La cabeza de Vincent Hahn se hundio.
– Quiero irme a casa -solicito apatico.
Haver se puso en pie, apago el magnetofono y cabeceo hacia el guardia, que agarro a Hahn del brazo. Dejo conducirse afuera en un estado abulico. Haver encendio de nuevo el magnetofono y leyo con rapidez unas cuantas palabras para indicar que el interrogatorio habia finalizado.
– ?Que te parece?
– Un pirado, pero creo que vio a John en la plaza Vaksala, quiza hasta el mismo dia en que fue asesinado. Puede que asi sea. John deja a Micke Andersson, que vive junto a la plaza, se le ocurre ir a comprar un abeto, o por lo menos a mirar, se encuentra con alguien que se ofrece a llevarlo en coche a casa a el y al abeto. El coche podia haber estado aparcado en el patio de la escuela.
– ?Se puede salir de ahi en coche por la noche? -pregunto Beatrice.
– Creo que si. Tiene salida a las calles Salagatan y Vaderkvarnsgatan.
– ?Quien era el hombre que parecia un militar?
– Si, eso. Parecia un militar. ?Que puede significar? ?Fue su manera de comportarse lo que hizo que Hahn pensara que era un militar o quiza fue la ropa?
– ?Que regimientos hay en la ciudad?
– Estan el F16 y el F20 -indico Haver-, ?pero cuantos llevan uniforme fuera de servicio?
– Quiza podriamos tomar prestados unos cuantos uniformes de alli para que Hahn les eche un vistazo.
– Tambien puede tratarse de otra clase de uniforme, y que el pensara que era militar.
– Conductor de autobus, guardia de aparcamiento; hay cantidad de ropa de trabajo que un loco como Hahn puede creer que es militar.
Haver estaba sentado en silencio, rebobino la cinta y escucho. Hahn sonaba metalico en la cinta, como si la grabacion hubiera borrado la indecision de su voz.
– ?Que hay de cierto en todo esto? -pregunto Haver.
Beatrice miro fijamente la pared sin ver. Haver creyo por un instante que hablaba con Lindell. Se oyo un discreto golpe en la puerta. «Fredriksson», penso Haver, pero era Sammy Nilsson, que entreabrio la puerta con cuidado y echo un vistazo.
– Lo habeis mandado abajo de nuevo -constato, y entro.
Haver volvio a reproducir la cinta.
– Creo que es el -senalo Sammy cuando Haver la paro.
– El motivo se podria aceptar, ?pero la ocasion? -pidio Haver con voz distante.
Beatrice lo miro de reojo. «Asume demasiadas tareas -penso-, como si toda la investigacion dependiera de el. Quiza sea la muerte de Hollman lo que le presiona hasta agotarlo aun mas.»
– Y el transporte hasta Libro, ?como lo resolvio?
– Los dedos cortados, es tan macabro que Hahn pudo haberlo hecho perfectamente -dijo Sammy obviando las objeciones de ella.
– El transporte -repitio Beatrice.
– Si es que apunalo a Johny en el patio de la escuela, dijo algo de «en esa plaza no», y el patio de la escuela se puede tomar por una plaza -prosiguio Sammy-, asi que quiza lo ayudo ese que parecia un militar.
– Muy rebuscado -objeto Beatrice-. ?Por que siendo testigo de un asesinato ayudaria a Hahn a transportar el cuerpo a Libro?
– Quiza se conocian.
Beatrice movio negativamente la cabeza.
– Lo obligaron -dijo Haver-. Quiza Hahn lo amenazo.
– ?Por que?… ?Quieres decir que tambien fue asesinado?
Sammy asintio.
– Yes -pronuncio-. Tenemos otro cadaver en alguna parte.
Permanecieron sentados en silencio un buen rato, intentando imaginarse la escena. No resultaba del todo improbable para ninguno de ellos.
– Tendremos que interrogar de nuevo a Hahn -le expuso Sammy.
– Si, claro -interrumpio Haver-. ?Que creias? Hablare con Ottosson -dijo, y abandono la habitacion antes de que sus colegas pudieran reaccionar.
– Que prisa le ha entrado -senalo Sammy sorprendido.
– Esta agotado -explico Beatrice.
– Echa de menos a Rebecka -apunto Sammy en un tono que a Beatrice no le gusto.
– Ha estado llorando -advirtio ella, cerro su cuaderno y salio sin decir nada mas.
33
Ann Lindell acababa de amamantar a Erik. Apatica, habia llevado a cabo sus tareas matinales. Los titulares del periodico habian anunciado a los cuatro vientos el asesinato de Jan-Erik Hollman. Leyo aturdida los acontecimientos del dia anterior. Lo recordaba como a uno de los tios agradables, del norte, buen jugador de badminton y al parecer padre de dos ninos.
Ann se quedo de pie junto a la ventana de la cocina. Sobre la placa de induccion habia una olla. Su madre se habia ofrecido a cocer un jamon, pero Ann habia rehusado. Olia ligeramente a especias y caldo. A su padre le gustaba mojar en el caldo, asi que tendria que comprar el tradicional pan de mosto de cerveza.
Volvio a mirar la portada del periodico. La imagen con el charco de sangre en la acera de la calle Svartbacksgatan recordaba la fotografia que solia acompanar los articulos sobre el asesinato de Olof Palme. Sangre en la calle.
La vision del gran trozo de jamon le repugno: la corteza gris blanquecina y la grasa que subia a la superficie. Retiro un poco de espuma con la espumadera. Era el primer jamon que cocia en muchos anos. «Que absurdo», rumio. Pensar en sus padres, con sus atenciones y sus gestos de preocupacion, la dejaba abatida. Mala conciencia mezclada con rabia.
El termometro del jamon indicaba apenas cuarenta grados. Por lo menos quedaba una hora, calculo. Subio la potencia de la placa, pero la volvio a bajar inmediatamente. La coccion del jamon no se debia acelerar.
Ola la habia telefoneado, pero no le habia respondido. Quiza deseaba hablar del asesinato de Hollman, quiza sobre su corto encuentro. Sentia un cosquilleo en sus genitales. Lo visualizo y aumento el desprecio por si misma. La atraccion que habia florecido por su companero tan inesperadamente la confundia. No habia sentido deseo por un hombre desde que rompio con Edvard. Bueno, quiza si, pero no de esa manera. Ola estaba casado. Nunca se permitiria dar un paso mas. Habia creido que podrian flirtear un poco, quiza hasta entablar una relacion secreta y desinhibida. Luego desecho la idea, casi se burlo de si misma y comprendio lo irreal e inmoral de una relacion de ese tipo. ?Como habia podido caer tan bajo? No era solo que estuviera casado y fuera padre de dos hijas, sino que era, ademas, el companero con el que trabajaba a diario.
A las ocho y media llamo Berit Jonsson. Justus habia desaparecido. Despues del desayuno habia empacado unas cuantas cosas, Berit no sabia que, pero lo suficiente para llenar la mochila donde solia guardar sus libros del colegio. No dijo adonde iba, pero tampoco solia hacerlo.
La escasez de palabras no la sorprendio, pero si le preocupo la expresion de su rostro. Se zampo con serenidad el yogur y los copos de avena, recogio tras de si, se fue a su cuarto y despues de quince minutos salio con la mochila a la espalda, dijo adios y abandono el apartamento. El reloj marcaba las ocho pasadas.
– Se ha pasado dias en casa levantado hasta muy tarde, y de repente sale -conto Berit-. Hay algo que no esta bien.