de los labios, ademas de ponerse demasiado colorete en las mejillas.
El cafe era flojo y las pastas estaban secas, pero tanto Pia como Johan le elogiaron lo buenos que estaban.
– ?No hace dano eso? -pregunto Ingrid Hasselblad senalando la perla que Pia llevaba en la nariz.
– Ah, no, ni la siento -repuso Pia sonriente.
– Parece ser la moda de ahora. Es algo que nosotros los viejos no acabamos de entender. -Se retiro una miga de la falda-. Fui maniqui de joven. Pero de eso hace mucho tiempo, claro.
– Nos gustaria hacerle unas preguntas acerca de los Wallin -atajo Johan, pensando que ya estaba bien de chachara-. ?Podemos grabar al mismo tiempo?
– Ah, si, no hay ningun problema.
La anciana irguio la espalda y sonrio a la camara como si creyese que se trataba de tomar fotografias de estudio.
– Entonces, vamos a hacer como si la camara no existiera y estuviesemos usted y yo hablando solos -explico Johan.
– De acuerdo.
Ingrid Hasselblad seguia sin parpadear en la misma posicion de antes, con una sonrisa estereotipada en los labios pintados.
– Esta bien, si se vuelve hacia mi -le instruyo Johan-, ensayaremos un poco primero antes de poner en marcha la camara. Para ir entrando en situacion…
Hizo una senal a Pia para que empezara a grabar.
– ?Que ha visto en casa de los Wallin?
– Esta manana, cuando volvia de hacer la compra, al pasar por delante de su casa, vi como salian cuatro agentes de policia del trastero con unos cuadros.
– ?Que hicieron con esos cuadros?
– Los metieron en un furgon policial. Estaban cubiertos con telas, pero cuando iban a colocar uno de ellos, se cayo la tela y pude echar una ojeada a la pintura.
– ?Sabe de que obra se trataba?
– No estoy segura, pero diria que parecia un Zorn.
– ?Puede describir como era?
– Representaba a dos mujeres rellenitas, con la piel blanca como en todas las obras de Zorn. Habia hierba verde alrededor y estaban a la orilla de un lago o de un rio. Agua habia, eso desde luego.
– ?Habia observado con anterioridad algo raro en casa de la familia Wallin?
– El ha metido y sacado cuadros otras veces, pero no me sorprendio. Son duenos de una galeria, asi que no es tan extrano que guarden pinturas en casa.
– ?Ha visto alguna vez a Monika Wallin transportando cuadros?
– Noo… -Y luego anadio vacilante-: Creo que no, vaya.
– ?Puede contarnos alguna otra cosa?
Ingrid se sonrojo por debajo del colorete.
– Si, podria decirse que si.
A Johan se le aguzaron los sentidos.
– ?Que?
– Que esa tal Monika es infiel. Con Rolf Sanden, el vecino de al lado -aclaro, mientras con la cabeza senalaba hacia la pared-. Llevan varios anos liados y se veian durante el dia, cuando Egon estaba en la galeria.
– ?Puede describirnos a Rolf Sanden? ?Que clase de persona es?
– Es viudo desde hace bastantes anos. Su mujer era muy guapa y muy buena, pero, por desgracia, se mato en un accidente de trafico. Sus hijos se fueron de casa hace mucho tiempo.
– ?No trabaja de dia?
– Cobra la jubilacion anticipada. Trabajo en la construccion y se hizo polvo la espalda. Aunque todavia es joven, solo tiene cincuenta anos. El verano pasado los celebro con una gran fiesta. -Se inclino hacia delante y dijo bajando la voz-: Apuesta mucho en las carreras de caballos, y he oido que es un jugador empedernido.
Johan escuchaba atentamente. Aquello se ponia cada vez mas interesante.
– ?Y eso quien lo dice?
– La gente habla. Es publico y notorio que Rolf Sanden es un jugador impenitente. Todos lo saben.
Ingrid Hasselblad se revolvio molesta y se dirigio a Pia:
– ?Vamos a empezar pronto o no? Porque, escuchame, joven, seguro que necesito retocarme los labios.
Capitulo 36
Nada mas volver a la comisaria, despues de salir a comprarse un bocadillo para el almuerzo, Knutas oyo que Kihlgard y el grupo de la Policia Nacional ya habian llegado. La ruidosa risa de Martin Kihlgard era inconfundible. El parloteo y las sonoras carcajadas procedian de la sala de reuniones y sonaba como si estuvieran de fiesta. ?Siempre pasaba lo mismo! Tan pronto como aparecia Kihlgard, el ambiente en la Brigada de Homicidios se animaba considerablemente.
Nadie se fijo en Knutas cuando abrio la puerta. Kihlgard estaba de espaldas y, al parecer, acababa de contar una de sus innumerables historias, puesto que todos los que estaban alrededor de la mesa se partian de risa.
– Y entonces llego el y se lo zampo todo -continuo Kihlgard en un tono exaltado extendiendo los brazos-. ?No dejo ni una punetera miga!
Aquel final provoco otra salva de carcajadas que hicieron temblar las paredes. El comisario miro con frialdad en derredor y le dio a Kihlgard unos golpecitos discretos en el hombro. El gesto del otro al volverse expresaba alegria.
– Hola, Knutte, viejo amigo, ?que tal estas?
Knutas casi desaparecio por completo en el amplio abrazo de Kihlgard y le respondio con torpeza dandole unas palmaditas en la espalda.
– Bien. Y tu parece que estas estupendamente.
– Como suele decirse, lo que pierdo en el camino lo gano al vender en la ciudad. No me puedo quejar.
Kihlgard solto otra risotada y todos los presentes se rieron con el.
No solo los chistes de Kihlgard incitaban a la risa, toda su presencia era comica. Su pelo revuelto apuntaba en todas las direcciones, como si no supiera lo que era un peine. Tenia la cara ligeramente enrojecida y los ojos algo saltones. Ademas, normalmente llevaba sueteres de pico de colores chillones que le quedaban demasiado ajustados a su oronda barriga. Por otra parte, el que ademas gesticulara mucho con las manos al hablar y que se pasara practicamente todo el dia comiendo, acentuaba esa impresion de payaso. Era dificil determinar su edad; se le podia incluir perfectamente en una horquilla comprendida entre cuarenta y sesenta anos. Pero Knutas sabia que el de Estocolmo tenia tres anos mas que el, o sea, cincuenta y cinco.
Despues de saludar tambien a los companeros de la Policia Nacional que habian acompanado a Kihlgard, pudo comenzar la reunion. Cuando termino su exposicion de los hechos, Knutas miro expectante a sus colegas de Estocolmo.
– Y bien, ?que opinais?
– Hay muchos cabos sueltos de los que tirar, eso no se puede negar -empezo Kihlgard-. Lo de los robos es sin duda interesante. Y no se trataba de unos cuadros cualesquiera. Tampoco era precisamente un pequeno comerciante.
– Cabe preguntarse cuanto tiempo llevaba dedicandose a eso y actuando como receptador. Si es que solo hacia eso, claro -intervino Karin.
– Puede que llevara mucho tiempo en ello, aunque, en ese caso, creo que nosotros tambien deberiamos habernos enterado de algo -mascullo Knutas preocupado.
– ?No os parece raro que se atreviera a guardarlos en un trastero? -pregunto Wittberg-. Habria podido incendiarse, o cualquier otra cosa. Ademas, podian robarle a el tambien.