– ?Y antes trato de matar a mama?

Ella asintio.

– ?Por que no me lo dijisteis? -pregunto el muchacho con voz tensa y proxima al llanto.

Las lagrimas asomaron tambien a los ojos de la mujer y empezaron a resbalarle por las mejillas. Ella apreto los labios, incapaz de hablar, y agito la cabeza. Al fin levanto la mano derecha con la palma hacia su sobrino, como para pedirle que tuviera paciencia para aguardar hasta que las palabras volvieran a ella. Al cabo de unos segundos, dijo:

– Tenia miedo.

– ?De que? -pregunto el chico.

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