Sejer sacudio la cabeza y dejo el palo apoyado en la pared.

– Vete ya. Pero que sepas una cosa. Los seres humanos no podemos explicarlo todo con la razon. -Se puso a buscar algo en un cajon para indicar que la conversacion habia terminado-. Y vete comprando un par de botas altas -concluyo.

– ?Para que?

– Para el salto en paracaidas. Para evitar roturas de tobillo.

Skarre se puso palido y desaparecio.

Sejer tomo deprisa y corriendo unas notas sobre la reunion con la doctora Struel. Al acabar, abrio la guia telefonica por la S, sin perder de vista la puerta como si tuviera miedo de que lo pillaran in fraganti. Enseguida encontro el nombre. Estaba entre Strougal y Stryken. Struel, Sara. Medico.

Y debajo: Struel, Gerhard. Medico. El mismo numero de telefono. Suspiro profundamente y cerro la guia con un estruendo. Sara y Gerhard. Sonaba muy bien. Decepcionado como un nino, empujo la guia hacia un lado.

La tienda de comestibles de Briggen estaba tan llena de carteles y anuncios publicitarios que parecia una feria. Letreros de color naranja, rosa y amarillo chillon por todas partes. Albondigas caseras, higado de buey congelado…

Si no fuera por los carteles, la casa habria resultado bonita: pintada de rojo y con dos plantas. Skarre supuso que el propio Briggen vivia en la planta de arriba. Aparco el coche y entro. La tienda tenia dos cajas, y en una de ellas habia una chica sentada, leyendo una revista. Su cabeza redonda estaba aprisionada en una dura permanente. Levanto la mirada y descubrio el uniforme. La revista se le cayo al suelo.

Skarre era guapo. Guapo en todos los sentidos, con un rostro amable y una nube de rizos rubios en la cabeza. Y tenia esa rara capacidad de prestar la misma y sincera atencion a todo el mundo, tambien a aquellos que no le interesaban, como era el caso de esa chica. Ella llevaba gafas y le sobraban al menos diez kilos. Skarre la miro con una sonrisa deslumbrante.

– ?Esta por aqui tu jefe?

– ?Odd? Esta en el almacen desembalando congelados. Si pasas por donde la leche, alli al fondo, y sales por la puerta que hay junto a las verduras, lo encontraras.

Skarre se dirigio al fondo de la tienda. En ese instante, entraba Briggen con una caja de pescado congelado en los brazos.

– ?Policia? Vayamos al despacho. Sigame.

La cajera volvio a abrir la revista, pero ya no leia. Giro la cabeza hacia la izquierda y vio su propio reflejo en el plexiglas que protegia la caja. El pelo y la cara aparecian suaves y poco nitidos, y si se quitaba las gafas, se parecia un poco a una version de Shirley Temple en mayor. En su cabeza repaso todo lo que sabia sobre Halldis Horn, porque no descartaba que el policia tambien quisiera hablar con ella. Por eso se preparo a fondo. En dos o tres minutos estaria junto a la caja y, si aprendia algunas respuestas de memoria, podria dedicarse a admirarle y a fijarse en cada detalle. Que pena que no supiera nada realmente importante que el pudiera llevarse. Eso le habria proporcionado un lugar en la memoria de ese hombre. «Ah, si, la cajera rellenita de Briggen, la que me aporto esa informacion decisiva, gracias a la cual pudimos resolver el caso. ?Como se llamaba esa chica?»

Le daba pena tener un nombre tan desastroso. Volvio a echar un vistazo a la revista, a la foto de Claudia Schiffer. Desde el despacho le llegaban las voces, un murmullo secreto.

– ?Cuantos anos -dijo Jacob Skarre sacando su libreta de notas del bolsillo- lleva usted subiendo la compra a Halldis Horn?

Briggen se desabrocho la bata de nailon verde antes de contestar.

– Creo que pronto hara ocho anos. Hasta entonces, era Thorvald quien se ocupaba de comprar lo que necesitaban. Tambien a el lo conocia bien. Siempre han vivido aqui.

El tendero, que tendria entre cincuenta y sesenta anos, era grande y regordete, con un buen color de cara, ojos oscuros, mejillas sonrosadas, y el pelo espeso, muy corto, y con flequillo. Tenia la boca un poco torcida, los brazos y las piernas cortos, y las manos pequenas con dedos regordetes que entrelazaba constantemente. Un poco excitado tal vez, impaciente como un nino por contribuir a la solucion de ese terrible asunto. Tenia las unas muy mordidas, solo le quedaba un pequeno trozo junto a la cuticula.

– ?Que solia comprar? -quiso saber Skarre.

– Solo lo indispensable: leche, mantequilla, cafe, rollos de papel y huevos. No se permitia muchos lujos. No porque no pudiera, porque si podia. Segun ella misma, tenia bastante dinero. Supongo que ahora su hermana Helga Mai, que vive en Hammerfest, lo heredara todo.

– ?Ella le conto que tenia dinero ahorrado?

– Si que lo hizo. Estaba orgullosa de ello.

– ?Lo sabia mas gente?

– Supongo.

Skarre penso que cuando corre el rumor de que alguien tiene dinero, corre tan deprisa como una lagartija en arena caliente. El hecho de que ese dinero se encuentre en el banco hace que se esfume el deseo de meterle mano. Al final, el rumor pudo haber adquirido grandes dimensiones. ?Halldis tiene dinero, muchisimo dinero! Y tal vez lo tenga debajo del colchon o en un sitio parecido. ?No es ahi donde suelen tenerlo los viejos? Ella habia considerado poco arriesgado confesarselo al tendero, a quien conocia muy bien. Luego bastaria una sonrisa secreta, una pequena insinuacion y ya lo sabria todo el mundo. Tal vez cuando murio su marido y la gente se preguntaba por su situacion economica comentara a alguno de sus clientes: Ah, ?sabes? Halldis no es lo que se dice pobre. Muchos podrian haberlo oido. Al menos, Briggen se entero.

– ?Sabe usted? -prosiguio Briggen-, no tuvieron hijos. Por eso ahorraron mucho y, ademas, no les interesaba el lujo. Thorvald cuidaba de su tractor como de un nino. Se pasaba el dia engrasandolo y sacandole brillo. Dios sabe en que tenian pensado usar ese dinero. Bueno, si es que habia tanto como ella insinuaba.

Skarre anoto: comprobar la cuenta corriente de Halldis Horn.

– ?Y su hermana? ?La del norte de Noruega?

– Vive bien, tiene marido, hijos y nietos.

– De modo que si Halldis tenia dinero, seran ellos los que lo disfruten.

– Eso creo. Thorvald no tenia familia, solo un hermano que murio hace mucho tiempo. Parte del dinero procedia de la herencia que el dejo.

– Asi que usted solia subir a la granja una vez por semana. ?El mismo dia todas las semanas?

– No, ella llamaba y podia cambiarlo. Pero casi siempre eran los jueves.

– ?Cuando estuvo alli por ultima vez?

– El miercoles.

– ?Cuantas personas le ayudan en la tienda?

– Solo Johnna. La que esta en la caja.

– ?Nadie mas?

– Ahora no.

– ?Antes si?

– Hace mucho tiempo. Un joven. Se fue pronto.

– ?Conocio el a Halldis?

– Supongo que si. Iba conmigo alguna vez a entregar a domicilio, pero no parecia muy interesado -contesto Briggen, sin dejar de entrelazar los dedos

En su voz habia algo molesto y negativo al hablar de eso.

– Tendra que decirme su nombre.

Briggen daba la impresion de querer mantenerlo en secreto. Se retorcio en la silla y se puso a abrocharse la bata, a pesar del calor.

– Tommy. Tommy Rein.

– ?Era joven?

– Veintipocos. Pero jamas mostro interes por ninguno de nosotros ni por esta aldea.

– ?Sabe usted donde esta ahora?

– No.

– Usted dijo que ella siempre guardaba la cartera en la panera. ?Es asi?

– Asi es. Pero nunca habia mucho dinero alli. Bueno, no es que yo hurgara en ella, pero Halldis la abria para

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