– ?Hasta donde he de llegar?
– Hasta donde puedas,
– ?Y tu pensaras pagarme como siempre, imagino? -pregunto Avisani riendo.
– ?No quieres comer los guisos de mi mujer? -pregunto Brunetti fingiendo indignacion y, antes de que Avisani pudiera responder, agrego-: No quiero causarte contratiempos.
El periodista volvio a reir.
– Guido, si me asustaran los contratiempos, no podria dedicarme a este oficio.
– Gracias, Beppe -dijo Brunetti, y el afecto que habia en la risa del otro al despedirse le dijo que su amistad seguia tan solida como siempre.
Bajo la escalera y, por mas que trato de resistirse a! canto de sirena del ordenador de la
A la manana siguiente, Brunetti llego a la
– Buenos dias, comisario. Esperaba que llegara temprano.
– ?Que tiene para mi? -pregunto Brunetti. Percibio vagamente un movimiento a su espalda, y vio su reflejo en la cara de Pucetti, de la que se borro la sonrisa.
– Estos formularios, comisario -dijo el joven, acercandose dos montones de papeles que estaban en la mesa contigua a la suya-. Creo que requieren su firma -dijo con voz neutra.
En el mismo tono, Brunetti dijo:
– Ahora he de bajar a hablar un momento con Bocchese. ?Podria subirmelos al despacho?
– Desde luego, senor -dijo Pucetti poniendo primero un fajo de papeles y luego el otro encima de la revista y alisando los bordes. Cuando los levanto de la mesa, la revista habia desaparecido.
Brunetti se volvio hacia la puerta y la encontro bloqueada por el teniente Scarpa.
– Buenos dias, teniente -dijo Brunetti con naturalidad-. ?Desea hablar conmigo?
– No, senor; queria hablar con Pucetti.
A Brunetti le ilumino la cara un gesto de sorpresa y agradecimiento.
– Ah, le agradezco que me lo haya recordado, teniente: tengo algo que preguntar a Pucetti. -Miro al joven-. Espereme en mi despacho, agente. -Sonriendo amistosamente al teniente anadio-: Ya sabe como le gusta a Bocchese empezar temprano -insinuando que esta particularidad era del dominio publico en la
En silencio, el teniente se hizo a un lado para dejar paso a su superior. Bruneiti espero junto a ?a puerta a que Pucetti se reuniera con el y entonces la cerro.
– En fin, creo que Bocchese podra esperar unos minutos -dijo Brunetti con resignacion. Cuando hubieron entrado en su despacho, cerro la puerta y, mientras se quitaba el abrigo y lo colgaba en el armario, dijo-: ?Que ha averiguado?
Pucetti, que conservaba los papeles debajo del brazo, dijo:
– Me parece que al chico Ruffo le pasa algo, senor. Ayer me acerque por alli y me quede cerca del bar que hay en la calle de la escuela. Cuando el chico entro, yo lo salude y le ofreci un cafe, pero me parecio que le ponia nervioso hablar conmigo.
– O que lo vieran hablar con usted -apunto Brunetti. Pucetti asintio y el comisario pregunto-: ?Por que dice que le pasa algo?
– Porque me parece que ha tenido una pelea. -Sin esperar a que Brunetti le preguntara, Pucetti prosiguio-: Tenia desolladuras en las dos manos y los nudillos de la derecha hinchados. Cuando vio que se las miraba, las escondio a la espalda.
– ?Que mas?
– Se movia de otra manera, comisario, como rigido.
– ?Que le dijo? -pregunto Brunetti sentandose detras de su mesa.
– Dijo que habia tenido tiempo de pensarlo y que, despues de todo, ahora le parece que quiza se suicidara - dijo Pucetti.
Brunetti puso los codos en la mesa y apoyo la barbilla en ambas manos. Guardo silencio, esperando que Pucetti le revelara no solo lo que le habian dicho sino tambien lo que el pensaba.
Frente al silencio de su superior, Pucetti aventuro:
– Pero el no lo cree, comisario. Por lo menos, esa es mi impresion.
– ?Por que?
– Parecia asustado, y por su forma de hablar, daba la impresion de estar repitiendo algo que habia aprendido de memoria. Cuando le pregunte por que pensaba que habia podido suicidarse, dijo que Moro se habia comportado de forma extrana durante las ultimas semanas. -Pucetti hizo una pausa y agrego-: Todo lo contrario de lo que me dijo la primera vez. Y parecia necesitar recibir de mi una senal de que le creia.
– ?Usted se la dio? -pregunto Brunetti.
– Desde luego, senor. Pense que, si necesitaba eso para sentirse seguro, valdria mas que lo tuviera.
– ?Por que, Pucetti?
– Porque asi se tranquilizara y, cuando este tranquilo, la proxima vez que hablemos con el se asustara todavia mas.
– ?Que hablemos con el aqui, quiere decir?
– Si, senor. Abajo y en compania de alguien grande.
Brunetti levanto la mirada y sonrio al joven.
La persona mas idonea para conducir el interrogatorio era Vianello, que habia perfeccionado el arte de disimular su innata bondad con una gama de expresiones que iban de la simple reprobacion a un furor escalofriante. Pero esta vez no tendria ocasion de emplear su repertorio con el cadete Ruffo, porque cuando, una hora despues, el inspector y Pucetti llegaron a la Academia San Martino, el cadete no estaba en su habitacion, ni los chicos de su planta sabian donde podian encontrarlo.
Fue el comandante quien les informo, cuando, finalmente, sus indagaciones los llevaron a su despacho, de que al cadete Ruffo se le habia concedido un permiso para visitar a su familia y no regresaria a la academia hasta al cabo de dos semanas por lo menos.
Cuando preguntaron el motivo del permiso, el comandante se limito a aludir vagamente a «asuntos familiares», como si esta respuesta tuviera que bastar para satisfacer su curiosidad.
Vianello sabia que la
Cuando los dos hombres regresaron a la
– ?Que impresion le causaron los cadetes en general?
– Me gustaria poder decir que estaban asustados, como lo estaba Ruffo la ultima vez que hable con el, pero no era asi. En realidad, parecian molestos porque yo les hiciera preguntas, casi como si no tuviera derecho a hablarles. -El agente se encogio de hombros, buscando la manera de explicarse-. Quiero decir que todos tienen siete u ocho anos menos que yo, pero me trataban como a un nino o alguien que tuviera que obedecerles. -El agente parecia desconcertado.
– ?Por ejemplo, un soldado raso? -pregunto Brunelti.
Pucetti no comprendia.
– ?Como dice, senor?
– ?Como si hablaran a un soldado raso? ?Asi le hablaban?
Pucetti asintio.