– Si, senor; como si tuviera que obedecerles sin hacer preguntas.
– Pero eso no explica por que no quieren hablar -objeto Vianello.
– Para eso suele haber una sola razon -dijo Brunetti.
Antes de que Vianello pudiera preguntar, Pucetti salto:
– Porque todos saben lo que sabe Ruffo, y no quieren que hablemos con el.
Una vez mas, Brunetti obsequio al joven con una sonrisa de aprobacion.
A las tres de la tarde, estaban en un coche sin distintivos, parado a cien metros de la direccion del cadete Ruffo indicada en la lista, una granja lechera de las afueras de Dolo, pequena poblacion situada a medio camino entre Venecia y Padua. La casa, de piedra, baja y larga, con un gran establo adosado, quedaba a cierta distancia de una carretera bordeada de alamos, de la que arrancaba un camino de grava que las ultimas lluvias habian dejado reducido a una estrecha cinta de barro que discurria entre parches de una hierba muerta salpicada de charcos ribeteados de lodo. No habia arboles, pero en los campos de alrededor varias cepas daban testimonio de una tala reciente. A Brunetti, entumecido de frio en el coche, se le hacia dificil imaginar una estacion diferente de esta, pero se preguntaba que protegeria al ganado del sol del verano. Entonces recordo que pocas vacas se veia pastar en los campos del nuevo Veneto: generalmente estaban en el establo, reducidas a simples engranajes en la rueda de la produccion de leche.
Hacia frio, y soplaba un fuerte viento del Norte. De vez en cuando, Vianello ponia el motor en marcha y daba la calefaccion a tope, y entonces el coche se calentaba de tal modo que tenian que bajar un cristal.
Al cabo de media hora, Vianello dijo:
– No tiene sentido quedarse aqui, esperando a que aparezca. ?Por que no nos acercamos y preguntamos si esta o no?
Pucetti, como correspondia a su situacion de inferioridad, tanto en la jerarquia como en la geoestrategia,
Hacia un rato que el comisario tenia ese mismo pensamiento, y basto la pregunta de Vianello para hacer que se decidiera.
– Tiene razon -dijo-. Vamos a ver si esta.
Vianello puso el motor en marcha y metio la primera. Despacio, el coche empezo a avanzar hacia la casa. Las ruedas patinaban en el barro y la grava, buscando apoyo. A medida que se acercaban, se hacian mas evidentes las senales de vida rural. Apoyado en la pared de un establo habia un neumatico abandonado, tan grande que solo podia ser de un tractor. A la izquierda de la puerta de la casa se alineaban varios pares de botas de goma diversas: las habia negras y marrones, altas y bajas. Por la esquina de la casa salieron dos perros grandes que corrieron hacia ellos en silencio, lo que los hacia mas temibles. Los animales se pararon a dos metros del coche, los dos, en el lado del copiloto, mirando fijamente a los hombres y ensenando los dientes con desconfianza, pero todavia sin ladrar.
Brunetti solo podia distinguir unas cuantas razas de las mas conocidas, y creyo ver en aquellos perros rasgos de pastor aleman, pero poco mas pudo identificar.
– ?Bien? -pregunto a Vianello.
En vista de que ninguno de sus acompanantes decia algo, Brunetti abrio la puerta del coche y puso un pie en el suelo, procurando elegir una zona de hierba seca. Los perros no hicieron nada. Entonces el saco el otro pie y salio del coche. Los perros seguian quietos. El acido olor de orines de vaca le hirio las fosas nasales y el observo que el liquido de los charcos que habia delante de la puerta de lo que parecia el establo era pardo y espumoso.
Brunetti oyo abrirse una puerta del coche y luego la otra, y noto a su lado a Pucetti. Al ver a dos hombres, uno al lado del otro, los perros retrocedieron un poco. Vianello dio la vuelta por delante del coche, y los perros siguieron retrocediendo, hasta la esquina de la casa. Vianello pateo en el suelo con el pie derecho, y los animales desaparecieron, sin haber proferido sonido alguno.
Los hombres fueron a la puerta, Brunetti empuno el enorme aro de hierro que servia de aldaba y golpeo con el la placa de metal clavada en ?a madera. Era agradable sentir en la mano el peso del hierro y oir su recia percusion. Al no recibir respuesta, volvio a llamar. Al cabo de un momento, oyeron en el interior una voz que gritaba algo que no entendieron.
Abrio la puerta una mujer baja, de cabello oscuro, con un deformado vestido de lana gris sobre el que llevaba una chaqueta de punto verde tejida a mano, pero una mano poco habil. Como era bastante mas baja que ellos, la mujer dio un paso atras y levanto la cabeza para mirarlos, entornando los ojos. Brunetti observo una extrana asimetria en su cara: el ojo izquierdo apuntaba hacia la sien en sentido ascendente mientras la comisura de los labios del mismo lado se doblaba hacia abajo. La mujer tenia un cutis suave y terso, de nina, aunque debia de tener mas de cuarenta y cinco anos.
– ?Si? -pregunto al fin.
– ?Vive aqui Giuliano Ruffo? -pregunto Brunetti.
Por el tiempo que tardo en descifrar sus palabras, la mujer podia haber hablado un idioma distinto. A Brunetti le parecio ver que vocalizaba el nombre de «Giuliano», como si esto pudiera ayudarla a responder a la pregunta.
–
Los tres hombres se quedaron en el zaguan, esperando el regreso de la mujer o la aparicion de otra persona mas capacitada para responder a sus preguntas. Al cabo de varios minutos, oyeron acercarse unos pasos procedentes del fondo de la casa. La mujer del jersey verde volvio y, detras de ella, venia otra mujer, mas joven, que llevaba una chaqueta tejida de la misma lana, pero con mas destreza. Tambien las facciones y los movimientos de la mujer denotaban un mayor refinamiento: unos ojos oscuros que rapidamente buscaron los de Brunetti, unos labios bien dibujados, preparados para hablar y un gesto alerta causaron en el comisario una impresion de inteligencia y lucidez.
.-?Si? -dijo la mujer. Tanto el tono como la expresion imprimieron en la pregunta un imperativo que exigia no solo una respuesta sino una explicacion.
– Soy el comisario Guido Brunetti,
– ?De que quiere hablar con el? -pregunto la segunda mujer.
– De la muerte de uno de sus companeros de estudios.
Durante esta conversacion, la primera mujer estaba a un lado de Brunetti, con la boca abierta, moviendo la cara hacia cada interlocutor, pero como si solo captara los sonidos. Brunetti, al verla de perfil, observo que la parte indemne de su cara tenia cierto parecido con la de la otra mujer. Podian ser hermanas, o quiza primas.
– No esta -dijo la mas joven.
Brunetti se impaciento.
– En tal caso, esta violando su permiso de la academia -dijo, pensando que podia ser verdad.
– Al diablo la academia -dijo la mujer asperamente.
– Mayor motivo para que hable con nosotros -repuso el.
– Ya le he dicho que no esta.
Con repentina irritacion, Brunetti dijo:
– No la creo. -De pronto, lo asalto la idea de lo que era la vida en el campo, la aburrida monotonia del trabajo, amenizada solo por la esperanza de que algun nuevo desastre afligiera al vecino-. Si lo prefiere, ahora nos vamos y volvemos con tres coches, sirenas y luces rojas, aparcamos en el patio y vamos casa por casa preguntando a los vecinos si saben donde esta.
– Ustedes no harian eso -respondio la mujer, mas verazmente de lo que imaginaba.
– Entonces permitame hablar con el -dijo Brunetti.
– Giuliano -dijo la primera mujer, sorprendiendolos a todos.
– No pasa nada, Luigina -dijo la mas joven poniendole una mano en el antebrazo-. Estos senores han venido a ver a Giuliano.
– Giuliano -repitio la otra, con la misma voz atona.
– Eso es,