– Pero muy corto, ?eh? -protesto Dan-. Fuera hace un frio espantoso y, la verdad, tenia ganas de entrar y calentarme un poco
– Solo hasta que se duerma -se apresuro a tranquilizarlo Erica.
Aunque a disgusto, Dan volvio a ponerse los zapatos.
Ella cumplio su promesa. Diez minutos despues, ya estaban de nuevo en el vestibulo y Maja dormia fuera tranquilamente, bajo el protector impermeable del cochecito.
– ?Tienes alguna alarma por si se despierta? -pregunto Dan.
Erica meneo la cabeza.
– No, tendre que salir a echar un vistazo de vez en cuando.
– Si lo hubieras dicho, habria mirado en casa por si aun tenemos la nuestra guardada en algun sitio
– Bueno, ahora vienes mas a menudo -observo Erica-. Puedes traerla la proxima vez.
– Si, siento haber tardado tanto en visitaros -se excuso-. Pero se como son los primeros meses, asi que…
– No debes disculparte -lo interrumpio Erica-. Tienes toda la razon. Hasta ahora no he empezado a sentirme preparada para recibir a la gente.
Se sentaron en el sofa. Ella habia preparado cafe y dulces, y Dan se abalanzo de buena gana sobre los bollos calentitos, recien salidos del horno.
– Mmmm -exclamo-. ?Los has hecho tu? -pregunto.
No pudo evitar que su voz denotase cierta duda.
Erica lo miro enojada.
– Si asi fuera, tampoco tendrias por que mostrarte tan sorprendido. Pero no, no los hice yo; los hizo mi suegra cuando estuvo aqui de visita -se vio obligada a admitir.
– Ya me lo figuraba yo. Estos no estan lo bastante quemados como para ser tuyos -la provoco.
Ella no hallo respuesta mas terminante que un sucinto «?Bah!». Despues de todo, Dan tenia razon. La reposteria no era lo suyo.
Tras unos minutos de jovial conversacion en los que se pusieron al corriente de las ultimas novedades, Erica se levanto.
– Voy a ver como esta Maja.
Con mucho sigilo, entreabrio la puerta de la calle y miro en el interior del carro. «?Que raro! Maja debe de haberse escurrido hacia los pies.» Solto el protector para la lluvia haciendo el menor ruido posible y levanto la mantita. El panico se apodero de ella al instante. ?Maja no estaba en el cochecito!
A Martin le crujieron los huesos de la espalda al sentarse y estiro los brazos sobre la cabeza para redisponer las vertebras. Se sentia como un anciano. Habia pasado el fin de semana de mudanza, acarreando muebles y cajas de carton. De pronto, cayo en la cuenta de que unas horas de gimnasio no habrian sido una mala idea, pero, claro, a buenas horas. Por otro lado, Pia le habia confesado que le gustaba su cuerpo escualido y larguirucho, y no habia visto razon para cambiarlo. Sin embargo, ?joder, como le dolia la espalda!
En cualquier caso, debia admitir que les habia quedado muy bonito. Fue Pia quien decidio donde iria cada cosa y resulto mucho mejor de lo que el habia conseguido en cualquiera de sus pisos de soltero. No obstante, le habria gustado poder conservar mas de sus antiguas pertenencias. Solo habian quedado el equipo de musica, el televisor y una estanteria Billy que redimio la critica mirada de Pia. El resto acabo en la basura sin piedad. Lo mas triste fue tener que despedirse del viejo sofa de piel que tenia en la sala de estar. Cierto que no podia por menos de admitir que el sofa habia conocido tiempos mejores, pero los recuerdos… ?Que recuerdos!
Claro que, bien mirado, tal vez justo por eso Pia insistio con tanta resolucion en que aquel sofa debia desaparecer en la basura y ser sustituido por uno de IKEA, modelo Tomehlla. Tambien pudo conservar una mesa de cocina de pino macizo, pero ella no tardo en hacerse de un tapete con el que cubrio cada centimetro.
En fin, no eran mas que pequenos escollos en el engranaje. Hasta el momento, no hallaba nada negativo en la vida en pareja. Le encantaba llegar a casa y encontrarsela cada noche, acurrucarse en el sofa y ver algun programa lamentable de la tele con la cabeza de Pia en sus rodillas, acostarse en la nueva cama de matrimonio y dormirse con ella. Todo era tan maravilloso como el lo habia sonado. Sabia que el fin de sus alegres dias festivos de solteria tal vez debiera provocarle mas congoja, pero en realidad los anoraba tanto como una buena resaca. Y Pia…, bueno, era simplemente perfecta.
Martin se obligo a borrar de su rostro la ridicula sonrisa del enamorado y busco el numero de telefono de la familia Florin. Lo marco con la esperanza de que no le respondiese la vieja arpia que era la madre de Charlotte. Aquella mujer le recordaba a las caricaturas tipicas de las suegras.
Tuvo suerte porque fue Charlotte quien contesto. Al oir el timbre apagado de su voz, sintio un punto de compasion.
– Hola, soy Martin Molin, de la comisaria de Tanumshede.
– ?Cual es el motivo de la llamada? -pregunto ella con desconfianza.
Martin comprendia de sobra que las llamadas de la policia despertasen tantas dudas como esperanzas, asi que continuo sin dilacion:
– Vera, nos gustaria comprobar unos datos con usted. Nos han hecho saber que Sara sufrio las amenazas de un tipo el dia antes de su… -el policia se atasco antes de concluir la frase- muerte.
– ?Amenazas? -pregunto Charlotte con tal sorpresa que Martin casi podia imaginar su expresion-. ?Quien ha dicho tal cosa? Sara no nos conto nada al respecto.
– Su amiga Frida.
– ?Pero por que Frida no ha dicho nada sobre el tema hasta ahora?
– Sara la hizo prometer que no lo haria. Frida decia que era un secreto.
– Pero… ?quien?
Charlotte parecia despertar de su letargo y empezaba a formular las preguntas adecuadas.
– Frida no sabia quien era, aunque describio al sujeto como un hombre mayor con el cabello gris y vestido de negro. Y al parecer, llamaba a Sara «fruto del Diablo». ?Conocen a alguien que coincida con esa descripcion fisica?
– Desde luego que si -aseguro Charlotte muy serena-. Desde luego que si.
En los ultimos dias, el dolor se habia intensificado. Era como un animal hambriento que le despedazaba el estomago con sus garras.
Stig se puso de lado muy despacio. Ninguna postura le resultaba realmente comoda. Como quiera que se acostase, algo le dolia. Pero donde mas dolor sentia era en el corazon. Pensaba en Sara continuamente, en las largas conversaciones que habian mantenido acerca de miles de temas: la escuela, los amigos, sus reflexiones demasiado maduras sobre las cosas que sucedian a su alrededor… Stig estaba convencido de que los demas no tuvieron tiempo de descubrir ese lado de la pequena. Solo se centraron en su hosquedad, en los gritos, en lo problematico. Y Sara reacciono a la imagen que tenian de ella comportandose de un modo mas problematico, discutiendo mas aun, rompiendo cosas. Un circulo vicioso de frustracion del que ninguno de ellos supo como salir.
Pero en los momentos que pasaba con el, la pequena encontraba la calma. Y la echaba tanto de menos que su ausencia le partia el corazon. Habia en ella tanto de Lilian, de su fortaleza y su resolucion… La misma hosquedad bajo la que escondia todos aquellos gestos de cuidados amorosos.
Lilian entro en la habitacion como si le hubiese leido el pensamiento. Stig estaba tan inmerso en sus recuerdos que no oyo sus pasos subiendo la escalera.
– Te traigo el desayuno, he salido a comprar pan fresco -le dijo ella en tono cantarin.
A Stig se le revolvieron las tripas solo de ver lo que habia en la bandeja.
– No tengo hambre -aseguro intentando convencerla, aun a sabiendas de lo infructuoso que seria.
– Si quieres reponerte, tienes que comer -respondio Lilian con su tono autoritario de enfermera-. Venga, yo te ayudo.
Se sento en el borde de la cama con un tazon de yogur agrio en la mano. Muy despacio, le llevo la cuchara a la boca. El la abrio a disgusto y se dejo alimentar. La sensacion del yogur bajando por la garganta le produjo arcadas, pero la dejo hacer. Su intencion era buena y, en principio, sabia que Lilian tenia razon. Si no comia, no sanaria jamas.